PA
MUNDO ARGENTINU
pierde para siempre en la niebla de
Londres,
En la plazuela, los chiquillos han de
jado de jugar, Llegan las madres y
se llevan a los más pequeños. Tres se
han sentado en el umbral de la taber-
na. Uno de ellos (pecoso) dice de re-
pente: .
— ¡Ah, ya sé quién era ese loco!
Trabajaba en el circo. ,
E EL uu.
MI MORRIÍN-
3
La mejor solución
(Continuación de la página 65)
— No, no continúes. Si las cosas han
sucedido de esa manera no hay que
perisar más... ¿Qué podría esperar
yo de Ricardo? Sólo me duele haber
alimentado esa ilusión, pero no es po-
sible que peleemos tú y yo por algo que
no tiene remedio, Estoy dispuesta a
retirarme, a dejarte el camino libre...
La señora Noll, penetrando en 1a
habitación, puso término a la explica-
ción.
— No, Elisa; no, Diana. Hay un
gran error en el corazón de ambas...
Las muchachas, sorprendidas, no ati-
naron a ocultar su turbación.
-— He oído todo lo que dijeron, .co-
nozco el motivo que las aqueja y es-
pero que mis palabras ¡luminarán el
entendimiento de ustedes dos — prosi-
guió la señora Noll. — Examinemos el
asunto, niñas. Yo no he estado jamás
de acuerdo en que Elisa fuera novia
de Ricardo; no sé, pero mi experiencia,
contrariamente a lo que piensa Diana,
me ha permitido observar que Ricardo
10 era un hombre digno de estas dos
alhajas que yo tengo al lado mío. Cuan-
lo tú, Diana, comenzaste ayer a decir
tantas originalidades acerca del amor
la atención que Ricardo te prestaba.
los ojos con que te miraba, me dieron
la pauta de lo que es ese muchacho:
1n hombre irreflexivo, inconstante, sin
'elieve moral y sin resolución en sus
lecisiones. Por eso aproveché la oca-
sión para probarlo. Mi falsa enferme-
lad de ayer tuvo la virtud de hacerlos
salir a ustedes solos, y yo estaba segu-
:a de lo que iba a pasar. Te conozco
demasiado a ti como para saber que no
podrías esconder lo que tú llamas una
culpa, y confiaba en eso para volverlas
a las des al camino de la realidad. Tú
has visto, Elisa, con qué facilidad se
12 olvidado Ricardo de su gran amor.
quiso ser el maestro de besos de Dia-
14, y con eso es más que suficiente
vara que tú no puedas volver a pensar
seriamente en ese hombre. La vida
dene muchos caminos, y no hay que
ampeñarse en elegir los falsos. Y en
uanto a ti, Diana, ese primer expe-
:imento de amor falla por su base.
28 fraudulento, traidor. Lo que hoy ha
techo este muchacho con Elisa lo haría
mañana contigo. Es un buscador de
emociones y nada más. No es el hom-
re que a cada una de ustedes les está
reservado, y no hay que pensar más
en él, Muy noble has estado tú, Dia-
na, al confesarte con Elisa, y muy co-
rrecta ésta al aceptar las cosas como
se presentaron. Les pido un esfuerzo
a ambas. Un poquito de comprensión
y verán qué pobreza hay en el fondo
le este amor que no ha buscado otra
>meción que la de los besos fáciles y
las intenciones sospechosas.
Hizo una pausa, mientras las mu-
>hachas bajaban los ojos, como asin:
*iendo a su solicitud, Luego la señor:
Noll se aproximó más a ellas, y levan-
¿ándoles con sus manos sendas barbi
llas, les preguntó:
— ¿De acuerdo?
— De acuerdo — respondieron ellas,
sonriendo, al tiempo que las tres se
unían en un abrazo.
Aquella misma noche Ricardo tom
el tren que lo conduciría hasta Buenos
Ajres.
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EL ABAJADOR
ESE
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ATENDER BIEN AL HUES?ED
LD El regreso de Mambrú (Continuación de 1a página 10) , 1
ersiguen arrojándole piedras (por-
(ue así suelen ser las adorables cria-
uras), y Mambrú corre, corre, corre
hasta que, fatigado, vencido, maltrecho
ae rendido y se pone a llorar al pie
le una estatua, patinada ya por la in
'emperie, con estrías verdosas, ama
rillentas. Una paloma viene y se posa
n el hombró del caballero (de la es-
atua). Mambrú no llora ya. Se in-
"orpora y contempla, sorprendido, la
sstatua. ¡Es su propia estatua! En la
piedra lee, a duras penas. la inscrip-
ción:
“A la memoria del duque de Mambrú”,
Y entonces se da cuenta que está
muerto.
Y como en Londres siempre hay nie-
a y es fácil perderse, Mambrú se
preruntar: nadie responde, nadie se da
cuenta, nadie lo mira: ni el “police-
man”, ni el tendero, ni la portera, ni
el borracho; y él anda, y anda, y anda,
y no puede encontrar ningún rostro
amigo, y no se atreve a decir nada y
comprende que son los otros los que
se han ido y los que no volverán ia-
más). .
En la plazuela, unos chiquillos bailan
tomados de la mano. Cantan, Mambrú
ne acerca. Ha oído su nombre...
“Mambrú se fué a la guerra
-— chin-chiribín-chin-chin —
Mambrú se fué a la guerra,
Manmbrú na volverá...”
¿Cómo? ¡Qué extraño! ¿Es posible?
Mambrú corre, se detiene frente a
.05 chiquillos, sonríe, y grita: -
—|¡Yo soy Mambrú; ya he vuelto!
Al principio, los chiquillos no com-
prenden. ,
— Yo soy Mambrú — vuelve a decir.
Un chiquillo (pecoso) exclama rien-
lo: . "
— ¡Dice que es Mambrú!-
Todos ríen y dan saltos alrededor del
iesenterrado, —. .
— ¡Está loco, está loco! — grita uno
de los pequeños.
Otro toma una piedra y se la arroja
a Mambrú. Mambrú corre y todos le