FERMÍN VALDÉS DOMÍNGUEZ
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Un grupo de jóvenes alumnos de la Facultad de Medicina se
divierte en los alrededores del antiguo Cementerio de Espada;
alguien, sin medir el alcance de sus palabras, lanza una acusación ;
la calumnia teje después más espesas redes; el populacho penin
sular excitado ruge en las calles. Por obra de labios impuros los
alegres estudiantes despreocupados se han convertido en intencio
nados y malignos profanadores de cadáveres.
No se escuchan las voces del hidalgo Capitán Capdevila, que
dicen de honor y de justicia; y en una orgía de la demencia, ocho
inocentes muchachos caen bajo el plomo de los fusiles. Fiel a lo
anteriormente dicho, rozaré apenas la crítica al anotar este suceso
luctuoso.
Nuestro pueblo herido rumió silenciosamente su dolor y ob
servó llorando, luego, a la hora gris del crepúsculo, el lento des
filar, agobiados por la ruda faena del día y el peso de los grilletes,
de otros pobres estudiantes, mártires como los primeros, que in
juriados con el uniforme de presidiarios retornaban de las canteras.
Entre ellos, débil, enfermo, marchaba Fermín Valdéjs Do
mínguez. Había protestado varonilmente en el aula, de la ex
traña acusación. Increpó a la autoridad, y sólo alcanzó lacerara
su cuerpo la cadena de triple ramal, y un encierro que produjo
en su organismo la enfermedad de la que jamás curó. Tiempo
después, obtenido el indulto para él y sus compañeros, todos sa
béis como quedaron incumplidas las órdenes del Rey Amadeo de
Saboya, llegando Valdés Domínguez a la capital hispana algo así
como deportado.
¡ Honor para los marinos españoles de la corbeta Zaragoza en
cuyos pechos, anidado el viejo sentimiento caballeresco de la raza,
hubo hidalga hospitalidad y palabras afectuosas para el expatriado
involuntario!
La cobardía de las autoridades al producir en su miedo a la
turba uniformada, el confinamiento, prestaba, por una de esas
ironías de la suerte, un señalado servicio a Cuba. Valdés Do
mínguez pudo abrazar nuevamente en España al amigo del alma,
al hermano, deportado también, y enfermo, cuyo nombre está es
crito ya en el pensamiento de vosotros. Y cesaron para éste las
amarguras de las privaciones que imponían los escasos recursos
trabajosamente ganados, y que apenas le permitían “ir muriendo