SOBRE UN LIBRO DE LA GUERRA, ETC.
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dura poco. La aventura, para la inmensa mayoría, pierde el encanto
de la novedad antes de mucho; y la realidad férrea mata en breve
las ilusiones forjadas en la ciudad, entre la sugestión de las mú
sicas militares, el clamor del populacho y la embriaguez patriótica.
La realidad es, o brutalmente sangrienta, o indecible, terrible
mente árida, trabajosa y triste. La libertad soñada conviértese en
esclavitud de todos los instantes, múltiple esclavitud de todos y
cada uno, que hace del hombre una máquina de matar a la orden,
fríamente, desde lejos las más veces, sin ver al enemigo las más
veces, escondido, bañado en sudor, tiritando de frío, sin ver el
objeto de la propia actividad homicida, hundido en cuevas o mar
chando en la noche, ignorante del rumbo y el objeto, bajo la lluvia,
sobre piedras...
En este segundo estadio, que sobreviene tan rápidamente, es
indispensable, para sostener el ánimo desprovisto casi de repente
de todos sus falsos apoyos de la víspera, una fuerza ideal. Llá
mesela patriotismo, fanatismo, aun odio, esa fuerza es necesaria
de todo punto para no desmayar. Donde ella falta, sobreviene,
repitámoslo, avasallador como un torrente, el deseo de la paz, que,
contenido entonces por el miedo al castigo, la disciplina, la duda,
envenénase a la larga y se convierte en disgusto, en cansancio
iracundo o en fatalista resignación sombría. La nostalgia de las
antiguas condiciones, por míseras que realmente hayan sido, se
apodera del soldado con fuerza elemental, haciendo a su imagi
nación embellecerlas con formas y colores que tal vez nunca
poseyeron.
No es cierto que la guerra ennoblezca a los hombres. No lo
es en modo alguno. Cierto es que posee la humanidad fuerzas que,
contenidas, o sistemáticamente envenenadas, han de hacer explo
sión tarde o temprano, con daño de los mismos que, por ignorancia
o maldad, causaron la explosión. Pero tan absurdo será afirmar
que la explosión destructora es inevitable porque existen las fuer
zas, como lo fuera el decir que porque un hombre rebosa de
salud y fuerza ha de cometer forzosamente, para empleo apro
piado de éstas, un asesinato. La fuerza puede emplearse en bien
o en mal; en sí misma es amoral. ¡Ay de los que no saben em
plearla; de los que la llevan por rumbos inciertos, de los que la
alimentan en la ignorancia o en el odio, en el miedo o la envidia,