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El aventurero |
(Continuación de la pág. anterior)
"aba que había entendido.
— A qué hora se cierra esto? —
nquirió el coronel, refiriéndose al .es-
ablecimiento. -
— A las nueve, pero yo me quedo
iespierta hasta las once, más o me-
108 ;..
— Volveré antes...
— Pero ¿no me dijo hace un mo-
1ento que cruzaría la frontera?...
— Nada: volveré antes,.. — Y di-
iendo esto, saludó militarmente y salió
:n mangas de camisa a la calle.
Helena, al colgar el saco en su ro-
Jero notó que era en extremo pesa-
lo, y su criadita no tardó en darle la
xplicación:
— C'est plein d'argent, mademoisel-
nalpó toda la espalda cubierta de pe-
queños fajos de billetes cosidos a la
tela para no hacer un bulto considera-
ble y pasar imadvertidos.
¿Qué significaba todo ese dinero?
;Cómo Donel! había depositado toda su
dnfianza en manos de una mujer a
quien casi no eonocía?
Un fárrago de ideas acerca de su ex-
craño visitante se agolpaba en la ima-
Pinación de Helena. ¿Notificaría a la
»olicía de Ja presencia de ese hombre
2n su casa? Pero en su interior dió
respuesta negativa a su pregunta.
tasta entonces Donell había dado
muestras de ser un perfecto caballero,
7 no pensaba ella en no tratarlo como
1 tal hasta que no diese pruebas de lo
ontrario...
Y en su corazón, el rostro simpátice
él coronel habíase asentado de tal mo:
con la prensa. El coronel estaba miran-
do a través de la ventana las sombras
de la noche cernirse sobre Mónaco.
Cuando la vió, hizo una señal hacia ta
notificación:
— ¡Ah, sí! — dijo Helena, — es una
carta de amor del “Precepteur”. No
es muy urgente.
Hubo un largo silencio; y, por fin,
dijo Donell con suma lentitud:
— Creo que he de tener que dejar el
saco aquí. Si el hombre vino dando mi
descripción con esa prenda, debe ser
porque es fácilmente identificable, y
antonces...
Ella no contestó, pero su gesto indi
Cor.
Y en efecto: metiendo la mano en
na rotura del forro interior, Helena
MUNDO ARGENTINO
do, que le era difícil dejar de pensar
er. él; ya que el amor humano es rá-
pido para introducirse en el corazón
de los que aman, así también es rápi-
do en irse de ellos, como que es huma-
no, y, siendo así, tan pronto llega co-
mo se va, tan pronto llena como vacía,
tan pronto alegra como entristece...
Después de escuchar la última cam-
Janada de medianoche, Helena; cansada
le aguardar al que le parecía ya que
30 vendría, iba a acostarse, cuando he
ahí que sonó el llamador de la puerta
ie calle y se dejó oír una alegre voz:
— ¡Abra! ¡Soy Donell!
Una sorpresa le esperaba: el que se
dabía ido en mangas de camisa regre-
saba con un espléndido “smoking”, co-
mo cualquier turista ávido de conocer
el Casino. .
Prendió un cigarrillo y extrajo de
su bolsillo un grueso fajo de billetes
de banco,
— No la molestaré por mucho tiem-
po más — dijo, — porque debo mar-
charme, Como se imaginará, he esta-
de en el Casino...
— ¿Jugó los cien francos que le dí
para que se salvase cruzando la fron-
tera, y...?
— No, señorita: he estado en el Ca-
sino y me he encontrado con varios de
mis compatriotas, que al saber que es-
taba usted necesitada no tuvieron in-
conveniente en pagarme algo a cuenta
le la deuda que tienen con la bibliote-
ca. Sólo del marqués de Utrera cono-
cía yo el monto exacto, y por eso lo
cobré íntegro, y además le extendí un
recibo. Aquí tiene, entre todo, ocho mil
francos, Creo que dando eso a cuentá,
el “precepteur” de Cotributions direc-
tes quedará conforme... .
Helena se dejó caer en una silla y
tomó el fajo de billetes que le entre-
zara Donell,
— ¿Y qué hizo con los cien francos?
, — Con parte de ellos alquilé este tra-
le, otra parte usé para el automóvil
jue me condujo al Casino, y otra la
tengo aún en uno de los bolsillos...
— También en la espalda de su sa-
co... El que dejó aquí...
Donel! contuvo su sorpresa y dijo:
, — Es dinero que no me pertenece.
>...
No pudo terminar la frase porque se
cyeron varios golpes en la puerta,
acompañados por la recia voz de un
rendarme:
— Quurez! Policía...
Helena se dirigió rápidamente hacia
2 puerta, y mo bien hubo abierto,
-Trumpieron en la habitación dos poli-
Tías vestidos con ropas civiles, un gen-
larme y el marqués de Utrera,
Este último, en cuyo rostro se veían
-eñales de la mayor agitación, señaló
+ Donell:
— ¡Ese es! —. gimió.
Uno de los policías se encaró con el
visitante de Helena, e inquirió:
-— ¿Es usted el coronel Donell?
—,En efecto, e
— Muéstreme su pasaporte.
Tomó el librito que el coronel le die-
ra y lo revisó,
— Sabe perfectamente el señor coro-
1el Donell que le está en absoluto pro-
sibido el entrar en territorio compreñ-
lido en dos millas a la redonda del te-
"ritorio italiano; ¿no es así?
El joven no contestó, pero miró fría-
nente al marqués.
—También es menester que sepa
jue sale un tren para el Norte dentro
le veinte minutos. Lo podríamos acom-
nañar para que no lo pierda...
-— ¡No, no! — gritó Utrera, — A la
cárcel y no al tren. Allí están — con-
tinuó, señalando el dinero sobre la me-
38 — los cuatro mil francos que me
sacó por medio de una hábil extor-
sión...
— Esos cuatro mil francos son míos
(Continúa en la página 59)