SENTIDO ECONÓMICO DE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER
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timos que se nos funde, que se nos destruye, y deploramos impo
tentes nuestra suerte, la clase media—creta blanca y mala que se
tomó por piedra para sus muros—sólo piensa en sí misma y en
salvarse lo mejor que pueda de la catástrofe inminente. ¡Cree
que ha de ser siempre piedra, y no le importa dónde; como si no
fuera lo que es: improvisada concreción, deleznable y blanda, que
sólo servirá mañana de relleno !...
¡Pues eso es el capital cubano! Sólo su ignorancia, su crasa
ignorancia lo exime un poco de nuestra maldición. Los cubanos
ricos creyeron que aliándose con el extranjero, que en nuestra
tierra invertía unos sobrantes mezquinos de sus millonadas, tenían
el cielo cogido con las manos. Maltrataron a los suyos, derro
charon cuanto se prometían ganar, en inútiles lujos, y arrastraron
a la nacionalidad cubana a una absurda aventura bursátil. La
sangre de Martí, como el sudor de los jamaiquinos y los asiáticos
con que se inundó la República, todo se revolvió en la misma
masa, que se tasó a capricho, para explotar al mundo entero. Ese
fué nuestro córner del azúcar.
Ahora, ahí están los ocho o diez capitalistas norteamericanos,
cuya alianza nos pareció patente de corzo. Ellos no son los Es
tados Unidos, ni muchísimo menos. Son un grupo como otro
cualquiera, de los muchos que en el enorme Imperio vecino se
disputan a dentelladas y zarpazos formidables el predominio po
lítico—el arma terrible, lo mismo se trate de la alcaldía de Hon-
golosongo que del gobierno más fuerte de la historia. Son unos
pocos, y ni siquiera interesados à outrance, sino con la relativa
displicencia del que tiene otros negocios importantes que atender;
del que algo tiene de que acusarse por haber ido a colocar su
dinero allá, en la islita antillana, en vez de hacerlo en favor di
recto del Imperio. Lo menos malo que pueden hacer es resignarse
a perder su dinero; porque es imposible que ellos no piensen en
todo lo que significaría, para su beneficio personal, la inclusión
de Cuba en los límites aduanales norteamericanos...
Y esos son... ¡nuestros amigos! esos, los únicos a quienes
dentro de los Estados Unidos podemos dirigirnos para que se
nos oiga siquiera. En el programa imponente que tienen hoy ante
si los hombres de Estado norteamericanos, Cuba no representa
nada. Sepámoslo, aunque nos sea amargo y doloroso. Las ilu-