Full text: 28.1938,21.Sept.=Nr. 1444 (1938144400)

MUNDO ARGENTING 
" 
1 
r . 
, 
XUNTA 
Cuento por 
TOSE M. BENITEZ 
ANCHO me citó por teléfono 
en la esquina de Balcarce y 
Cochabamba, en cuyas inme- 
diaciones debía tomar posesión 
de una casa, parte de una herencia 
dejada por un tío suyo paterno. 
En cuanto nos encontramos, mien- 
tras nos encaminábamos hacia la pro- 
piedad, me contó: 
— Mi tío era un hombre sumamente 
raro, según decires, pues yo no alcan- 
cé a conocerlo. Era un sabio con toda 
la barba: frenópata, arqueólogo, an- 
tropólogo ¡y qué sé yo cuántos “ólo- 
gos” más! Sin contar que, como mé- 
dico, fué laureado por muestra fa- 
cultad. 
— Se me ocurre -que algo conozco 
de él... Creo que en su tiempo ar- 
mó un escándalo de “órdago” con un 
opúsculo titulado “Apología de la 
muerte”. _ 
-—No lo sé, Pero sí sé que gozó 
de mucho mayor fama en Europa que 
en ésta, su patria. . . 
— Nadie es profeta... ¿De que 
murió? 
— ¡Averigua para los dos!... Des- 
apareció allá por el año 90. Causa po: 
la cual recién pudo iniciarse la testa- 
mentaría en 1900, dando lugar a un 
pleito de familia que acababa de resol- 
verse a mi favor, - , 
No bien el oficial de justicia entre- 
gó la casa; nos dimos «a recorrerla. 
Aquello era un edificio sobrio, ya 
en ruinas, que impresionaba muy des- 
agradablemente. Porque tenía un yo 
no sé qué de severo, de triste, de mo- 
nacal, 
Pasando el zaguán, admiramos un 
gran patio abierto, empedrado a la 
manera criolla, con cantos rodados, en 
cuyo centro se elevaba un cantero con 
cuatro palmas enanas, secas, y 
Mi amigo, en voz baja, tanto im- 
ponía aquello, me dijo: 
— ¡Mira! — Y me señaló una enor- 
me mata de jazmines enredaderas que, 
desde los pilares del corredor, habían 
trepado por cuanto lugar propicio en- 
contraron, 
— Oye, Pancho: ¿no te parece que 
esos jazmines los hubieran puesto ahí 
expresamente para impedir las mira- 
das de los curiosos? 
Y él, sin responderme directamente: 
—- Se diría que aquí muere el ruido 
7 se duerme cel tiempo. 
Andando, vimos tirados muchos res- 
tos de alfarería indígena. Una sala 
únicamente, la que quedaba a la iz- 
quierda encuadrando el patio, estaba 
herméticamente cerrada. Después de 
mucho bregar logramos forzar su 
puerta y abrir las ventanas, muy es- 
trechas y largas, po? donde apenas si 
pasaba la luz. 
— ¡Qué raro!... Fijate. — Y Pan- 
cho me mostró la pared cubierta de 
:lavos de diferentes tamaños. 
Yo me acerqué a una estufa em- 
potrada en un ángulo, y lo llamé: 
— ¡Pancho! ¡Pancho!... Ven. Mi- 
ra esto. — Y le tendí dos cráneos: 
unos con una perforación en el fron- 
tal y otro con una hendidura en la 
parte posterior, como si lo hubieran 
nartido de un hachazo, 
Nos miramos. 
— No olvides que mi tío era médi- 
so frenópata... y “obes”.” 
Tunto al zócalo hallamos, caídas, 
algunas .puntas de flechas, algunas 
1ojas de espadas o de daga rotas y 
mn cuchillo de madera afilado como 
1avaja. Todas esas cosas, sin excep- 
ón, tenían unas manchas. bermejas 
-ecubiertas por una substancia clara 
que había impedido al tiempo que las 
vorrara, 
Pero lo que más nos llamó la aten- 
:1ón fué un bloque enorme fijado en 
medio de la pieza. 
—¡Oh!.., Y esto, ¿qué es? 
— ¡Qué curioso! , 
— ¿Cómo diablos habrán hecho pa- 
ra trasladarlo hasta aquí? 
— ¡Qué sé yo! Por lo menos debe 
pesar unos mil quinientos kilos. 
Era una piedra obscura, parecida, 
21 su forma, a una bigornia achata 
da en sus extremos, En la parte su 
Jerior, en bajorrelieve, nos pareció 
que tenía esculpida algo así como la 
varte inferior de una tortuguita, De- 
bajo, y Mirando al sur, había tre: 
:scalones hechos de y en la misma 
xedra. Al soplarle el molvo, perci- 
vimos muchas salpicaduras negruzcas 
— ¿Será herrumbre? .. 
— No — les respondí, después de 
mirar atentamente, 
Traje los cráneos, las puntas de la: 
Nlustración de HECTOR POZZC 
27 eso estada, cuan- 
do se abrió una pueria 
interior y entró una jo- 
ven, blanca, palidísima, 
muy hermosd... 
flechas, el cuchillo y los comparamos. 
Las manchas nos parecieron de la mis- 
ma materia, pero mucho más opacadas 
que las de aquéllos. [ 
No sabíamos qué pensar. Todo eso 
comenzaba a intrigarme fuertemente. 
Yo intuía algo muy fuera de lo co- 
nún, Un drama, acaso, 
A la salida, los vecinos nos acorra- 
laron a preguntas: quiénes éramos, 
qué pensábamos hacer con la casa, y 
ete., etc. A su vez, nos contaron que lá 
llamaban “La casa del misterio”, pues 
unos decían que estaba embrujada; 
otros, que fué nido de falsificadores, y 
los demás, que allí se había cometido 
| un triple crimen pasional. 
Eso me dió una idea, y como es- 
taba resuelto a saber lo que allí pu- 
diera haber pasado, me fuí a la Bi- 
blioteca Nacional y revisé las coleccio- 
nes de los diarios de la época. Nada 
encontré. En el Departamento de Po- 
licía logré averiguar que, por aquel 
entonces, fué comisario de esa sección 
un tal Cáseres, de larga data, jubi- 
lado, que vivía en su casita de Pa- 
*lermo, Allá me largué de inmediato. 
3 Pasé mi tarjeta. Un anciano muy sim- 
pático me recibió cordialmente, Y has- 
ta extremó su amabilidad al decirme: 
— Conozco su nombre, He leído va 
das cosas suyas. 
— Me alegro mucho, señor, porque 
2s0 me ahorra tener que explicarle mi 
uriosidad respecto a una casa de las 
nmediaciones de Balcarce y Cocha- 
vamba. 
"¿De Balcarce y Cochabamba? 
— Sí. “La casa del misterio”, según 
la llaman por ahí. 
— ¡Ah! Sí, la recuerdo. ¿Qué de 
sea saber? — 
— Pues... el “misterio”. que encierra. 
— ¡Hum! Dificilillo me parece. 
— ¿Por qué? 
(Continúa en la página 59)
	        
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