Full text: T. 26.1921,104 (19210026104)

EL japón: historia política del imperio 
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dencia populares; el Constitucional Progresista y el Constitucional 
Imperialista, gubernamentales estos últimos. 
Hubo una verdadera fiebre de estudios políticos, siendo sobre 
todo el sistema inglés de gobierno el más estudiado, pues los li 
teratos y hombres de ciencias lo consideraban como el más ade 
cuado. A través de toda la historia política del Japón ha sub 
sistido luego, como resultado de aquellos estudios y de aquel error 
sobre el carácter de la futura Constitución, la tendencia a introducir 
en las instituciones japonesas, las prácticas propias del régimen 
parlamentario puro. 
No había, es cierto, grandes campañas políticas, no se hacía 
propaganda por la prensa ni se celebraban meetings; pero se 
multiplicaban las conferencias, los cursos libres y otras formas 
más o menos directas de preparar la opinión pública. 
De las ideas predominantes durante aquel período puede juz 
garse por los programas de los partidos. Estos diferían poco en 
tre sí: todos abogaban por el respeto a la Corona, el parlamen 
tarismo, la descentralización administrativa, la autonomía muni 
cipal, libertades de imprenta, de asociación y de reunión, habeas 
corpus, etc. Los dos partidos gubernamentales se distinguían del 
liberal por su insistencia sobre la concesión de un veto absoluto 
al Emperador y el mantenimiento de múltiples restricciones en 
cuanto al sufragio. La independencia del poder judicial, la reforma 
del sistema monetario, el desenvolvimiento del comercio exterior, 
el libre cambio y el desarrollo de la marina eran también puntos 
importantes de los programas de aquellos partidos. Eran, en fin, 
los clásicos programas de whigs y tories, transportados repentina 
mente al Japón; y no era extraño ver a dos viejos daimios, que 
hubieran juzgado irreverente cambiar sus pintorescos trajes por las 
vestiduras occidentales, discutir sobre las ventajas e inconvenientes 
del juicio por jurados con tan cándido desenfado como si aquellas 
ideas les fueran familiares desde la infancia. 
Mientras los intelectuales japoneses jugaban, de este modo 
inocente, barajando cien doctrinas distintas,—pero todas mal com 
prendidas y exóticas—, Ito proseguía en Europa cuidadosamente 
la confección de la nueva Carta Constitucional. La asamblea cons 
tituyente, donde los letrados de Tokio pensaban dar rienda suelta
	        
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