Full text: 28.1938,14.Sept.=Nr. 1443 (1938144300)

MUNDO “ARGENTINO 
N corto silencio reinó entre los 
comensales, y en medio del 
murmullo de las conversacio- 
nes, alrededor de las mesas le- 
janas y del ruido ahogado de los pa- 
sos de los criados, que traían y lleva- 
ban los platos, alguien declaró con voz 
dulce y tranquila: —. 
-——¡A mí me encantan las negras! 
Antón lIvanich, el subjefe de la ofi- 
cina, por poco si deja caer la copa de 
vodka que se llevaba a los labios; un 
criado dirigió al que había pronunciado 
tales palabras una mirada de asom- 
bro; todos volvieron la cabeza para 
ver quién había dicho aquella cosa ex- 
traña, Y todo el mundo vió la carita 
con bigotito rojo; los ojillos opacos y 
la cabecita cuidadosamente peinada de 
Semen  Vasilievich Kotelnikov., 
Durante cinco años habían trabajado 
con él en la oficina: todos los días le 
daban la mano al llegar y al marchar- 
se; todos los días le hablaban; todos 
los meses, después de cobrar, comían 
con él, como aquel día, en un restau- 
rante, y no obstante, se les antojaba 
que aquel día lo veían por primera 
vez. Lo vieron y se llenaron de extra- 
ñeza. Observaron que no era feo del 
todo, a pesar de su absurdo bigote y 
sus pecas, semejantes a las salpicadu- 
ras de barro lanzadas por un automó- 
vil Nhservaron también que no vestía 
-—¡Ja, ja, ja! ¡Le gustan las ne- 
xras! ¡Ja, ja, ja! 
Y todos se echaron a reír, incluso el 
grueso y enfermizo Polsikov, que no 
¡e reía nunca, El mismo Kotelnikov se 
Tió, un poco confuso, y enrojeció de 
gusto; pero al mismo tiempo le asaltó 
añ ligero temor: el de que aquello le 
rausase disgustos. 
— ¿Lo dice usted seriamente? — pre- 
guntó el subjefe cuando acabó de reírse, 
-—¡Y tan seriamente! Hay en las 
mujeres negras un gran ardor y al- 
20... exótico. 
— ¿Exótico? : 
Se echaron de nuevo a reír; pero al 
mismo tiempo todos pensaron que Ko- 
telnikov era seguramente un hombre 
listo e instruido cuando conocía una 
palabra tan extraña: “exótico”. Luego 
ampezaron a discutir, asegurando que 
nó era posible que gustasen las negras; 
además de ser negras, tenían la piel 
:omo cubierta de barniz y los labios 
yruesos y olían mal, * 
—i¡Y, sin embargo, me gustan! — 
insistió modestamente Kotelnikov. 
+ — ¡Allá usted! — dijo el subjefe. — 
Yo, por mi parte, detesto a esas bes- 
tias color de betún, 
Todos sintieron una especie de satis- 
facción al pensar que había entre ellos 
un hombre tan original, que se pirraba 
por las negras, Con este motivo, los 
comensales de Kotelnikoy pidieron seis 
botellas más de cerveza. Miraban con 
cierto desprecio a las otras mesas, en 
as que no había un hombre de tanta 
originalidad. . 
Las conversaciones terminaron, Ko- 
elnikov estaba orgullosísimo de su pa- 
vel. Ya no encendía él sus cigarrillos, 
sino que esperaba a que el criado se 
los encendiese, í 
Cuando las botellas de cerveza estu- 
vieron vacías, se pidieron otras seis. 
El grueso Polsikov dijo a Kotelnikov 
en tono de reproche: . 
— ¿Por qué no mos tuteamos? Ya 
que desde hace tantos años trabajamos 
juntos... 
-—— ¡No tengo inconveniente! ¡Con 
: at, e A SS ME CIENTE 
Cuento por LEONIDAS ANDREIEV * ....: 
(1871-1919) 
- Ya sus primeros cuentos (“El silencio”, “Valía”, “Ha- 
bía una vez”) llamaron grandemente la atención del 
mundo literario y lo colocaron en primera fila de los 
novelistas rusos. El mismo Tolstoi dió su bendición a 
esta estrella asceridente. Cada una de sus obras (cite 
mos, entre otras; “Los siete ahorcados”, “Judas Isca- 
riote”, “La risa roja”, “Sachka Yeguelv”) constituía 
un acontecimiento literario de primer orden... 
- Presentamos aquí su cuento “Un hombre original”, 
que consideramos. como muy típico del genio de. 
Andreiev. 
nal. y que llevaba un cuello muy lim- 
xo, ; 
El subjefe, después de fijar larga- 
1ente su mirada de asombro en Ko- 
alnikov, dijo: 
— Pero, Semen... 
