Full text: 28.1938,10.Aug.=Nr. 1438 (1938143800)

MUNDO ARGENTINO 
.L. rezongo “del mar, que a veces 
se hace bramido, murmurando 
4 siempre contra su cárcel de roca 
y arenas, hacía oír notas graves 
de áspera armonía. 
Las ráfagas, que rozaban la negra 
superficie, pasaban sobre la playa le- 
vantando nubes polvorientas, Y explo: 
siones que abrían los horizontes, defi- 
nían el cuadro precursor de la noche 
tempestuosa. 
El frío de los vientos había hecho 
cerrar las puertas. La actividad noc- 
turna se refugiaba en los salones ra- 
diantes y en la penumbra azul de los 
salones perfumados. 
Sentados en la roca de la punta, al- 
zada como centinela adusto de la cos- 
ta vecina, el pintor nórdico buscaba 
confirmar su concepción tétrica de la 
noche tormentosa, hundiendo su mira- 
da en la tiniebla en espera de la luz 
fugaz; soñaba llevar al lienzo fulgores 
apocalípticos, en una ejecución nue- 
va, que revolucionara todas las escuelas, 
Callábamos. Sentíamos la influencia 
del poder máximo, gravitando sobre 
nuestra insignificancia. 
No mirábamos la luz de los templos 
herejes ni escuchábamos la música exó- 
tica que agitaba en esas horas en arrit- 
mia danzante el pequeño mundo de 
la ciudad veraniega. Y frente a la 
soledad inmensa de los mares, en el 
abrazo frío de su desierto, sentíamos 
el reposo espiritual de estar lejos de 
los hombres, 
Se encendió un chispazo en lo alto, 
A sus resplandores, que se hundieron 
en el horizonte, abarcamos el piélago. 
Y allá, a un tiro de dos cables, vimos 
un esquife saltando de cresta en cres- 
ta, y que, al impulso de brazos mascu- 
linos, aleteaba los remos en la turbu- 
lencia de sus flancos. 
¿Quién era el temerario navegante 
que en esa noche de amenazas se lan- 
zaba a la tiniebla rumorosa del mar? 
Se oyó como una tromba de silbar 
siniestro. De pie, bajo el azote recio; 
miramos una vez más, allá muy lejos, 
la barquilla sacudida por las olas, yén- 
dose siempre en un viaje de locura, 
El trueno y la catarata de los cie- 
los bramaron sobre nuestras cabezas, 
Palpitando bajo el abrigo, nos embar- 
gaba la emoción de adivinar el aleta- 
0 del magro Angel de la Muerte. 
A 
l 
E 
Cuento por JORGE LEAL 
Todo pasó con la noche lóbrega. Vol- 
ió con el sol la alegría de la vida y 
a rambla se pobló de nuevo, Alguien 
lijo que de la playa de los pescadores 
'altó un bote y que sus restos apa- 
ecieron en arenas del balneario. “El 
mismo viento que rompió su amarra 
o habría estrellado en las rocas del 
veñón”. Nadie sabía ni adivinaba más. 
Vuestros corazones se oprimieron, 
¿Quién había sido el enfermo del al- 
na o el dolorido de amor que, bajo la 
'uria imponente, aturdiéndose en su 
xrandeza, fuera al beso húmedo y frío 
an busca del abrazo eterno? : 
¡Oh, el misterio de las noches de 
tormenta ! 
ompañero del peregrinaje inolvidable, 
nreguntando al tempestuoso hálito el 
rigen de todos los Tumores. Y a cad 
nstante se alejaba un trecho para vol 
ver a darme tranquilidad con su cari- 
ia. Pero una vez que se apartó dos 
asos, Mirando su silueta ante la sua- 
ze claridad celeste, lo vi crisparse, 
wendo su gruñido sordo. Algo insólito 
lebía percibir su oído, —- 
Lejano aún murmuraba el trueno, 
Jero a poco pude oír distintamente lo 
que, antes que yo, con el suyo advir- 
6 mi perro: allá, en. lo impreciso de: 
horizonte, tropel de caballos se acer- 
:aba por el camino próximo, Las ore- 
jas tiesas y haciendo trompeta con el 
resuello, rondaba la estaca mi buen 
:aballo y avizoraba hacia el semejante 
(ue galopaba. 
Dejado el lecho y requerida el arma 
jue aconsejaba la experiencia, mien. 
TAS se acercaban y pasaban los in 
'ógnitos viajeros, agudo como una pun- 
a, un grito de mujer hirió mi oíde 
7 su inflexión sacudió mis nervios; 
ué una voz de angustia, de amarga 
lesesperación, que se perdió sin ecos 
»n la inmensidad de la pampa obscura. 
