26 de octubre de 1938.
Resumen de lo publicado
infancia rebelde y bárbara, de lucha
continua contra el trabajo duro y ago-
tador de los sertones y la coditia de los
hombres. -
Por todo ello, y bajo la sangrienta com-
plicidad de la tragedia, cayeron los pa-
dres de Virgolino Ferreira. También su
hermano “Chiquinho” pagó con su vida
inocente la maldad e injusticia del feudo
cruel del Nordeste,
. Nada pudo frente a Virgolino la santa
influencia de su padrino, el padre Ci-
cero, sacerdote de Joazeiro. Más pudo la
sangre derramada de sus padres y su
hermano. El demonio que todo sertanejo
lleva dentro, se desató en la venganza.
Se cobró la deuda en crimen con el en-
cargado de los campos que ocupara su
padre, y acompañado de sus hermanos
Antonio y Levino ataca la partida poli.
cial que ultimara a los suyos, y deja co-
mo. saldo de la refriega tres muertos
más por su mano de niño que ya cum-
plía venganzas... ,
Y. así fué que se les vió llegar un día
hasta el campamento de “Sinho Perei-
ra”, el bandido más temido del sertón,
y que empuñara las armas penadas pol
la ley por idénticos deseos de venganza
que sus nuevos compañeros.
Hacía su entrada al bandolerismo la
bárbara y alucinante figura del “Lam-
peao”, -..
CAPITULO IX
IEN pronto comenzó a correr por
los Sertones este nuevo nombre
bB: guerra: Lampeño,
Se comentaban sus hazañas. En
todos los relatos resaltaba nítidamen-
te el rasgo de su bravura. Cuando era
todavía un niño, se comportó como un
“hombre”. De hombres es, en la co-
marca, . vengar con sangre la afrenta.
Y éste se había encontrado, muy tem-
prano aún, en el deber de vengar pa-
dre y madre, brutalmente asesinados
por una partida de policía volante.
Desde entonces se había formado
al lado de Siño Pereira, el aristócrata
que se alzó bandido.
Y había sido precisamente Siño Pe-
reira quien bautizara el Lampeño con
su nombre de guerra.
Ahora, Siño Pereira había abando-
1ado sus armas de bandido. El padre
Cicero, el taumaturgo de Joazeiro, ob:
tuvo esta conversión milagrosa. Y con
cartas del padre Cicero, marchó un
día, desde sus reductos salvajes de la
Pedra Bonita hasta una lejana fazenda
de Minas Geraes, quien fuera nieto
del barón de Pajehu, servidor del im.
perio. Y que había entrado al “can:
gaco”, también como Virgolino Ferrei-
ra, para vengar la muerte de su padre.
Con la retirada de Siño Pereira, los
hombres de sá banda se hubieran dis-
persado por las sendas sertanejas como
agentes del estrago. Permanecieron
unidos. Tenían un jefe, grande y bravo
como el otro. Joven aún. Pero la culata
de su carabina tenía ya más cortes de
cuchillo, que su dueño años. Y cada
corte, una muerte... .
Era más bien pequeño. Y enjuto de
carnes. Hombre ya, su rostro tenía
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lampeño (farol)!... ¡Este es nuestro
lampeño!
— ¡Nuestro Lampeño!
— ¡Lampeáo! !
Los hombres de la banda repetían
este nombre y abrazaban al muchacho,
Virgolino Ferreira recibía de nuevo
el bautismo. El nombre de guerra cayó
sobre su frente y resonó en su corazón,
junto a la Pedra Bonita que fuera bár-
baro altar de holocausto, en otra escena
de misticismo delirante de la dolorosa
multitud sertaneja.
' Y en las gargantas «de piedra del re
cóncavo serrano, un nuevo nombre vi-
bró con ancho estremecimiento: Lam-
peúño.
Eu
Virgolino, de niño, amó mucho a sus
padres.
Cuando murieron ellos bajo el cri-
men, él les dió sepultura. Después, to-
das las ternuras de su corazón se vol-
caron en sus dos hermanos. Y sobre to-
do, en el menor: Levino.
