MUNDO ARGENTINO
.L. rezongo “del mar, que a veces
se hace bramido, murmurando
4 siempre contra su cárcel de roca
y arenas, hacía oír notas graves
de áspera armonía.
Las ráfagas, que rozaban la negra
superficie, pasaban sobre la playa le-
vantando nubes polvorientas, Y explo:
siones que abrían los horizontes, defi-
nían el cuadro precursor de la noche
tempestuosa.
El frío de los vientos había hecho
cerrar las puertas. La actividad noc-
turna se refugiaba en los salones ra-
diantes y en la penumbra azul de los
salones perfumados.
Sentados en la roca de la punta, al-
zada como centinela adusto de la cos-
ta vecina, el pintor nórdico buscaba
confirmar su concepción tétrica de la
noche tormentosa, hundiendo su mira-
da en la tiniebla en espera de la luz
fugaz; soñaba llevar al lienzo fulgores
apocalípticos, en una ejecución nue-
va, que revolucionara todas las escuelas,
Callábamos. Sentíamos la influencia
del poder máximo, gravitando sobre
nuestra insignificancia.
No mirábamos la luz de los templos
herejes ni escuchábamos la música exó-
tica que agitaba en esas horas en arrit-
mia danzante el pequeño mundo de
la ciudad veraniega. Y frente a la
soledad inmensa de los mares, en el
abrazo frío de su desierto, sentíamos
el reposo espiritual de estar lejos de
los hombres,
Se encendió un chispazo en lo alto,
A sus resplandores, que se hundieron
en el horizonte, abarcamos el piélago.
Y allá, a un tiro de dos cables, vimos
un esquife saltando de cresta en cres-
ta, y que, al impulso de brazos mascu-
linos, aleteaba los remos en la turbu-
lencia de sus flancos.
¿Quién era el temerario navegante
que en esa noche de amenazas se lan-
zaba a la tiniebla rumorosa del mar?
Se oyó como una tromba de silbar
siniestro. De pie, bajo el azote recio;
miramos una vez más, allá muy lejos,
la barquilla sacudida por las olas, yén-
dose siempre en un viaje de locura,
El trueno y la catarata de los cie-
los bramaron sobre nuestras cabezas,
Palpitando bajo el abrigo, nos embar-
gaba la emoción de adivinar el aleta-
0 del magro Angel de la Muerte.
A
l
E
Cuento por JORGE LEAL
Todo pasó con la noche lóbrega. Vol-
ió con el sol la alegría de la vida y
a rambla se pobló de nuevo, Alguien
lijo que de la playa de los pescadores
'altó un bote y que sus restos apa-
ecieron en arenas del balneario. “El
mismo viento que rompió su amarra
o habría estrellado en las rocas del
veñón”. Nadie sabía ni adivinaba más.
Vuestros corazones se oprimieron,
¿Quién había sido el enfermo del al-
na o el dolorido de amor que, bajo la
'uria imponente, aturdiéndose en su
xrandeza, fuera al beso húmedo y frío
an busca del abrazo eterno? :
¡Oh, el misterio de las noches de
tormenta !
ompañero del peregrinaje inolvidable,
nreguntando al tempestuoso hálito el
rigen de todos los Tumores. Y a cad
nstante se alejaba un trecho para vol
ver a darme tranquilidad con su cari-
ia. Pero una vez que se apartó dos
asos, Mirando su silueta ante la sua-
ze claridad celeste, lo vi crisparse,
wendo su gruñido sordo. Algo insólito
lebía percibir su oído, —-
Lejano aún murmuraba el trueno,
Jero a poco pude oír distintamente lo
que, antes que yo, con el suyo advir-
6 mi perro: allá, en. lo impreciso de:
horizonte, tropel de caballos se acer-
:aba por el camino próximo, Las ore-
jas tiesas y haciendo trompeta con el
resuello, rondaba la estaca mi buen
:aballo y avizoraba hacia el semejante
(ue galopaba.
Dejado el lecho y requerida el arma
jue aconsejaba la experiencia, mien.
TAS se acercaban y pasaban los in
'ógnitos viajeros, agudo como una pun-
a, un grito de mujer hirió mi oíde
7 su inflexión sacudió mis nervios;
ué una voz de angustia, de amarga
lesesperación, que se perdió sin ecos
»n la inmensidad de la pampa obscura.
