Full text: T. 28.1922,109 (19220028109)

SENTIDO ECONÓMICO DE LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER 
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timos que se nos funde, que se nos destruye, y deploramos impo 
tentes nuestra suerte, la clase media—creta blanca y mala que se 
tomó por piedra para sus muros—sólo piensa en sí misma y en 
salvarse lo mejor que pueda de la catástrofe inminente. ¡Cree 
que ha de ser siempre piedra, y no le importa dónde; como si no 
fuera lo que es: improvisada concreción, deleznable y blanda, que 
sólo servirá mañana de relleno !... 
¡Pues eso es el capital cubano! Sólo su ignorancia, su crasa 
ignorancia lo exime un poco de nuestra maldición. Los cubanos 
ricos creyeron que aliándose con el extranjero, que en nuestra 
tierra invertía unos sobrantes mezquinos de sus millonadas, tenían 
el cielo cogido con las manos. Maltrataron a los suyos, derro 
charon cuanto se prometían ganar, en inútiles lujos, y arrastraron 
a la nacionalidad cubana a una absurda aventura bursátil. La 
sangre de Martí, como el sudor de los jamaiquinos y los asiáticos 
con que se inundó la República, todo se revolvió en la misma 
masa, que se tasó a capricho, para explotar al mundo entero. Ese 
fué nuestro córner del azúcar. 
Ahora, ahí están los ocho o diez capitalistas norteamericanos, 
cuya alianza nos pareció patente de corzo. Ellos no son los Es 
tados Unidos, ni muchísimo menos. Son un grupo como otro 
cualquiera, de los muchos que en el enorme Imperio vecino se 
disputan a dentelladas y zarpazos formidables el predominio po 
lítico—el arma terrible, lo mismo se trate de la alcaldía de Hon- 
golosongo que del gobierno más fuerte de la historia. Son unos 
pocos, y ni siquiera interesados à outrance, sino con la relativa 
displicencia del que tiene otros negocios importantes que atender; 
del que algo tiene de que acusarse por haber ido a colocar su 
dinero allá, en la islita antillana, en vez de hacerlo en favor di 
recto del Imperio. Lo menos malo que pueden hacer es resignarse 
a perder su dinero; porque es imposible que ellos no piensen en 
todo lo que significaría, para su beneficio personal, la inclusión 
de Cuba en los límites aduanales norteamericanos... 
Y esos son... ¡nuestros amigos! esos, los únicos a quienes 
dentro de los Estados Unidos podemos dirigirnos para que se 
nos oiga siquiera. En el programa imponente que tienen hoy ante 
si los hombres de Estado norteamericanos, Cuba no representa 
nada. Sepámoslo, aunque nos sea amargo y doloroso. Las ilu-
	        
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