Full text: T. 27.1921,107 (19210027107)

LITERATURA SUDAMERICANA 
ARTURO TORRES RIOSECO 
HÜLE ha dado siempre pasto para lugares comunes a 
los críticos. No hay crítico con pretensiones cienti- 
ficistas que, queriéndose dar humos de nuevo Taine, 
el Tarne de la tan manoseada aplicación de la teoría 
del medio ambiente, no saque a relucir eso del clima más bien 
frío de la república austral para inferir que los poetas por allá 
son escasos, en tanto que los historiadores abundan (1). Ya los 
chilenos mismos nos hemos habituado a este gratuito artículo de 
fe. Alentados por él, calificamos de coloso a cualquier coleccio 
nador de datos y sacamos a bailar a Momsen y a otros eruditos, sin 
acordarnos de que éstos, además de eruditos, fueron filósofos de 
la historia. Por otra parte, desalentados en virtud del susodicho 
artículo de fe, si acertamos a tener un poeta, aun un gran poeta, 
nos damos de antemano por vencidos, lo posponemos a cualquier 
rimador de países cálidos. Y no es sólo este prejuicio lo que ha 
mantenido despreciada a nuestra poesía, sino también el hecho 
de que hemos carecido de críticos nacionales capaces de levantar 
el cargo. (Esta carencia de críticos ¿no contradiría en verdad la 
afirmación de que Chile es país de investigación y estudio en razón 
de su no tropicalismo?) Por dos decenios, y quizás hasta cuándo 
(1) Lo que hay es que en nuestra América, no en España, priva una concepción 
tropical en lo que se refiere a poesía. Nos sentimos inclinados a excluir la idea, el 
fondo, de la poesía, en un afán esteticista de hacerla etérea hasta confundirla con la 
música. La poesía, creen algunos, no reside en el pensamiento sino en el sonido mismo, 
en la cadencia del verso. En realidad, no hay peligro de que incurramos en el peligro* 
opuesto, el de creer que sólo el fondo merece la pena de ser considerado, con exclusión 
de todo elemento musical, estrechez de criterio en que casi incurren Aristóteles y sus 
seguidores de todas las épocas,
	        
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