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CUBA CONTEMPORÁNEA
algún partido que no debe cometer errores, es el socialista, mirado
con prevención en todas partes, y al cual, por constituirlo obreros,
se le juzga incapaz de habilidad y de cordura.
Espero que vosotros, amigos míos, peséis estas razones y os
resolváis a entrar en acción ahora, cuando todavía es oportuno.
No me determino a cerrar esta conferencia sin daros a conocer,
a título siquiera de simple curiosidad, el sistema socialista que
concebí hace algunos años en París, y que, por lo menos, os pro
bará el interés que en todo tiempo han despertado en mí los su
frimientos de los desheredados. En verdad, me mortificaba ver,
en las escuelas socialistas europeas, la preponderancia que se le
da al Estado, y yo buscaba el modo de emancipar al obrero sin
destruir al ciudadano. Creía, y creo, que si algo grande realizó
la Revolución Francesa, fué la creación, digámoslo así, y la con
sagración de la individualidad, y que sería retrogradar el someter
nos en cualquier forma a una tutela. De ahí este sencillo sistema
que voy a presentaros, en el cual la sociedad puede, sin perder
la fisonomía que la Revolución le dió, alcanzar la vida ideal de la
justicia, por la simple limitación de la riqueza, obtenida de una
manera sumamente práctica. Este sistema, del cual imprimí en
francés un rapidísimo bosquejo, hubo de gustar a algunos socia
listas, que me animaban a desarrollarlo en un periódico y a fundar
escuela. Pero mi padre me llamaba en aquellos momentos desde
Puerto Rico, porque quería verme antes de morir, y hube de de
jarlo todo para volar al lado de mi padre.
He aquí, a grandes rasgos, mi humilde concepción: Reconozco
cinco estados sociales: el estado de miseria, el de pobreza, el de
holgara, el de riqueza y el de opulencia.
Es miserable el que carece de recursos para satisfacer las ne
cesidades naturales; pobre, el que no tiene sino lo estrictamente
indispensable para la satisfacción de esas necesidades; holgado,
el que posee dos veces más de lo preciso para vivir; rico, el que
cuenta con tres veces más de lo que la vida natural exige, y opu
lento el que recibe cuatro veces más de lo que gana el pobre.
Admito, como veis, el estado de miseria, porque, por desgracia,
siempre habrá seres que, a causa de su apatía y pereza incorre
gibles o de sus vicios incurables, se encontrarán en ese estado y
nada harán por salir de él, mereciendo, por tanto, que la sociedad