PI Y MARGALL Y LA INDEPENDENCIA CUBANA
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pues, la alarma de ciertos federales. Sólo los unitarios podran ver on
malos ojos que catalanistas y federales nos acerquemos; sólo ellos se
interesan por llevarnos a la discordia.
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El gran repúblico acabó de demostrar públicamente su videncia
clarísima del problema catalán—como deducción lógica de los prin
cipios federalistas y como aplicación legítima de éstos a Cata
luña por medio de un famoso artículo que dictó estando ya
postrado en cama, siete u ocho días antes de morir, por lo que
constituye su criterio político testamentario en relación con el
movimiento catalán. Aquel artículo, publicado en 23 de noviembre,
lo he querido incluir también en el Apéndice, como documento
precioso en el que se compara el pleito de Cataluña con los de
Cuba y Filipinas; y de la comparación se deducen lecciones, avisos,
hasta vaticinios, de que algún día la aspiración de independencia
substituiría al ideal meramente autonómico de Cataluña.
¿Quién puede negar que incluyen un profundo sentido de pre
dicción, las siguientes palabras, dictadas por Pi y Margall, en su
lecho de muerte, y dirigidas a los imprevisores gobernantes mo
nárquicos?;
No podemos hoy asegurar que esas aspiraciones [las de indepen
dencia] un día no prevalgan. La pérdida de nuestras últimas colonias
nos ha hecho ver cómo pasan a ser hoy posibles, cosas que ayer no lo
eran. La creciente agitación de las ideas, el entusiasmo que despiertan
los hombres que se levantan y batallan por su independencia, circuns
tancias imprevistas, hacen posible y hasta fácil, aquello que antes pa
recía inasequible.
Este paralelo trazado por el insigne Pi, entre el problema his
tórico de Cuba y el actual problema de Cataluña, lo previo y ex
puso, también cívicamente, en 1900, otro gran español, Don Joa
quín Costa, en un Prólogo acerca del Regionalismo, donde se ob
serva que:
Aquel a quien se tiene secuestrado su derecho, y encuentra sordos
todos los oídos a sus quejas y a su reivindicación, acaba por irritarse y
rebasar en su demanda el límite de lo justo, que antes le habría satis
fecho; y a poco, trocado en convicción el amor propio, ya no admite