- a *. Cuento por .
Ú f y a MIGUEL ARTZIBACHEV
MUNDO ARGENTINO
—¿Por qué? Al contrario. ..
—Es verdad... Te distraerás un
ito, _ .
Ambos exhalaron un suspiro de ali-
10. -
Ella cerró la puerta y volvió al co.
nedor, pensativa.
TT
:omún de los mortales, Natural-
nente, su mujer, un ser débil, es-
aba algo asustada, pero él era
in hombre por encima dé tales
“laquezas y tenía conciencia de la
zravedad de su misión social.
Sin embargo, ligeros estremeci-
vientos recorrían su cuerpo, no a
"ausa de la temperatura demasia-
Jo baja de la estancia, sino produ-
"idus nor la excitación de sus ner.
ba quitando de encima. _
“En efecto — pensó, terminado su
»reve discurso, satisfecho como si
.cabase de encontrar una razón. nue-
a y poderosa, — ¡cumplo un deber
cial!”
Y de nuevo se consideró una especie
e héroe llamado a cumplir una mi-
ión para la que se necesitaba un tem-
le de alma extraordinario. -
— ES verdad. es un triste deber...
- Amanecia, - Desprendíase del cielo
rris una sutil humedad, Las “aceras,
os postes del tranvía, las paredes, las
nuestras de las tiendas, estaban mo-
ados,
La vida cotidiana empezaba. Gente
ecién levantada y como no despierta
ún del todo, se dirigía presurosa, ti.
itando, a los tranvías, a los ómnibus,
-as puertas de las tiendas comenza.
an a abrirse, _
French subió a un ómnibus, que se
»uso en marcha con gran estrépito de
aerros y cristales, Ante sus ajos. des.
“Haban las casas, en muchos de cuyos
balcones las maderas estaban cerra-
las aún. Gran parte del vecindario
lormía todavía. La gran urbe, a pe.
sar de los estridentes silbidos de las
tábricas, el ruido del tránsito rodado
y el sonido de numerosas voces huma
has, parecía semimuerta,
Frente a French se sentaron algu-
Jos obreros y una muchacha soñolien.
la. El grave varón se había tranquili-
zado por completo; su depresión mo.
ral había desaparecido. Con serena mi.
rada, contemplaba a los demás viaje.
ros. Ni siquiera sospecharían que via.
¡aba entre ellos uno de los doce ju.
rados que, en nombre de la ley, debían
asistir a la ejecución del célebre reo,
cuyo terrible crimen había causado
"anta sensación.
De nuevo se sentía investido de cier.
A sombría majestad. , -
“¡Cómo me mirarían si supieran
mién soy!”, pensó,
Aquella tarde contaría, en tono pa-
UY temprano, antes de salir el
sol, todo el mundo se levantó
en la casa y se encendieron las
*— fuces.
En la calle, aún reinaba la obscuri-
dad, pero la proximidad del alba em-
pezaba a poner en el negror de las
sinieblas un matiz grisáceo. Hacía frío.
La luz, a aquella hora, hería desagra-
dablemente Ja vista y se sentía el acen-
tuado malestar, el disgusto, la pena
que sigue siempre a- un despertar fue-
ra de tiempo. ,
En el comedor, la señora French
-omaba el café, Mister French oía el
ruido de la cucharilla y de la taza
desde la alcoba, mientras se vestía.
Al ponerse la camisa de cuello y pe-
chera almidonados. tiesna se eastremo-
ció,
—Tommi: el café está servido...,
son ya las cinco — le advirtió, con
voz tímida, su mujer. El malestar del
grave varón crecía por momentos, has-
ta el punto de traducirse en una res-
piración difícil, fatigosa y en una agu-
'a nerviosidad. .
— ¡Ya voy, ya voy!
Momentos después, míster French
apareció en el comedor, vestido de le-
Tita, El severo traje concordaba a las
nil maravillas con su rostro afeitado,
de barbilla prominente, y le daba un
ire majestuoso.
Su mujer le dirigió una mirada tí-
mida y hajó en seguida los ojos, fin-
riéndose absorta en la tarea de di-
solver el azúcar en la aromática no-
"ton, -
Míster French se sentó. Su males-
-ar se había calmado un poco. Sentía,
de nuevo, el orgullo de haber sido de-
signado para asistir a la ejecución de
an criminal, honor de que había dado
cuenta, envanecido, a sus amigos, Pa-
"reciale que tal hecho le investía de
rierto carácter solemne, implacable, co-
mo la justicia. y le elevaba sobre al
N
o
'0s, y trataba en vano de dominarsc.
Mientras él tomaba el café, sin sa-
orearlo, y. esforzándose en conservar
a aplomo, su mujer callaba y evita.
a Mirarlo, muy pálido el juvenil y
ndo rostro, como si estuviera enfer-
a.
— Bueno, me voy —- dijo el grave
arón, luego de mirar su reloj.
Se levantó. Su mujer se levantó tam-
ién. Ambos sintieron en el fondo del
orazón algo doloroso, pero simularon
na total tranquilidad.
Ya en el recibidor, cuando French
staba poniéndose el gabán, ella dijo
*midamente:
— ¿Por qué no te excusas? Podías
legar una indisposición...,
El se llenó de enojo, como si su mu-
ar le hubiera dirigido un insulto,
— ¿Para qué? — contestó, - enco-
iéndose de hombros. — ¡Debo ir e
-é! 5 -
— Lo digo... porque... te impre-
'onarás... -
El enojo del grave varón subió de
unto. La hubiera reñido a su mujer,
wcluso le hubiera pegado.
— No es un espectáculo muy diver-
ido — repuso, con frialdad, conte-
iendo su ira. —- Pero si todos rehu-
esen el cumplimiento. de su triste de-
er, los criminales estarían de emho-
abuena. Una de dos: ¡o zgomos ciu-
adanos que velan por la seguridad de
1 sociedad o somos unos cobardes!
Y añadió algunas frases no menos
»mposas.
A medida que -
ablaba, diríase . ,
ue un peso se le” lITlIneirá
Cuando los dos
20mbres, terminada
su tarea, se aparta-
ron, French vió al
reo empequeñecido y
convertido ¿n una es-
pecie de saco envuel-
to en una apretada
red de cnuoerdac
uspiró la señora French, que le ha-
úa escuchado moviendo afirmativa
ente la cabeza.
Cuando su marido estaba ya abrien-
10 la puerta, se acordó de que aque-
la noche — “turno impar” — debían
r ala Opera.
— ¿Quieres que
- cedamos las huta.
PyR “edamo
útico, todos los detalles de la ejecu.
ión, y sus oyentes le escucharían bo.
uiabiertos y espeluznados,
La muchacha soñolienta — que era
nuy linda — suscitaba en él sentimien.
05 amorosos. Sus cabellos. rizosos le
'roducían un deleite visual exquisito;
ero él no olvidaba ni un Momento el
hieto de aquel madrugón y de aquel
Continús en la DÁárFina Xi: