Full text: 28.1938,7.Sept.=Nr. 1442 (1938144200)

PA 
MUNDO ARGENTINU 
pierde para siempre en la niebla de 
Londres, 
En la plazuela, los chiquillos han de 
jado de jugar, Llegan las madres y 
se llevan a los más pequeños. Tres se 
han sentado en el umbral de la taber- 
na. Uno de ellos (pecoso) dice de re- 
pente: . 
— ¡Ah, ya sé quién era ese loco! 
Trabajaba en el circo. , 
E EL uu. 
MI MORRIÍN- 
3 
La mejor solución 
(Continuación de la página 65) 
— No, no continúes. Si las cosas han 
sucedido de esa manera no hay que 
perisar más... ¿Qué podría esperar 
yo de Ricardo? Sólo me duele haber 
alimentado esa ilusión, pero no es po- 
sible que peleemos tú y yo por algo que 
no tiene remedio, Estoy dispuesta a 
retirarme, a dejarte el camino libre... 
La señora Noll, penetrando en 1a 
habitación, puso término a la explica- 
ción. 
— No, Elisa; no, Diana. Hay un 
gran error en el corazón de ambas... 
Las muchachas, sorprendidas, no ati- 
naron a ocultar su turbación. 
-— He oído todo lo que dijeron, .co- 
nozco el motivo que las aqueja y es- 
pero que mis palabras ¡luminarán el 
entendimiento de ustedes dos — prosi- 
guió la señora Noll. — Examinemos el 
asunto, niñas. Yo no he estado jamás 
de acuerdo en que Elisa fuera novia 
de Ricardo; no sé, pero mi experiencia, 
contrariamente a lo que piensa Diana, 
me ha permitido observar que Ricardo 
10 era un hombre digno de estas dos 
alhajas que yo tengo al lado mío. Cuan- 
lo tú, Diana, comenzaste ayer a decir 
tantas originalidades acerca del amor 
la atención que Ricardo te prestaba. 
los ojos con que te miraba, me dieron 
la pauta de lo que es ese muchacho: 
1n hombre irreflexivo, inconstante, sin 
'elieve moral y sin resolución en sus 
lecisiones. Por eso aproveché la oca- 
sión para probarlo. Mi falsa enferme- 
lad de ayer tuvo la virtud de hacerlos 
salir a ustedes solos, y yo estaba segu- 
:a de lo que iba a pasar. Te conozco 
demasiado a ti como para saber que no 
podrías esconder lo que tú llamas una 
culpa, y confiaba en eso para volverlas 
a las des al camino de la realidad. Tú 
has visto, Elisa, con qué facilidad se 
12 olvidado Ricardo de su gran amor. 
quiso ser el maestro de besos de Dia- 
14, y con eso es más que suficiente 
vara que tú no puedas volver a pensar 
seriamente en ese hombre. La vida 
dene muchos caminos, y no hay que 
ampeñarse en elegir los falsos. Y en 
uanto a ti, Diana, ese primer expe- 
:imento de amor falla por su base. 
28 fraudulento, traidor. Lo que hoy ha 
techo este muchacho con Elisa lo haría 
mañana contigo. Es un buscador de 
emociones y nada más. No es el hom- 
re que a cada una de ustedes les está 
reservado, y no hay que pensar más 
en él, Muy noble has estado tú, Dia- 
na, al confesarte con Elisa, y muy co- 
rrecta ésta al aceptar las cosas como 
se presentaron. Les pido un esfuerzo 
a ambas. Un poquito de comprensión 
y verán qué pobreza hay en el fondo 
le este amor que no ha buscado otra 
>meción que la de los besos fáciles y 
las intenciones sospechosas. 
Hizo una pausa, mientras las mu- 
>hachas bajaban los ojos, como asin: 
*iendo a su solicitud, Luego la señor: 
Noll se aproximó más a ellas, y levan- 
¿ándoles con sus manos sendas barbi 
llas, les preguntó: 
— ¿De acuerdo? 
— De acuerdo — respondieron ellas, 
sonriendo, al tiempo que las tres se 
unían en un abrazo. 
Aquella misma noche Ricardo tom 
el tren que lo conduciría hasta Buenos 
Ajres. 
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EL ABAJADOR 
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ATENDER BIEN AL HUES?ED 
LD El regreso de Mambrú (Continuación de 1a página 10) , 1 
ersiguen arrojándole piedras (por- 
(ue así suelen ser las adorables cria- 
uras), y Mambrú corre, corre, corre 
hasta que, fatigado, vencido, maltrecho 
ae rendido y se pone a llorar al pie 
le una estatua, patinada ya por la in 
'emperie, con estrías verdosas, ama 
rillentas. Una paloma viene y se posa 
n el hombró del caballero (de la es- 
atua). Mambrú no llora ya. Se in- 
"orpora y contempla, sorprendido, la 
sstatua. ¡Es su propia estatua! En la 
piedra lee, a duras penas. la inscrip- 
ción: 
“A la memoria del duque de Mambrú”, 
Y entonces se da cuenta que está 
muerto. 
Y como en Londres siempre hay nie- 
a y es fácil perderse, Mambrú se 
preruntar: nadie responde, nadie se da 
cuenta, nadie lo mira: ni el “police- 
man”, ni el tendero, ni la portera, ni 
el borracho; y él anda, y anda, y anda, 
y no puede encontrar ningún rostro 
amigo, y no se atreve a decir nada y 
comprende que son los otros los que 
se han ido y los que no volverán ia- 
más). . 
En la plazuela, unos chiquillos bailan 
tomados de la mano. Cantan, Mambrú 
ne acerca. Ha oído su nombre... 
“Mambrú se fué a la guerra 
-— chin-chiribín-chin-chin — 
Mambrú se fué a la guerra, 
Manmbrú na volverá...” 
¿Cómo? ¡Qué extraño! ¿Es posible? 
Mambrú corre, se detiene frente a 
.05 chiquillos, sonríe, y grita: - 
—|¡Yo soy Mambrú; ya he vuelto! 
Al principio, los chiquillos no com- 
prenden. , 
— Yo soy Mambrú — vuelve a decir. 
Un chiquillo (pecoso) exclama rien- 
lo: . " 
— ¡Dice que es Mambrú!- 
Todos ríen y dan saltos alrededor del 
iesenterrado, —. . 
— ¡Está loco, está loco! — grita uno 
de los pequeños. 
Otro toma una piedra y se la arroja 
a Mambrú. Mambrú corre y todos le
	        
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