Levino era áspero. Y bravo. La muer-
te de sus padres despertó en él quién
sabe qué impetuosa suma de dormidas
fierezas. . -
En el combate, no daba cuartel. Ni
lo pedía. Bajo su mano, no había pri-
sioneros. -
Se hizo hábil en el tiro, Virgolino
lo apodó por eso Ponto Fino.
Virgolino quería tenerlo siempre jun-
to a sí en la lucha, Y muchas veces
apartó con sus brazos, y con su pecho,
la muerte que iba en busca de su her=
mano. -
Pero Levino no admitía esta tutela.
rasgos de adolescente, Corto en pala-
xras, largo en bravuras, no buscaba
pendencias, Tba a su objeto. Y lo cum:
olía. Y sus hombres con él. ;
Era, más que generoso, pródigo. El
esultado de las correrías de su ban-
la, no era repartido totalmente entre
todos. Del botín de guerra, él destinó
siempre una parte para los pobres del
No asombró esta visita en la banda.
Cambién Siño Pereira comenzó a los
liez y seis años...
Pero preguntó. Y obtuvo rápidamen
e respuesta. Una dolorosa y bárbara
1arración de hechos. La que nuestros
ectores ya conocen.
- Sin embargo, aquella aventura re-
basaba todos los límites. Y fué así que
da NnIJ27- + E
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A
ugar donde acampaban. Y otra para
imosnas y ofrendas en devociones de
glesia.
Gustaba de fiestas, Gustaba de can-
iones. Y cantaba y reía, vuelto en las
casiones niño. El, que no pudo serlo.
. Y tenía, además, un nombre reso-
nante:
Lampeáño.
Siño Pereira, sonriendo, preguntó a
Virgolino: . o
— Y ustedes ¿quieren ingresar en
ni banda? . - ..
Y Virgolino, alzando .los ojos: —.
— Eso mismo... .
Siño Pereira preguntó de nuevo:
— Y ustedes ¿saben pelear así como
ticen?... -
— Si...
— ¿Y cómo hacen ustedes para ma-
ar gente? - .
Virgolino respondió con calma:
— Yo sé que en la pelea de ayer,
ai rifle alumbró con su fogonazo...
— ¿Alumbró?...
—-¡Alumbró! Igual que un farol
Jampeño) en la calle. Yo veía a los
olicías a la luz de mi rifle,
— ¡Virgen Santa!... Entonces...
Gritó alborozado Siño Pereira, Y
i1brazando al muchacho, y dirigiéndose
a sus hombres que seguían atentos el
diálogo, exclamó: .
-— : Ya tenemos luz!... ¡: Ya tenemos
Como .no admitía el perdón de vidas
que tantas veces, después de la refrie-
za, o de los asaltos, el Lampeño otor-
zaba.
Y muchas veces, al regresar al cam-
»amento, terminado el combate, Virgo-
ino llamaba a su hermano. Seguían
juntos, al paso lento de sus caballerías,
al frente de la columna. Y Virgolino
'0 amonestaba por sus cóleras, sus ca-
prichos, sus bravuras sin objeto, su te-
meridad extraña. Sus admoniciones co-
menzaban siempre por estas palabras,
angidas de profunda ternura: s
—- Escucha, Levino, hermano mío...
Hasta que éste bajaba la frente. Se-
zuían en silencio, Triste el uno. Pesa-
roso el otro. Hasta que por fin, Levino
xclamaba:
— Tienes razón, hermano mío...
Un abrazo. Una sonrisa de paz, Un
alegre galope hacia el campamento le-
jano. .
(Continúa en la página 25)
¿Cómo fué lo
del nombre?
A la cueva de
Siño Pereira y
su banda llegaron
un día tres rapa-
zuelos, El mayor,
de diez y seit
años. Los tres a
caballo. Los tres
fugitivos. Los
tres con el alma
de luto. Y san-
grientas de cum-
olidas venganzas.
'as manos, Era:
Virgolino Ferrei
ra. Y Levino, %
Antonio. -
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