Full text: T. 29.1922,113 (19220029113)

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CUBA CONTEMPORÁNEA 
neral Máximo Gómez, como su Jefe de Despacho. Y le cupo la 
gloria de ser actor en la jornada homérica de la Invasión, obser 
vando con Maceo en Mal Tiempo a las huestes enemigas en 
fuga... 
Al lado del Generalísimo se batió cien veces, mereciendo del 
ilustre caudillo, tan escrupuloso en el juicio, el adjetivo de va 
liente, que en aquellos labios, tenían el prestigio de una conde 
coración. 
Los incidentes de la labor preparatoria y las peripecias de la 
lucha fueron acicate del escritor. Reflejo de ellas queda un bello 
libro, Mi diario de soldado, montaña de páginas manuscritas, en 
donde vive la conspiración y alienta la campaña y se pasea el es 
píritu de José Martí en larga serie de cartas enviadas al más 
entrañable de los amigos, y en las cuales volcó el Apóstol las 
excelsitudes de su alma de iluminado. 
Los médicos de la guerra, también inédito, es producto asimismo 
de sus estudios durante la epopeya. ¡Y cuán hermoso venero de 
enseñanza, de sutiles observaciones, de antecedentes, nutrirían el 
acervo de los investigadores de nuestra historia, si no tuvieran que 
permanecer ignoradas para ellos—porque pertenecen al sagrario de 
las intimidades—aquellas hermosas epístolas de Valdés Domínguez 
dirigidas a la dama de sus amores, a su idolatrada Asunción! 
Abono de la inestimable confianza, en mí depositada, en un 
gesto nunca bastante agradecido, pongo el índice en mis labios, 
con religioso respeto. 
Conquistada la libertad, Valdés Domínguez sirvió a la Repú 
blica; pero seguro entonces de que la obra mayor estaba reali 
zada, fué voluntariamente obscureciéndose poco a poco; a ese 
gradual eclipse también contribuyó el terrible mal que destruía, 
lenta pero victoriosamente, su naturaleza. ¡Años dolorosos en que 
observó el avance de la muerte y que habrían sido más duros sin 
el estoicismo de la dulce compañera! 
El día trece de junio de mil novecientos diez, en esta ciudad 
de La Habana, testigo de sus primeros arrestos y de su gesto inol 
vidable, se tendió Fermín Valdés Domínguez en la sombra para 
erguirse en la inmortalidad. 
Todo un pueblo lloró su eterna ausencia; todo él le acompañó 
al lugar donde hoy su materia reposa. La patria le rindió los me-
	        
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