JUAN MONTALVO
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(2) Joya Literaria, págs. 140-142.
una lección profunda de sabiduría. Allá voy, amigo; allí encuentro
al género humano reunido, nivelado, en gobernación perfecta: silen
ciosos, obedientes y ordenados todos: los que amaron: Abelardo y
Eloísa; los que fueron opulentos: Casimiro Périer, Laffitte; los que
cautivaron el mundo con su genio: Molière, Racine; los que le delei
taron con el arte: Rachel, Talma; los que padecieron: Eloísa otra vez,
y todos los demás; porque el dolor es semilla del corazón, dote de la
especie humana, al cual no es posible renunciar ni en medio de las
riquezas, cuyas voces no se dejan de oir, ni el estruendo de la música
que nos hace bailar furiosos. (2)
Un sentimiento, sobre todos los demás, parecía predominar en
el ánimo de Juan Montalvo: su inmenso amor a la libertad. De
ahí, a nuestro juicio, el porqué gustaba de la soledad desde su ju
ventud y se sentía atraído por la naturaleza; y consagraba más
tarde toda su existencia a combatir el fanatismo y la tiranía. Sen
tía que le era tan necesario respirar el aire puro, como pensar
libremente. En un recinto estrecho se hubiera asfixiado. No hu
biera podido soportar la prisión. Así lo declaraba él mismo: “me
hubiera muerto, en un calabozo”. El cautiverio no se había hecho
para él. La suerte de algunos grandes hombres—como el Tasso—
que se consumieron en la oscuridad de una prisión le hubiera sido
intolerable. Montalvo no se hubiera consumido: habría sucumbido.
La luz le era tan indispensable como el alimento mismo. Se com
penetraba de tal suerte con la naturaleza, de tal modo la sentía y
se identificaba con ella, que parecía haber nacido para ser su in
térprete fiel. Con los vuelos de su imaginación contemplamos el
arroyuelo susurrante; la brisa juguetona que mece los campos; la
luna vaporosa, el sol ardiente que dora la tierra; las pampas sin
límites y el horizonte perdiéndose allá en las lejanías que apenas
alcanza la mirada.
Fué ciertamente ejemplar la probidad de Montalvo como es
critor. Esta virtud fué en él característica. A diferencia de los
que piensan que es lícito alquilar su pluma, el escritor ecuato
riano pensaba que el publicista desempeña una misión de apostolado
al difundir sus propias ideas, con las cuales debe ser consecuente
y no traicionarlas en contemplación al precio que se le pague. Y
no era a este respecto de los que predican una cosa y practican