DON
PANFILO
Y Su
PERRO
-ONGAN
Pz KNER”
1.
Un asesinato
viaje, si bien el recordarlo no le amar-
zaba sus placeres de contempiador; si
la muchacha supiera que era un hon:-
hre intrépido, un hombre lleno de va-
'or que iba a asistir, dentro de un ra-
0, a una ejecución, le admiraría.
El ómnibus se detuvo. French sin-
tió como una aguda y súbita frialdad
2n el corazón y exhaló un profundo
suspiro. Tuvo que hacer un esfuerzo
de voluntad para levantarse, Hubiera
querido que faltase aunque sólo fuera
in minuto para llegar, La proximi-
dad del gran horror le estremecía.
Sacando fuerzas de flaqueza, se apeó,
después de mirar una vez más los ojos
«ñolientos de la linda vialera.
4
o
vo oynuIcate, Ine, Wero aeoer
DE" C,
E 4
:LLA MA-
"Ar: LOS
. CAPI
s
Continuación de la página 10) |
APPLE
— Son las seis menos cinco — dijo
fiscal, levantándose.
Los doce jurados se levantaron tam-
ién y lo mismo hicieron el doctor y el
ficial de policía. Todos. los rostros es-
ban pálidos, pero las levitas negras
los sombreros de copa le daban al
Tupo una grave y serena solemnidad.
French, que ocupaba el tercer lugar
e la fila, echó a andar, al paso, tam-
ién grave, sereno, solemne, de la pro-
esión.
Los corredores de la cárcel se halla-
an desiertos, y las pisadas de los
uince hombres sonaban claras, secas,
.
TAN ez KNERR
PNODASE
ES 7
m
3"
INO VISTE A 15
— LLITAS2,
ENCUE",
ERRI
SCAR
TE
ONE.
ur La
3
>
A
=
vajo las bóvedas.
La luz fría del sol naciente penetra-
va por las ventanas enrejadas de la
ala donde debía tener lugar la ejecu-
ión. Adosadas a las paredes grises
-abía quince sillas negras.
French ocupó la suya, trémulo, y se
sforzó en ocultar la emoción que, des-
e su llegada a la cárcel, iba apode-
indose de su alma.
En medio de la sala había un sillón
'el que colgaban, por todos lados, fuer-
es correas, En lo alto del respaldo
abía una pequeña plataforma metá-
ca para la cabeza. El mueble reposa-
a sobre una plataforma de cristal y
arecía destinado a operaciones qui-
irgicas.
“En realidad — se dijo French —
e trata de una operación: la ampu-
ación de un miembro enfermo de la
nciedad”
MUNDO ARGENTINO
De pronto, la puerta se abrió y se
yÓ en el corredor ruido de pasos. To-
los se levantaron, French, sin saber a
-iencia cierta por qué se levantaban,
les imitó.
Al cabo de un segundo, terriblemen-
le Targo, aparecieron en el umbral dos
policías, que se detuvieron a ambos
lados de la puerta. Y apareció “él”,
Todas las miradas se clavaron en
su persona. Si, en vez de un hombre,
los quinte solemnes varones hubieran
visto un fantasma, no se hubieran
asombrado,
Era un hombre de elevada estatura,
zuyo traje de lienzo blanco, contras-
tando con las levitas negras de los
circunstantes, le hacía parecer más
alto,
Desde aquel momento, French no
apartó los ojos de él. Una curiosidad
aguda, malsana, enderezaba su mira-
la hacia aquel rostro — un rostro vul-
Jar, pelirrojo. — El mirarlo le pro-
lucía una impresión desagradable, pe-
-0 no podia dejar de mirarlo. ¡Oh,
la atracción irresistible de aquella ca-
'a aún viva, que sería dentro de un
nstante la de un muerto!
El reo entró con la cabeza alta, an-
lando a gfandes pasos, mirando en tor-
10 suyo. A corta distancia de la puer-
:a, se detuvo un momento, como si va-
ilase,
French, tensos los nervios, oprimido
1 corazón, se preguntaba: “¿Qué va
v ocurrir, Dios mío?” Pero no ocurrió
1ada extraordinario: el reo, dominán-
lose, anduvo algunos pasos más. Sus
)jos miraron de un modo extraño a los
urados, de los que se diría que espe-
aba algo, Cuando su mirada se cru-
6 con la de Frech, al grave varón le
Jareció ver en los ojos del sin ventu-
'a una expresión de frío y amargo
“eproche y bajó los suyos pensando,
welada la sangre en las venas: “Yo he
votado por la pena de muerte”.
Cumplidas todas las formalidades,
«ólo faltaba proceder a la ejecución.
¿No sucedería nada que impidiese el
isesinato?... No, no- sucedió nada...
0s hechos que precedieron al acto de
a ejecución fueron de una absoluta y
-errible normalidad,
Dos ayudantes del verdugo se asie.
on, con gran cortesía, cada unc de un
razo del reo; se acercaron, en su com:
añía, al sillón y le hicieron sentarse,
“1 se sentó. dócilmente, se arrellans,
omo quien se dispone a presenciar una
unción de teatro, y esperó... Los
1yudantes del verdugo se: inclinaron
sobre él y empezaron a atarle, con las
'orreas de que estaba provisto el mue-
de, los brazos y las piernas,
Cuando los dos hombres, terminada
su tarea, se apartaron, French vió al
eo empequeñecido y convertido en una
specie de saco envuelto en una apre-
ada red de cuerdas. El sin ventura ni
siquiera podía mover la cabeza. Y ha-
ía en sus ojos Una expresión ávida,
insiosa, como si buscara algo o quisie-
rara grabar en su memoria cuanto
reía. _
Momentos después, dos manos en-
¡uantadas de negro levantaron, por
letrás del sillón, un casco metálico y
o colocaron, ligeras y hábiles, en la
abeza del reo, cubriéndola hasta el
:uello, Una mirada llena de horror,
nás breve que un relámpago, había
stremecido a French: era la última
le aquel hompre.
El reo había desaparecido, En el si-
ón estaba sentado un ser extraño,
antástico, una especie de buzo a pun-
o de hundirse en el mar, El extraño
er parecía, en su inmovilidad espan-
osa, inanimado ya. :
French se dió cuenta de que se acer-
aba el último momento, de que iba a
.currir en seguida algo terrible... Y
erró los ojos. Su emoción era tan in-
¡Continúa en la npácina siguiente)