Pasó el tropel por el camino y sen-
4 muy hondo la fuga de un delito.
Juía una culpa, más que de la justi-
la deficiente de los hombres, de la
mano de Dios, cuya vara silbaba ya en
al huracán que lo persegula. .
¿Quién fué esa mujer arrastrada
»or el infortunio de un rapto o por la
:zueldad de un dueño, por aquel cami-
10 solitario y lóbrego de la pampa in-
mensa?
¡Oh, el misterio de las noches de
cormenta ! :
UL”
Y
La techumbre de una tapera pam-
»xeana me daba abrigo, y en.el lecho
Je mis “pilchas”. y mi poncho descan-
aba las fatigas de la cálida jornada
Rendido el caballó por la marcha,
lejaba colgar la noble cabeza sobre
os pastos duros. Según el decir gau-
>ho, “pensaba en su destino”. Pero
ni perro, aquel que vivió tantas jor-
1adas a mi grupa por velar mi sueño
mn las noches de los campos solitarios;
¡quel amigo cuyos ojos me hablaban
le quereres que los hombres no enten-
lemos, estaba alerta a los rumores
le la. obscura. lejanía, al silencio Tu-
noroso de la noche de los campos.
Sobre la línea de la tierra los cielos
e iluminaban, y la luz violácea del
'elámpago descubría nubarrones avan-
ando como genios de la borrasca. Y
2 pos del esplendor, la pampa dilata-
la, silenciosa y triste, reiteraba la ne-
ración de la tiniebla.
Había dormido no supe cuánto. Vol-
caba la medida de las horas en la
¡lta noche, cuando me despertó en la
mano la caricia húmeda. Velaba el
Como un. punto insignificante en la
grandeza de lo creado, avanzaba la
flus tráó
J
O SSE
hermosa nave por aquel mar de Orien-
te, profundamente negro bajo el man-
to de la noche. .
Abandoné el salón donde reían mú-
sicas para ir a buscar sobre el primer
puente la impresión de la atmósfera
que : precede a la. borrasca. Habíamos
visto pájaros negros al caer la tarde
y un salto del viento confirmó el
anuncio agorero.
La brisa fresca pasaba silbando en
el cordaje, y las olas encrespándose
juebraban en espuma su negrura. Re-
ámpagos parpadeantes sonrosaban un
ielo rojizo en occidente,
El oficial de guardia paseaba su
puente, de punta a punta, mientras el
timonel, solo en la caseta obscura, fi-
jos los ojos en el rumbo, mantenía la
9roa valiente al embate de la ola bra-
madora, Y cuando alumbraba el re-
lámpago, allá muy lejos se veía que
la tormenta azotaba el mar.
Pasó un operador de radio y le se-
guí. Fuí con él a la cabina de sus
aparatos a mirar de cerca la maravi
la del ingenio, Y estuve viendo la com-
olicación de los dispositivos que, a tra-
vés de la atmósfera inconsútil, envían
sentimientos, pensar 'y voluntad del
ombre,
El operador de turno esperaba, los
.Uriculares puestos. y el lápiz listo.
Con interminencias, el manipulador, ba-
10 la presión hábil, repiqueteaba seña.
es ininteligibles para mí. De pronto
1 hombre avanzó el busto,.lo vi an-
oso, apretando con las manos duras
1 borde al apoyarse en la mesa. Y
scuchaba atento. ¿Qué oía?...
Pasaron minutos largos. A la inte-
:rogación de un colega impuso silen-
:10 con ademán enérgico, En ese ins-
ante gemía el viento entre la arbo-
adura. Las olas, pesadas, brutales,
yolpeaban la nave cuya proa quebraba
lecidida sus embates iracundos. El te-
'egrafista ya no oía más que esos Tu-
mores siniestros. Los auriculares ha-
bían enmudecido, Vi que se inclinaba
y adiviné en sus ojos una lágrima.
¿Desde qué latitudes, de qué barco
vencido por la furia de los vientos y
los mares, había llegado ese mensaje
postrero que así, trunco, sólo fué un
grito inmenso ante la muerte?
¡Oh, el misterio de las noches di
tormenta!