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CUBA CONTEMPORÁNEA
en un discurso que pronunció el 13 de mayo de 1920 en el Colegio
de Abogados de Chicago.
La carta de Mr. Canning decía así:
Muy estimado señor: Antes de salir de la ciudad quiero dejar a V.
de un modo más preciso, aunque siempre en forma extraoficial y con
fidencial, mis ideas sobre la cuestión que discutimos brevemente en la
última ocasión que tuve el gusto de verle. ^
¿No habrá llegado aún el momento en que nuestros gobiernos con
cluyan un acuerdo sobre las colonias hispanoamericanas? Y si po
demos ultimar ese acuerdo, ¿no serta conveniente para nosotros y be
néfico para el mundo entero que los principios en que se basara nuestro
pacto quedaran claramente definidos y que los confesásemos sin embozo?
Por lo que a nosotros respécta no hay nada oculto.
Primero: Consideramos imposible la reconquista de las colonias por
España.
Segundo: Consideramos la cuestión de su reconocimiento como es
tados independientes, sujetas al tiempo y a las circunstancias.
Tercero: No estamos, sin embargo, dispuestos a poner obstáculos
para un arreglo entre ellas y la madre patria, por medio de negociaciones
amistosas.
Cuarto: No pretendemos apropiarnos ninguna porción de esas co
lonias.
Quinto: No veríamos con indiferencia que una porción de ellas pa
sasen al dominio de otra potencia.
Si estas opiniones y sentimientos son comunes al gobierno de V. y
al nuestro, como lo creo firmemente, ¿por qué vacilaríamos en confiár
noslas mutuamente y en hacer declaraciones a la faz de la Tierra?
Si hubiera una potencia europea que acariciara otros proyectos, o
que quisiera apoderarse de las colonias por la fuerza, con el fin de sub
yugarlas para España o en nombre de España, o que mediara la adqui
sición de una parte de ellas para sí misma por cesión o por conquista,
la referida declaración del gobierno de V. y del nuestro sería el medio
más eficaz, y a la vez el menos violento, para intimar nuestra desapro- t
bación común a tales proyectos.
AI mismo tiempo acabarían los recelos de España por lo que res
pecta a las colonias que aún le quedan, y se pondría término a una
agitación que es conveniente aquietar, estando dispuestos como estamos
a no sacar provecho con nuestro estímulo en mengua de España.
¿Cree V. que de acuerdo con los poderes que acaba de recibir esté
debidamente autorizado para entrar en negociaciones sobre el particular
y firmar un convenio? Y si esto no se hallare dentro de sus facultades
¿querría V. cambiar algunas notas oficiales conmigo? Nada sería para
mí más halagador que unirme a V. en esa obra, y estoy persuadido de
que pocas veces se ha presentado en la historia del mundo una opor-