Pasó el tropel por el camino y sen- 
4 muy hondo la fuga de un delito. 
Juía una culpa, más que de la justi- 
la deficiente de los hombres, de la 
mano de Dios, cuya vara silbaba ya en 
al huracán que lo persegula. . 
¿Quién fué esa mujer arrastrada 
»or el infortunio de un rapto o por la 
:zueldad de un dueño, por aquel cami- 
10 solitario y lóbrego de la pampa in- 
mensa? 
¡Oh, el misterio de las noches de 
cormenta ! : 
UL” 
Y 
La techumbre de una tapera pam- 
»xeana me daba abrigo, y en.el lecho 
Je mis “pilchas”. y mi poncho descan- 
aba las fatigas de la cálida jornada 
Rendido el caballó por la marcha, 
lejaba colgar la noble cabeza sobre 
os pastos duros. Según el decir gau- 
>ho, “pensaba en su destino”. Pero 
ni perro, aquel que vivió tantas jor- 
1adas a mi grupa por velar mi sueño 
mn las noches de los campos solitarios; 
¡quel amigo cuyos ojos me hablaban 
le quereres que los hombres no enten- 
lemos, estaba alerta a los rumores 
le la. obscura. lejanía, al silencio Tu- 
noroso de la noche de los campos. 
Sobre la línea de la tierra los cielos 
e iluminaban, y la luz violácea del 
'elámpago descubría nubarrones avan- 
ando como genios de la borrasca. Y 
2 pos del esplendor, la pampa dilata- 
la, silenciosa y triste, reiteraba la ne- 
ración de la tiniebla. 
Había dormido no supe cuánto. Vol- 
caba la medida de las horas en la 
¡lta noche, cuando me despertó en la 
mano la caricia húmeda. Velaba el 
Como un. punto insignificante en la 
grandeza de lo creado, avanzaba la 
flus tráó 
J 
O SSE 
hermosa nave por aquel mar de Orien- 
te, profundamente negro bajo el man- 
to de la noche. . 
Abandoné el salón donde reían mú- 
sicas para ir a buscar sobre el primer 
puente la impresión de la atmósfera 
que : precede a la. borrasca. Habíamos 
visto pájaros negros al caer la tarde 
y un salto del viento confirmó el 
anuncio agorero. 
La brisa fresca pasaba silbando en 
el cordaje, y las olas encrespándose 
juebraban en espuma su negrura. Re- 
ámpagos parpadeantes sonrosaban un 
ielo rojizo en occidente, 
El oficial de guardia paseaba su 
puente, de punta a punta, mientras el 
timonel, solo en la caseta obscura, fi- 
jos los ojos en el rumbo, mantenía la 
9roa valiente al embate de la ola bra- 
madora, Y cuando alumbraba el re- 
lámpago, allá muy lejos se veía que 
la tormenta azotaba el mar. 
Pasó un operador de radio y le se- 
guí. Fuí con él a la cabina de sus 
aparatos a mirar de cerca la maravi 
la del ingenio, Y estuve viendo la com- 
olicación de los dispositivos que, a tra- 
vés de la atmósfera inconsútil, envían 
sentimientos, pensar 'y voluntad del 
ombre, 
El operador de turno esperaba, los 
.Uriculares puestos. y el lápiz listo. 
Con interminencias, el manipulador, ba- 
10 la presión hábil, repiqueteaba seña. 
es ininteligibles para mí. De pronto 
1 hombre avanzó el busto,.lo vi an- 
oso, apretando con las manos duras 
1 borde al apoyarse en la mesa. Y 
scuchaba atento. ¿Qué oía?... 
Pasaron minutos largos. A la inte- 
:rogación de un colega impuso silen- 
:10 con ademán enérgico, En ese ins- 
ante gemía el viento entre la arbo- 
adura. Las olas, pesadas, brutales, 
yolpeaban la nave cuya proa quebraba 
lecidida sus embates iracundos. El te- 
'egrafista ya no oía más que esos Tu- 
mores siniestros. Los auriculares ha- 
bían enmudecido, Vi que se inclinaba 
y adiviné en sus ojos una lágrima. 
¿Desde qué latitudes, de qué barco 
vencido por la furia de los vientos y 
los mares, había llegado ese mensaje 
postrero que así, trunco, sólo fué un 
grito inmenso ante la muerte? 
¡Oh, el misterio de las noches di 
tormenta!
	        
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