SENTIDO ECONÓMICO DE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER
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aspiración noble del cubano digno y limpio de espíritu!—está
aquí mismo, en nuestra patria física: en nuestra naturaleza, con
justicia encanto de poetas y “touristas”.
Nuestra educación, nuestra redención espiritual es obra cicló
pea, que no puede compararse a la de otros países, los de regiones
templadas principalmente, que se nos imponen por modelos. Te
nemos que violentar—puede decirse así—leyes tan universales
como la que es base de toda la ciencia económica: la ley del
menor esfuerzo.
Y serán siempre en vano—perdóneseme la exageración—las
universidades y escuelas. En estas tierras, o hay autoeducación
o no hay nada. Bajo este sol nuestro, respirando este aire, en
estas casas que no acaban de serlo, en este coro báquico de nues
tras ciudades, rodeadas de un verdor eterno, bajo el eterno azul
del cielo, la voz del profesor, por sabio y grande que sea, no es
nada. Porque si nos enseña todo lo hermoso de la vida, si nos
habla del bien, de la felicidad y del amor, si nos canta el deber
mismo, que nos devuelve centuplicada la pequeña porción de
dicha que otorgamos al prójimo, más pronto y con más ganas de
vivir dejaremos el aula. Sólo en la férrea celda de su voluntad,
por el místico fervor de su alma, que lo aleja de toda realidad
momentánea, puede el hijo del trópico disciplinar su inteligencia
y elevarse a la comprensión de los grandes ideales humanos.
La Vida, en definitiva, no se sabe si es un fin o un medio. En
nuestras latitudes, sin embargo, todo, absolutamente todo, concurre
a que nos parezca un fin. Nosotros disfrutamos perennemente de
lo que a los otros pueblos, al sentir que viene sobre ellos les hace
abandonar casi sus trabajos, bailar y cantar y entregarse a toda
clase de placeres... porque la vida—la interrogación eterna se
les aparece un momento como un fin. ¡Vivir!: he ahí todo, puesto
que nadie ha podido decirnos todavía lo que hay más allá.
Y nosotros vivimos en ese paraíso de los otros pueblos. Dé
biles e inermes, la Vida nos brinda perennemente lo que niega a
los fuertes, a los poderosos: somos dioses aburridos de su divi
nidad. Y así, a pesar de nuestra superficialidad y de nuestra eterna
risa, el desgano de vivir nos debilita mortalmente el espíritu. ¡ Por
que no hay nada más terrible que el hastío de lo bueno!
Para el de fuera que contempla nuestro pesimismo habitual y