MUNDO ARGENTING
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XUNTA
Cuento por
TOSE M. BENITEZ
ANCHO me citó por teléfono
en la esquina de Balcarce y
Cochabamba, en cuyas inme-
diaciones debía tomar posesión
de una casa, parte de una herencia
dejada por un tío suyo paterno.
En cuanto nos encontramos, mien-
tras nos encaminábamos hacia la pro-
piedad, me contó:
— Mi tío era un hombre sumamente
raro, según decires, pues yo no alcan-
cé a conocerlo. Era un sabio con toda
la barba: frenópata, arqueólogo, an-
tropólogo ¡y qué sé yo cuántos “ólo-
gos” más! Sin contar que, como mé-
dico, fué laureado por muestra fa-
cultad.
— Se me ocurre -que algo conozco
de él... Creo que en su tiempo ar-
mó un escándalo de “órdago” con un
opúsculo titulado “Apología de la
muerte”. _
-—No lo sé, Pero sí sé que gozó
de mucho mayor fama en Europa que
en ésta, su patria. . .
— Nadie es profeta... ¿De que
murió?
— ¡Averigua para los dos!... Des-
apareció allá por el año 90. Causa po:
la cual recién pudo iniciarse la testa-
mentaría en 1900, dando lugar a un
pleito de familia que acababa de resol-
verse a mi favor, - ,
No bien el oficial de justicia entre-
gó la casa; nos dimos «a recorrerla.
Aquello era un edificio sobrio, ya
en ruinas, que impresionaba muy des-
agradablemente. Porque tenía un yo
no sé qué de severo, de triste, de mo-
nacal,
Pasando el zaguán, admiramos un
gran patio abierto, empedrado a la
manera criolla, con cantos rodados, en
cuyo centro se elevaba un cantero con
cuatro palmas enanas, secas, y
Mi amigo, en voz baja, tanto im-
ponía aquello, me dijo:
— ¡Mira! — Y me señaló una enor-
me mata de jazmines enredaderas que,
desde los pilares del corredor, habían
trepado por cuanto lugar propicio en-
contraron,
— Oye, Pancho: ¿no te parece que
esos jazmines los hubieran puesto ahí
expresamente para impedir las mira-
das de los curiosos?
Y él, sin responderme directamente:
—- Se diría que aquí muere el ruido
7 se duerme cel tiempo.
Andando, vimos tirados muchos res-
tos de alfarería indígena. Una sala
únicamente, la que quedaba a la iz-
quierda encuadrando el patio, estaba
herméticamente cerrada. Después de
mucho bregar logramos forzar su
puerta y abrir las ventanas, muy es-
trechas y largas, po? donde apenas si
pasaba la luz.
— ¡Qué raro!... Fijate. — Y Pan-
cho me mostró la pared cubierta de
:lavos de diferentes tamaños.
Yo me acerqué a una estufa em-
potrada en un ángulo, y lo llamé:
— ¡Pancho! ¡Pancho!... Ven. Mi-
ra esto. — Y le tendí dos cráneos:
unos con una perforación en el fron-
tal y otro con una hendidura en la
parte posterior, como si lo hubieran
nartido de un hachazo,
Nos miramos.
— No olvides que mi tío era médi-
so frenópata... y “obes”.”
Tunto al zócalo hallamos, caídas,
algunas .puntas de flechas, algunas
1ojas de espadas o de daga rotas y
mn cuchillo de madera afilado como
1avaja. Todas esas cosas, sin excep-
ón, tenían unas manchas. bermejas
-ecubiertas por una substancia clara
que había impedido al tiempo que las
vorrara,
Pero lo que más nos llamó la aten-
:1ón fué un bloque enorme fijado en
medio de la pieza.
—¡Oh!.., Y esto, ¿qué es?
— ¡Qué curioso! ,
— ¿Cómo diablos habrán hecho pa-
ra trasladarlo hasta aquí?
— ¡Qué sé yo! Por lo menos debe
pesar unos mil quinientos kilos.
Era una piedra obscura, parecida,
21 su forma, a una bigornia achata
da en sus extremos, En la parte su
Jerior, en bajorrelieve, nos pareció
que tenía esculpida algo así como la
varte inferior de una tortuguita, De-
bajo, y Mirando al sur, había tre:
:scalones hechos de y en la misma
xedra. Al soplarle el molvo, perci-
vimos muchas salpicaduras negruzcas
— ¿Será herrumbre? ..
— No — les respondí, después de
mirar atentamente,
Traje los cráneos, las puntas de la:
Nlustración de HECTOR POZZC
27 eso estada, cuan-
do se abrió una pueria
interior y entró una jo-
ven, blanca, palidísima,
muy hermosd...
flechas, el cuchillo y los comparamos.
Las manchas nos parecieron de la mis-
ma materia, pero mucho más opacadas
que las de aquéllos. [
No sabíamos qué pensar. Todo eso
comenzaba a intrigarme fuertemente.
Yo intuía algo muy fuera de lo co-
nún, Un drama, acaso,
A la salida, los vecinos nos acorra-
laron a preguntas: quiénes éramos,
qué pensábamos hacer con la casa, y
ete., etc. A su vez, nos contaron que lá
llamaban “La casa del misterio”, pues
unos decían que estaba embrujada;
otros, que fué nido de falsificadores, y
los demás, que allí se había cometido
| un triple crimen pasional.
Eso me dió una idea, y como es-
taba resuelto a saber lo que allí pu-
diera haber pasado, me fuí a la Bi-
blioteca Nacional y revisé las coleccio-
nes de los diarios de la época. Nada
encontré. En el Departamento de Po-
licía logré averiguar que, por aquel
entonces, fué comisario de esa sección
un tal Cáseres, de larga data, jubi-
lado, que vivía en su casita de Pa-
*lermo, Allá me largué de inmediato.
3 Pasé mi tarjeta. Un anciano muy sim-
pático me recibió cordialmente, Y has-
ta extremó su amabilidad al decirme:
— Conozco su nombre, He leído va
das cosas suyas.
— Me alegro mucho, señor, porque
2s0 me ahorra tener que explicarle mi
uriosidad respecto a una casa de las
nmediaciones de Balcarce y Cocha-
vamba.
"¿De Balcarce y Cochabamba?
— Sí. “La casa del misterio”, según
la llaman por ahí.
— ¡Ah! Sí, la recuerdo. ¿Qué de
sea saber? —
— Pues... el “misterio”. que encierra.
— ¡Hum! Dificilillo me parece.
— ¿Por qué?
(Continúa en la página 59)