Full text: T. 27.1921,108 (19210027108)

PI Y MARGALL Y LA INDEPENDENCIA CUBANA 
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pues, la alarma de ciertos federales. Sólo los unitarios podran ver on 
malos ojos que catalanistas y federales nos acerquemos; sólo ellos se 
interesan por llevarnos a la discordia. 
* 
El gran repúblico acabó de demostrar públicamente su videncia 
clarísima del problema catalán—como deducción lógica de los prin 
cipios federalistas y como aplicación legítima de éstos a Cata 
luña por medio de un famoso artículo que dictó estando ya 
postrado en cama, siete u ocho días antes de morir, por lo que 
constituye su criterio político testamentario en relación con el 
movimiento catalán. Aquel artículo, publicado en 23 de noviembre, 
lo he querido incluir también en el Apéndice, como documento 
precioso en el que se compara el pleito de Cataluña con los de 
Cuba y Filipinas; y de la comparación se deducen lecciones, avisos, 
hasta vaticinios, de que algún día la aspiración de independencia 
substituiría al ideal meramente autonómico de Cataluña. 
¿Quién puede negar que incluyen un profundo sentido de pre 
dicción, las siguientes palabras, dictadas por Pi y Margall, en su 
lecho de muerte, y dirigidas a los imprevisores gobernantes mo 
nárquicos?; 
No podemos hoy asegurar que esas aspiraciones [las de indepen 
dencia] un día no prevalgan. La pérdida de nuestras últimas colonias 
nos ha hecho ver cómo pasan a ser hoy posibles, cosas que ayer no lo 
eran. La creciente agitación de las ideas, el entusiasmo que despiertan 
los hombres que se levantan y batallan por su independencia, circuns 
tancias imprevistas, hacen posible y hasta fácil, aquello que antes pa 
recía inasequible. 
Este paralelo trazado por el insigne Pi, entre el problema his 
tórico de Cuba y el actual problema de Cataluña, lo previo y ex 
puso, también cívicamente, en 1900, otro gran español, Don Joa 
quín Costa, en un Prólogo acerca del Regionalismo, donde se ob 
serva que: 
Aquel a quien se tiene secuestrado su derecho, y encuentra sordos 
todos los oídos a sus quejas y a su reivindicación, acaba por irritarse y 
rebasar en su demanda el límite de lo justo, que antes le habría satis 
fecho; y a poco, trocado en convicción el amor propio, ya no admite
	        
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