MUNDO ARGENTINO
NDRES Ríos, echándose para
. atrás en el sillón de su escri-
torio, permaneció unos segun-
dos en suspenso, mientras por
su rostro vagaba una mueca que pa-
-ecía ser una sonrisa, Después, con
un movimiento reventino. llevó sus
vila, apretándose más a él,
e echó de improviso los
xazos al cuello y sy unie-
"on los dos en un beso hon-
lo y apasionado como en
'os tiempos de su primer
Nana
manos al teléfono, pero la
jrbita que describió su
razo se quebró en el ins-
tante de retirar el auricu-
lar de la horquilla.
— No — dijo, dejando
2] aparato como estaba, —
n0 es una buena excusa,
y, además...
Evidentemente, parecia
disgustado de una resolu-
sión que no llegaba a con-
cretarse, y cuando después
de un momento de vacila-
ción completó el. movi-
miento que había iniciado
antes haciendo girar el
disco del teléfono, se mor-
dió los labios con impa-
iencia, como si el paso que iba a dar
- ocasionase un trastorno muy grande.
No tuvo que esperar mucho. Cuando
e estableció la comunicación, con to-
0 de descontento, habló:
— ¿Eres tú Elena? Figúrate: lo
»
7),
nismo de ayér... Sí, me será impo-
ible verte hoy...
Hizo una pausa, en tanto observa-
a la hora en su reloj pulsera, Lue-
r0, con tono quejumbroso, prosiguió:
-— No es culpa mía, querida. Es or-
len del jefe y no lo puedo eludir; su-
vongo que esto terminará pronto, por-
jue ya estoy cansado de tanto traba-
jo, aunque nos paguen las horas ex-
tras...
Volvió a callar para atender lo que
lecía su novia, y. después, tratando
le poner en sus palabras toda la: cor-
dialidad de que se sentía capaz, se
Jespidió:
— No te preocupes por mí. Me can-
saré un poco, pero nada más, Y espe-
ro que mañana podremos vernos...
Colgó el auricular, y pasándose la
mano por la cara, se levantó con prisa.
Un momento después, mientras avan-
:aba por la calle, ordenaba sus pen-
samientos con el recuerdo de la con-
zersación que acababa de sostener.
— Lo que menos sospechará Ele-
142 es que voy a encontrarme con otra
mujer — pensó. — Y alfin y al ca-
»0, no sé si no cometo una tontería
al darle tanta importancia a estas in-
significancias sentimentales...
A esta altura de sus pensamientos,
Tabía llegado a una esquina, en la que
se detuvo miéntras observaba atenta-
mente por los alrededores, atisbando
a presencia de algo que le interesaba.
— No ha venido todavía — se di-
jo. — Espero que sea puntual...-
Y para apaciguar su impaciencia, se
»uso a caminar por la esquina, mien-
Tas en su rostro se dibujaba otra vez
a mueca dolorosa que parecía ser una
'onrisa.
Recordaba, como asombrándose del
vaso que acababa de dar, el motivo
ue le llevaba a él, un hombre ya, lle-
-o de responsabilidades, ajeno desde
1acía muchos años a esos encuentros
allejeros que le ponían alas en el co-
azón, y se asombraba.de notar que
.ún era joven, demasiado joven tal
'ez, ya que cometía la imprudencia y
1 infidelidad de ir a encontrarse con
lara en aquella esquina. Clara ha.