— ¡Semen Vasilievich! — pronunció, 
mn cierta dignidad, Kotelnikov, - 
— Pero, Semen Vasilievich, ¿le gus- 
an a usted las negras? 
— Sí, me gustan mucho. 
El subjefe miró con ojos de pasmo a 
odos los empleados sentados a la me- 
a v noltó la carcalada: 
mucho gusto! — aceptó Kotelnikov. 
Tan pronto se entregaba de lleno a 
a alegría de verse, al fin, comprendi- 
lo y admirado, como sentía el vago 
“emor de que le pegasen. 
Después de beber Bruderschaft — 
Termandad — con Polsikov, bebió con 
"roitzky, Novoselov y otros camara- 
las; cambiaban besos con todos y los 
viraba con ojos amorosos y tiernos. 
El subjefe no bebió Bruderschaft 
:n él; pero le dijo amistosamente: 
-—— Yenga usted por casa algna vez, 
dis hijas verán con curiosidad a un 
hombre a quien le gustan las negras. 
Kotelnikov saludó, y aunque se tam- 
xaleaba un poco a causa de la cerve- 
4, todos convinieron en que era muy 
ic. 
Después de irse el subjefe, bebie- 
“on más, y todos juntos salieron a la 
alle, tropezando con los transeúntes. 
totelnikov marchaba en medio de sus 
:amaradas, sostenido por Polsikov y 
"roitzky, , a 
— No, muchacho — decía; — mo 
medes comprenderlo, En las negras 
1ay algo exótico. 
— Tonterías -— contestaba severa- 
nente Polsikoy, — No sé lo que pue- 
le encontrarse en ellas. Del color del 
vetún... * 
— No, amigo; careces de gusto. La 
1egra es una cosa... 
Hasta entonces no había pensado 
lunca en las negras, y no acertaba 2 
lar con la definición justa. - 
— ¡Tienen temperamento! 
Pero Polsikoy no se dejaba conven- 
er y seguía discutiendo. 
— ¡Haces mal en discutir! — le di- 
o Troitzky, — Nuestro amigo Ko- 
elnikov tendrá sus razones. Además, 
obre gustos no hay nada escrito, 
Y dirigiéndose a XKotelnikov, aña- 
dió: . 
— ¡No hagas caso, Semen! Sigue 
irrándote por tus negras. Estoy tan 
:ontento, que tengo gañas de armar 
un escándalo. 
— A pesar de todo, no lo compren- 
lo — insistía Polsikov. — Del color 
lel betún. :. Para mí, ni siquiera són 
nujeres, - 
— ¡No, amigo, te engañas! -— in» 
istía a su vez Kotelnikov, — Porque, 
wira, hay algo en las negras... 
Iban tambaleándose un poco, lige- 
amente borrachos, hablando en alta 
"oz, tropezando con la gente y muy 
atisfechos de sí mismos. 
Una semana después, todo el de- 
Jartamento sabía ya que al emplea- 
lo público Kotelnikov le gustaban mu- 
*ho las negras. Algunas semanas más 
'arde, este hecho era ya conocido por 
os porteros de todo el barrio, por los 
solicitantes que acudían a la oficina, 
1asta por el agente de policía de ser- 
“icio en la esquina de la calle. Las 
eñoritas mecanógrafas de las seccio- 
les vecinas se asomaban un instante 
1 la puerta para ver al hombre ori- 
rinal a quien le gustaban las negras. 
totelnikov recibía estas muestras de 
tención con su modestia habitual. 
Un día se decidió a hacer una vi- 
¡ita 'a.su subjefe; mientras tomaba 
é con confitura de cerezas, hablaba 
le las negras y de algo exótico que 
1abía en ellas. Las muchachas meno- 
“es parecían un poco confusas; pero 
a mayor, Nastenka, que gustaba de 
eer movelas, estaba visiblemente in- 
Tigada e insistía en que Kotelnikov 
e explicase las verdaderas. razones de 
:u afición a las negras. 
-— ¿Por qué justamente las negras? 
— preguntábale. A, 
Todos estaban contentos, y cuando 
Cotelnikov se fué, hablaron de él con 
rMfecto, Nastenka llegó a declarar que 
T2 víctima de una pasión enfermi- 
2. Lo cierto era que a ella le había 
aido en gracia. Nastenka también le 
'ausó cierta impresión a Kotelnikov; 
xero él, como hombre a quien sólo 
e gustaban las negras, creyó de su 
leber ocultar su inclinación hacia Ja 
nuchacha, y sin dejar de ser cortés, 
nanifestose con ella un poco reservá- 
lo. ' 
Al volver a casa por la moche, se 
USO “ vVensar en las nerras en su
	        
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