Full text: 29.1939,10.Mai=Nr. 1477 (1939147700)

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El aventurero | 
(Continuación de la pág. anterior) 
"aba que había entendido. 
— A qué hora se cierra esto? — 
nquirió el coronel, refiriéndose al .es- 
ablecimiento. - 
— A las nueve, pero yo me quedo 
iespierta hasta las once, más o me- 
108 ;.. 
— Volveré antes... 
— Pero ¿no me dijo hace un mo- 
1ento que cruzaría la frontera?... 
— Nada: volveré antes,.. — Y di- 
iendo esto, saludó militarmente y salió 
:n mangas de camisa a la calle. 
Helena, al colgar el saco en su ro- 
Jero notó que era en extremo pesa- 
lo, y su criadita no tardó en darle la 
xplicación: 
— C'est plein d'argent, mademoisel- 
nalpó toda la espalda cubierta de pe- 
queños fajos de billetes cosidos a la 
tela para no hacer un bulto considera- 
ble y pasar imadvertidos. 
¿Qué significaba todo ese dinero? 
;Cómo Donel! había depositado toda su 
dnfianza en manos de una mujer a 
quien casi no eonocía? 
Un fárrago de ideas acerca de su ex- 
craño visitante se agolpaba en la ima- 
Pinación de Helena. ¿Notificaría a la 
»olicía de Ja presencia de ese hombre 
2n su casa? Pero en su interior dió 
respuesta negativa a su pregunta. 
tasta entonces Donell había dado 
muestras de ser un perfecto caballero, 
7 no pensaba ella en no tratarlo como 
1 tal hasta que no diese pruebas de lo 
ontrario... 
Y en su corazón, el rostro simpátice 
él coronel habíase asentado de tal mo: 
con la prensa. El coronel estaba miran- 
do a través de la ventana las sombras 
de la noche cernirse sobre Mónaco. 
Cuando la vió, hizo una señal hacia ta 
notificación: 
— ¡Ah, sí! — dijo Helena, — es una 
carta de amor del “Precepteur”. No 
es muy urgente. 
Hubo un largo silencio; y, por fin, 
dijo Donell con suma lentitud: 
— Creo que he de tener que dejar el 
saco aquí. Si el hombre vino dando mi 
descripción con esa prenda, debe ser 
porque es fácilmente identificable, y 
antonces... 
Ella no contestó, pero su gesto indi 
Cor. 
Y en efecto: metiendo la mano en 
na rotura del forro interior, Helena 
MUNDO ARGENTINO 
do, que le era difícil dejar de pensar 
er. él; ya que el amor humano es rá- 
pido para introducirse en el corazón 
de los que aman, así también es rápi- 
do en irse de ellos, como que es huma- 
no, y, siendo así, tan pronto llega co- 
mo se va, tan pronto llena como vacía, 
tan pronto alegra como entristece... 
Después de escuchar la última cam- 
Janada de medianoche, Helena; cansada 
le aguardar al que le parecía ya que 
30 vendría, iba a acostarse, cuando he 
ahí que sonó el llamador de la puerta 
ie calle y se dejó oír una alegre voz: 
— ¡Abra! ¡Soy Donell! 
Una sorpresa le esperaba: el que se 
dabía ido en mangas de camisa regre- 
saba con un espléndido “smoking”, co- 
mo cualquier turista ávido de conocer 
el Casino. . 
Prendió un cigarrillo y extrajo de 
su bolsillo un grueso fajo de billetes 
de banco, 
— No la molestaré por mucho tiem- 
po más — dijo, — porque debo mar- 
charme, Como se imaginará, he esta- 
de en el Casino... 
— ¿Jugó los cien francos que le dí 
para que se salvase cruzando la fron- 
tera, y...? 
— No, señorita: he estado en el Ca- 
sino y me he encontrado con varios de 
mis compatriotas, que al saber que es- 
taba usted necesitada no tuvieron in- 
conveniente en pagarme algo a cuenta 
le la deuda que tienen con la bibliote- 
ca. Sólo del marqués de Utrera cono- 
cía yo el monto exacto, y por eso lo 
cobré íntegro, y además le extendí un 
recibo. Aquí tiene, entre todo, ocho mil 
francos, Creo que dando eso a cuentá, 
el “precepteur” de Cotributions direc- 
tes quedará conforme... . 
Helena se dejó caer en una silla y 
tomó el fajo de billetes que le entre- 
zara Donell, 
— ¿Y qué hizo con los cien francos? 
, — Con parte de ellos alquilé este tra- 
le, otra parte usé para el automóvil 
jue me condujo al Casino, y otra la 
tengo aún en uno de los bolsillos... 
— También en la espalda de su sa- 
co... El que dejó aquí... 
Donel! contuvo su sorpresa y dijo: 
, — Es dinero que no me pertenece. 
>... 
No pudo terminar la frase porque se 
cyeron varios golpes en la puerta, 
acompañados por la recia voz de un 
rendarme: 
— Quurez! Policía... 
Helena se dirigió rápidamente hacia 
2 puerta, y mo bien hubo abierto, 
-Trumpieron en la habitación dos poli- 
Tías vestidos con ropas civiles, un gen- 
larme y el marqués de Utrera, 
Este último, en cuyo rostro se veían 
-eñales de la mayor agitación, señaló 
+ Donell: 
— ¡Ese es! —. gimió. 
Uno de los policías se encaró con el 
visitante de Helena, e inquirió: 
-— ¿Es usted el coronel Donell? 
—,En efecto, e 
— Muéstreme su pasaporte. 
Tomó el librito que el coronel le die- 
ra y lo revisó, 
— Sabe perfectamente el señor coro- 
1el Donell que le está en absoluto pro- 
sibido el entrar en territorio compreñ- 
lido en dos millas a la redonda del te- 
"ritorio italiano; ¿no es así? 
El joven no contestó, pero miró fría- 
nente al marqués. 
—También es menester que sepa 
jue sale un tren para el Norte dentro 
le veinte minutos. Lo podríamos acom- 
nañar para que no lo pierda... 
-— ¡No, no! — gritó Utrera, — A la 
cárcel y no al tren. Allí están — con- 
tinuó, señalando el dinero sobre la me- 
38 — los cuatro mil francos que me 
sacó por medio de una hábil extor- 
sión... 
— Esos cuatro mil francos son míos 
(Continúa en la página 59)
	        
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