ía sido novia suya ocho años atrás,
yando él acababa de cumplir veinte,
Tovia como él imaginaba el noviaz-
so en aquellos días: hecho de lágri-
nas y de tormentos, de reproches y
'e indecisiones, como todo amor sen-
¡ble a los veinte años, informe, irre-
oluto, confuso, desconcertante. Había
dorado a Clara con todas sus ener-
ías, La vida, que se le presentaba
omo un término muy breve, merced
. los encantos de ella, le había juga-
'9 una partida que dejó, por lo me-
108 durante un tiempo, una honda ci-
atriz en el corazón de Andrés. Des-
ués de unos meses de felicidad (la
Timera felicidad sentimental de Amn-
'rés), de caricias y de besos, de ilu-
iones y de mutuas esperanzas cam-
iadas, Clara, impensadamente, se ha-
ía separado de él, con' la aclaración
€ que no debían verse más, Andrés,
in que se lo señalaran, comprendió el
notivo de aquel abandono. Su pobre-
a, la carencia absoluta de recursos,
jue no le permitía tener una novia
u prolonzar nor tiemno indetermina
PTA
Cs
Cuento por
.A.OLIVERA
dis
lo un noviazgo, viciado, por otra par
€, de demasiado juvenil. Y en su co-
-azón había guardado, junto con su
imor haeia Clara, un rencor tan hon-
lo que reclamó, durante mucho tiem-
0, una satisfacción, fuese la que fue-
ie, para calmar la irritación de su co-
-azón escarnecido. *
E insensiblemente, mientras se ha-
día ido olvidando de su primer amor,
a vida había pasado sobre él. Ocho
iños después, cuando se acordaba de
'0s sinsabores pasados -por la exage
"ación de su sentimentalismo,” no. po-
lía menos que reírse pensando én lo
2iño que había sido. -
— ¡Cómo me gustaría — pensaba
:n ocasiones — volver a vivir aquellos
lías! ¡Cuántas cosas he aprendido des-
de entonces!
Y cuando menos lo esperaba, una
arde, al salir de la oficina, había te-
tido un encuentro con. Clara. El co-
:azón, sin saber por qué, se'le de-
uvo.. Quizá era debido a que ella no
1abía cambiado en apariencia, y que
»r la fuerza de aquella semejanza
e parecía vivir otra vez los días ven-
urosos de su juventud, Sus miradas
se habían encontrado entre el tumul-
o de la calle. Clara, hermosa como
iempre, con sus mismos ojos, que lan-
aban llamas, con sus mismos labios
ojos y tentadores, había resucitado
ante él el idilio inconcluso de ocho
1ños atrás, Tímido como era, tuvo el
ralor de detenerla y de presentarse.
ulla le reconoció y accedió de buen
rrado a realizar el encuentro que An-
irés había fijado para esa tarde en
jue aguardaba, en una esquina, su lle-
zada.
Y mientras tanto, había dejado de
ver a su novia. No le parecía correc-
0 encontrarse con ella mientras es-
aba su pensamiento ocupado: con él
recuerdo de Clara, y esa tarde era: la
egunda vez que Elena había acepta-
lo la excusa del trabajo, que lo obli-
zaba a permanecer en la oficina.
Pero en aquel momento, Andrés nr
vensaba en Elena.
. — Hace unos años era. muy tonto
—"se decía, — Pero ahora las cosas
12n cambiado. Si hubiera tenido en-
ronces la experiencia de ahora...
— E interiormente se regocijaba de un
»ensamiento que no lo abandonaba
lesde el momento en que había visto
1 su. antigua novia: imperar sobre
:lla, demostrarle su superioridad y te-
1erla a 'su merced, someterla a su ca-
oricho, sin interesarse por ella, como,
1 la inversa, habían ocurrido las co-
sas ocho años atrás.
Estaba en esos pensamientos cuan-
do la voz de Clara vibró a su espalda:
:— Perdóneme usted por mi retra-
so, ¡Buenas tardes!
Le había tendido la mano cordial.
nente. Un segundo le bastó a Andrés
para descubrir en Clara una elegan-
a a la que no estaba acostumbrado.
Un pensamiento cruel le acometió:
— ¡Si mi novia pudiera vestirsa
asi!...
Y volviendo a recuperarse, saludó
con afabilidad a Clara, Ella, acercan:
(Continúa en la página 64)