Full text: T. 28.1922,109 (19220028109)

SENTIDO ECONÓMICO DE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER 
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aspiración noble del cubano digno y limpio de espíritu!—está 
aquí mismo, en nuestra patria física: en nuestra naturaleza, con 
justicia encanto de poetas y “touristas”. 
Nuestra educación, nuestra redención espiritual es obra cicló 
pea, que no puede compararse a la de otros países, los de regiones 
templadas principalmente, que se nos imponen por modelos. Te 
nemos que violentar—puede decirse así—leyes tan universales 
como la que es base de toda la ciencia económica: la ley del 
menor esfuerzo. 
Y serán siempre en vano—perdóneseme la exageración—las 
universidades y escuelas. En estas tierras, o hay autoeducación 
o no hay nada. Bajo este sol nuestro, respirando este aire, en 
estas casas que no acaban de serlo, en este coro báquico de nues 
tras ciudades, rodeadas de un verdor eterno, bajo el eterno azul 
del cielo, la voz del profesor, por sabio y grande que sea, no es 
nada. Porque si nos enseña todo lo hermoso de la vida, si nos 
habla del bien, de la felicidad y del amor, si nos canta el deber 
mismo, que nos devuelve centuplicada la pequeña porción de 
dicha que otorgamos al prójimo, más pronto y con más ganas de 
vivir dejaremos el aula. Sólo en la férrea celda de su voluntad, 
por el místico fervor de su alma, que lo aleja de toda realidad 
momentánea, puede el hijo del trópico disciplinar su inteligencia 
y elevarse a la comprensión de los grandes ideales humanos. 
La Vida, en definitiva, no se sabe si es un fin o un medio. En 
nuestras latitudes, sin embargo, todo, absolutamente todo, concurre 
a que nos parezca un fin. Nosotros disfrutamos perennemente de 
lo que a los otros pueblos, al sentir que viene sobre ellos les hace 
abandonar casi sus trabajos, bailar y cantar y entregarse a toda 
clase de placeres... porque la vida—la interrogación eterna se 
les aparece un momento como un fin. ¡Vivir!: he ahí todo, puesto 
que nadie ha podido decirnos todavía lo que hay más allá. 
Y nosotros vivimos en ese paraíso de los otros pueblos. Dé 
biles e inermes, la Vida nos brinda perennemente lo que niega a 
los fuertes, a los poderosos: somos dioses aburridos de su divi 
nidad. Y así, a pesar de nuestra superficialidad y de nuestra eterna 
risa, el desgano de vivir nos debilita mortalmente el espíritu. ¡ Por 
que no hay nada más terrible que el hastío de lo bueno! 
Para el de fuera que contempla nuestro pesimismo habitual y
	        
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