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CUBA CONTEMPORÁNEA
administración del Estado fué quedando relegada más y más, cada
vez, a los funcionarios locales, cuyos cargos se hicieron lentamente
hereditarios.
Así surgieron los daimios o Señores, que llegaron a ser con
siderados finalmente como los verdaderos dueños de las provincias
por ellos gobernadas.
Los daimios, en sus provincias respectivas, establecían y co
braban libremente los impuestos, administraban la justicia, regla
mentaban el comercio, las industrias y la vida urbana, percibían
los tributos de la población rural, y crearon, para afianzar su poder,
una clase militar, la de los samurais, cuyos miembros eran con
siderados como superiores a los artesanos, obreros, agricultores y
comerciantes.
La autoridad ejercida por los daimios emanaba, sin duda, del
Emperador, del cual seguían llamándose vasallos; pero su inde
pendencia en la práctica era mucho mayor, aún, que la de los
señores feudales europeos, porque los feudatarios japoneses no
pagaban tributo de ninguna especie al Emperador, que sólo se
sostenía gracias a las rentas de sus bienes personales.
La debilidad del Emperador frente al poder absorbente de los
grandes daimios se agravaba por el hecho de no ser aquél—como
lo fueron los monarcas europeos de la época feudal—, un cau
dillo militar semejante a sus vasallos. Los reyes de occidente
eran tenidos por sus súbditos, al menos, como primos inter pares;
pero el Hijo del Cielo, no obstante el respeto que merecía por la
elevación de su místico título, se hallába en realidad impotente
frente a sus feudatarios.
Las guerras entre los daimios eran frecuentes y a principios
del siglo XII una verdadera anarquía reinaba en el Imperio, sin
que el Emperador, desprovisto de fuerzas militares y de recur
sos económicos, pudiese intentar la intervención, de una manera
efectiva, en las querellas que entre sí sostenían las principales
familias.
Lo que no lograra el prestigio divino del Emperador, lo con
siguió Yoritomo, uno de los más poderosos señores feudales, quien
luego de vencer en los campos de batalla a los otros daimios,
les impuso el reconocimiento de su supremacía, exigiéndoles un
juramento de fidelidad, junto con la obligación de contribuir anual-