Full text: 28.1938,5.Okt.=Nr. 1446 (1938144600)

5 de octubre de 1928. 
pe . E 
— El público no presta... | 
(Continuación de la página 7) 
vitable; el argumento está muy bien 
escrito, pero carece de ritmo cinema- 
tográfico. Es una novela más. Bien he- 
cha, pero simplemente una novela, que 
no sirve para ser directamente lleva 
la a la cámara. 
Si un empresario teatral estrena una 
obra, a los pocos días sabe si gustará. 
Puede “sentir” qué hay de flojo en 
slla. Le puede cambiar muchos de sus 
episodios, inyectarle situaciones mnue- 
vas, y hasta reemplazar a sus artis- 
tas por otros mejores, Pero un produc- 
tor cinematográfico no puede hacer eso. 
Debe construir totalmente su película 
a ciegas, sin saber si ciertas cosas que 
hay en ella gustarán o no, .Y cuando 
la presenta al público, ya hada puede 
hacer por ella: le está vedada toda 
modificación. 
Además, se han hecho películas como 
“El delator” y “Peligrosa”, que no 
gustaron, a juzgar por las escasísi- 
mas ganancias que dejaron. Pero en 
cambio, films como “Frankestein” y 
“Drácula”, que violaron las legítimas 
leyes del buen cine, ganaron verdade- 
ras fortunas, “Sin novedad en el fren 
te” obtuvo seis premios internaciona- 
les, aparte de ser considerada por tres- 
cientos cincuenta críticos norteameri- 
canos como la más grande película de 
todos les tiempos. Sin embargo, estuvo 
muy lejos de producir las enormes ga- 
nancias que tal distinción hacía su- 
poner, 
Mucho público ignora los miles de 
factores que se ponen en juego junto 
con el rodaje de cada película, O tal 
vez no quieren detenerse a pensar que 
un film destinado a ser visto por mu- 
chos millones de personas no puede sa- 
tisfacer a todas. Cada pueblo, y lo 
que es peor aún, cada ser hamano, tie- 
me su manera de pensar, y lo que gus- 
ta 2 unos desagrada a otros. 
Por eso es imposible que un produc- 
tor, por experto que sea, se halle en 
condiciones de dejar conforme a todo 
el mundo 
——__ M—————— 
Sólo lo puede saber una... .. 
(Continuación de la nágina 11) 
— a] AAA 
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E ETE 
americano se pusieron a charlar con 
las sillas muy juntitas mientras Syl- 
via permanecía a la expectativa, 
¿Cómo habría hecho Colette para 
ser escuchada de ese modo? Parecía 
más que nunca una lauchita, dulce e 
inofensiva, con su pequeña nariz res- 
pingada arrugándosele continuamente 
con las risas. Al lado de la belleza cui- 
dadosamente perfecta de Sylvia, era 
apenas una muchacha agreste que traía 
en los ojos la frescura de los campos 
Y la inocencia de las flores silvestres 
Al poco rato, y a instancias de Syl 
via, se levantaron y salieron del sa: 
lón, permitiéndome a mí, finalmente 
dedicar un poco de atención al “Da: 
nubio Azul” que había estado tocan- 
do automáticamente pensando que era 
Sobre las olas” 
AL día siguiente, mamá Piquet ser- 
vía el postre, una compota de ore- 
jones en que había mezquinado el azú- 
car, cuando oímos que un automóvil se 
detenía en la calle Lilas frente a la 
puerta. Quedamos mirándonos atonta- 
dos, menos Sylvia, que se sonrió con 
un poco de soberbia, y Colette, cuyos 
ojos brillaban de un-modo curioso. 
 — Ese debe ser el americano — di- 
Je, observando de reojo a papá Pi- 
quet. 
— Por supuesto — agregó Sylvia, 
con un aire de suficiencia, dirigiéndo- 
se también a si11 nadre. — Y va em 
iempo, porque hace un mes que le di 
a dirección. Viene a pedir: la mano 
le tu hija... 
— ¡Ah! ¡Una visita protocolar! — 
xclamó azorado el inválido, tratando 
le apoderarse de sus bastones, — Ten- 
Iré que ponerme Ja chaqueta... 
— ¡No se moleste, monsieur Piquet! 
— sonó la voz del americano cor un 
xcento execrable, 
Todos nos volvimos hacia la puerta. 
Alí estaba, alto, y rubio, y sonriente, 
al cual había entrado como Pedro por 
'U Casa. Y antes que pudiésemos levan- 
arnos para saludarle, se fué derechito 
L... Colette. . 
— Ya ve que no perdí la dirección 
— dijo sonriendo, y olvidándose por 
'ompleto de los demás. — He venido 
. invitarle a dar un paseo... si su 
'adre lo permite. *.. 
Todos. quedamos petrificados. Papá 
iquet tosió y, luego de componer la 
:arganta, se tomó lo que quedaba de 
2 botella de vino. 
Cuando hallamos de nuevo las vo- 
es, Colette y su americano habían 
salido tomados de la mano, Parecían 
los chicos que iban a jugar bajo e 
»0l, con el sol en los rostros y el sol 
'entro del pecho. 
Y Sylvia miraba hacia la puerta. 
os labios bien apretados. Lo que pa 
aba detrás de esa frente sólo lo pue- 
le saber una mujer... 
Ni por diez millones... | 
(Continuación de la página 15) —! 
1sar la fuerza contra un joven y ro- 
vusto millonario? Emily María sabía 
9 que le correspondía hacer. 
El viaje duró tres meses sin peri 
ecias, pues los viajeros rara vez se 
dejaban demasiado del yate de Bran 
leis: el “Pantalla de Plata”, El nom: 
re del yate sugería un idilio cinema. 
ográfico con un final imprevisto, y 
1sí resultó luego en la realidad. 
Si Brandeis hubiese visto a la baila- 
ina y a uno de los guías en animade 
'onversación, habría sospechado algo 
Mas todo parecía estar en calma, has- 
a que llegaron al pueblito de Seward, 
nm Alaska, donde Ervine y Emily se 
motaron en el registro del hotel Van 
rilder como el señor Brandeis y su se- 
lora. A la mañana siguiente, cuando 
3randeis pidió sú correspondencia, se 
e presentó un hombre con cara auste- 
a como representante de la fiscalía 
lel distrito. . 
— ¿Está usted casado con esta mu- 
er? — preguntó el de rostro austero. 
Brandeis estaba acostumbrado a no 
nostrar miedo, y entonces, sin pesta- 
lar, miró las facciones del represen- 
ante de la ley y replicó: - 
— ¡Claro que sí! 
Nada más se dijo en ese momento, 
ero antes que pudiera abandonar lá 
dudad, otro individuo de cara aus- 
era le presentó una invitación para ir 
1 ver al fiscal de distrito. 
Allí la misma. pregunta obtuvo la 
nisma respuesta, El fiscal apretó un 
'otón, y en el marco de la puerta apa- 
ecieron Emily y el guía. 
— ¿Está usted casada con este hom 
we? — fué la pregunta. 
Lentamente, y con aparente vacila- 
ón, la joven contestó: 
— Si. o 
— ¿Dónde está su libreta de matri- 
nonio? 
— La dejamos en Omaha —. inte- 
*rumpió Brandeis, 
— Entonces no le importará casarse 
le nuevo ahora y aquí mismo — afir 
nó el fiscal. — Si no lo hace, irá a la 
árcel, y el caso se presentará al ju- 
ado federal mañana por la mañana, 
De modo que la ex señora de Col. 
nan se convirtió en la segunda señora 
Je Brandeis. 
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