Full text: T. 26.1921,104 (19210026104)

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CUBA CONTEMPORÁNEA 
Pero los filósofos del partido imperialista habían llevado ya, 
a oídos del Hijo del Cielo las leyendas que descubrieran sobre el 
poder de sus antecesores, sembrando en su alma un germen de 
ambición y rebeldía. La petición del Shogun, revelando su de 
bilidad, demostró a los imperialistas que el momento de intentar 
un golpe contra los Tokugawa había llegado al fin, y el Empe 
rador, ansioso de recobrar el poder que sólo a él correspondía, 
contestó no solamente negándole su sanción moral suprema a los 
actos realizados por el shogunato, sino declarándose a la vez, jefe 
visible y director del movimiento antiextranjero o tradicionalista. 
Su propio alejamiento de la vida material del Estado daba al 
Emperador en aquellos momentos una fuerza incontrastable ante 
el pueblo. Y el crimen cometido por los Tokugawa al atentar con 
tra el sagrado principio de aislamiento, tendiendo una mano amiga 
a los diablos blancos, parecía tanto más horrendo cuanto que había 
logrado perturbar el sereno recogimiento del Emperador, obligán 
dole a descender entre los hombres para ir a fulminar su anatema 
contra los traidores que habían pactado la sumisión ante los 
bárbaros occidentales. 
El Emperador no era un jefe dinástico que esgrime la espada 
para conquistar el trono de sus antepasados: era un dios, el viejo 
dios de los samurais, a quien basta,un gesto de santa ira para ano 
nadar a los que torpemente pusieron en peligro la patria japonesa. 
Y al estandarte de guerra desplegado por los letrados del partido 
imperialista, a cuya cabeza se hallaba un hombre de capacidad 
extraordinaria—el Conde de Ito, luego Príncipe—, acudieron pre 
surosos los samurais—que representaban el nacionalismo ultrain- 
transigente—, el pueblo fanatizado por trescientos años de estanca 
miento y gran número de daimios. 
Para comprender la causa que indujo a muchos señores feu 
dales a simpatizar con el movimiento imperialista, es preciso con 
siderar dos razones: una, que la mayor parte de los daimios no 
pudieron, por el momento, prever las consecuencias trascenden 
tales que tendría para el régimen feudal el resurgimiento de la 
monarquía absoluta; y la otra, que el shogunato nació de la guerra 
civil entre varios grandes daimios y que, por tanto, las familias 
vencidas por los Tokugawa, conservaban contra éstos la tradición 
sangrienta de sus querellas feudales. Los daimios, pues, sólo se
	        
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