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DON PANFILO
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del relato estamos, Un delito ajeno, el
delito sin castigo de un “señor”, que
1ay que vengar, Y luego, las policías
voluntariosas y torpes, consumando el
resto. Y en medio, una atmósfera so-
brecargada secularmente de fermentos
y de venganzas sangrientas. Esa es, en
“uda síntesis, la historia clara y sim-
Xísima del llamado “bandolerismo” ser-
ranjero, del que luego se han de horro-
“izar hasta sufrir vahídos, los soció-
logos oficiales...
Pero el molde de “delincuente nato”
— todavía usado — no es aplicable a
'a vida y el temperamento de Virgoli-
10. Todo lo contrario. Su alma de tra-
ajador precoz florecía en el candor
de sus ásperas ternuras, Después, cla-
"0 está, es el despeñarse por el delito
bajo. Pero justamente en la propor-
ión en que las formas y las taras
'eudalistas se exacerban y degeneran,
eldaños arriba...
Tanto que llega un punto en que
»andidos y señores se confunden, Y
1 veces, en Una misma persona. Y aun-
Jue —- en el sertón al menos — los
»andidos pobres no lleguen nunca a
señores, los señores pueden hacerse
Jandidos, .
Ejemplo: el nieto del barón de Pa-
jehu. .
Causas: extraordinariamente simi-
lares, idénticas casi a las que precipi-
taron al adolescente Virgolino Ferrei-
ra en la vorágine de su pasión y de
su vida. Pero eso ha de verse en otro
episodio de esta historia.
¿Con esto, se ensaya aquí una abso-
lución?
No. Eso, por otra parte, cabría en
estudio más acabado del problema, que
alguna vez terminaremos, Pero los de-
itos del “extraindividuo” no tienen, no
pueden tener sanción. Ni absolución ni
castigo. Su propio origen trae consigo
un fallo de justificaciones tremendas.
Es de más allá del individuo, aunque
florezca en odio detrás de su frente...
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La novela del Lampeao (Continuación de la párina 21) .. |
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% los doce años de edad — por la lec-
tura que en ese tiempo hice de la Vida
Inmaculada de San Francisco de Sa-
'es/ — conservé mi virginidad y mi
sastidad hasta hoy.”
Y así como esto declara, de un “asun-
0” de penitencia: el haber intervenido
en política, “para evitar males ma-
vores” en su Estado de Ceara. Presión
le gobernadores, de secretario, de dipu-
ados, de coroneles, de caudillos, de ca-
-iques, y, sobre todo, según él, la de-
“vación de violencia que los sucesos
venían soportando, determinaron su
ntervención en cosa que, tan nítida-
mente, correspondía al dominio tem-
oral.
Pero ya hemos dicho que, precisa-
mente, su reino era de este mundo.
Y ya veremos con toda claridad, en
.ros episodios de este relato, su per-
il y su figura; ya comprenderemos la
rascendencia de su vida, la trascen-
encia de su muerte, la trascendencia
€ su recuerdo, la trascendencia de su
epultura bajo las bóvedas del tem-
lo de las romerías sertanejas. cuno-
o estudiemos al “Lampeño”, actuando
ambién en la política nacional y 'en-
rando bajo repique de campanas y al-
orozos de gobiernos en la ciudad de
'oazeiro, reclamando su concurso para
olucionar la crisis revolucionaria en-
re los años 1922 a 1926...
La ,
Es que la historia del bandolerismo
jene sus sorpresas.,.
Ya hemos señalado algunas.
El bandolerismo no es, por otra parte,
ana forma específica, sino derivada de
telito.
En la niñez del “Lampeño” — ya lo
timos — no aparece el delincuente pre-
0z: aparece el trabajador precoz, an-
ivipado, sacrificado, doloroso, que no
ive su miñez. Y esta última, sí es
orma de delito, categórica, terminan-
e, brutal, pero no atribuíble, por cier-
0.al niño que la sufre y es su víctima,
sobre un fondo originario de institu.
ón feudal, el bandolerismo aparece. Y
ara reaccionar contra ella, de sus mis-
nos fermentos antisociales se nutre.
Recién en la adolescencia de Virgoli-
10 Ferreira va a aparecer el delin
uente, pero de tipo pasional, Un trau-
natismo psíquico inmenso, un choque
moral determinativo de la crisis es-
iritual del jovenzuelo. En ese punte
¿Sabría el cura Cicero, pensaría
ambién así el padre Cicero sobre to-
das estas cosas? Muchas veces nos he-
mos formulado esa interrogación. Mu-
chos han lanzado contra él la-acusa-
ción de acobertar delincuentes de esta
traza. De esta acusación lo defiende
un pueblo... Y, entretanto, allá iban
hasta él gobernadores y caciques, me-
nesterosos y potentados, hambrientos y
millonarios, bandidos y fazendeiros.
Alguna vez fué elegido en los comi-
cios vicegobernador de su Estado. Y
renunció el cargo. Fué elegido diputado
estadual, presidente de la Asamblea
legislativa, diputado federal, y renun-
16 los cargos.
Pero fué siempre “prefecto” de la
-iudad de Joazeiro. Lo repetimos: su
reino era de este mundo. Y su reino
era el sertón. Y en su reino era tauma-
turgo, patriarca, sacerdote y caudillo.
Limosna de pan a unos, limosna de
ración a otros, castigo de penitentes
2 muchos. Con algo de monseñor Bien-
venido en el dar, con algo de Savona-
“ola salvaje en el predicar, con mucho
de hombre én el bendecir, para él no
ara la mano la que ofrendaba: era el
ilma. Y juntas iban joyas de bandi-
los y joyas de señores sobre las tú-
ticas de la Virgen María. En el pia-
loso intento no había sino: ofrendas a
Nossa Senhora...
Aunque el ruido de las descargas
mbiese cesado en las puertas del tem:
plo, y, en las puertas del templo, lue-
go de la oración penitencial, recomen-
zasen...
Ante ése sacerdote estaba ahora Vir-
zolino Ferreira, muchacho de unos diez
y siete años por ese tiempo, su ahijado
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