NOTAS EDITORIALES
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ya se cuentan por años, sin tener el gusto de leer a Ud. en sus amables
cartas i en su flamante Némesis!
Seis años contará en breve la ocupación militar que pesa sobre mí
país i lo agobia. Ud. sabe, sin duda, el papel de vanguardia que nos
ha correspondido, a mi hermano i a mí, a partir de las sucesivas can
didaturas presidenciales:—la mía, que decliné ya electo i cuando el
Senado iba a perfeccionarla, i la suya, que culminó con su elección a
fines de julio de 1916—, cuando hacía dos meses i medio del abusivo
desembarco de las tropas norteamericanas en el territorio dominicano.
Sólo por cuatro meses hubo entonces Gobierno Nacional. Mi hermano
fué el Presidente; yo, el Secretario de Interior i Policía.
Fueron cuatro meses de martirio. Mantuvimos en alto el decoro
del pueblo dominicano i su derecho a gobernarse por sí mismo i con
todos los atributos de la soberanía. El úkase del Presidente W. NXAilson
—vaciado en la proclama del Capitán Knapp—nos desconoció i estableció
el gobierno de la ocupación militar el 29 de noviembre de 1916.
Desde esa fecha luctuosa asumimos, con espíritu sereno i plena
conciencia de la responsabilidad que nos cabía, el indeclinable deber
de alzar i mantener la protesta del pueblo sojuzgado, en dondequiera
que fuese útil para obtener que se nos hiciese justicia. Hemos sido
secundados en tal faena, dentro i fuera del país, de una manera cons
tante i progresiva. La acción nacionalista ha llegado a Francia i Es
paña; ha recorrido el Sur de América; ha ido a México; se ha man
tenido en Cuba; i en largos períodos se ha dejado sentir en los Estados
Unidos i especialmente en Washington. Sus demostraciones i alegatos
han servido para comprobar la insólita injusticia cometida con el pueblo
dominicano i para abonar su derecho a ser reintegrado al goce de su
libertad i su independencia.
Sin duda sabe Ud. que ese pueblo, armado de su derecho, armado de
su resistencia, armado de su protesta, rechazó a fines de 1920 el plan
llamado de Wilson para la desocupación con ataduras; i que hizo lo
mismo, a mediados de 1921, con el otro plan llamado de Harding, tan
mutilador, como el de Wilson, de la soberanía dominicana.
Desde 1917 hasta 1919—más de un bienio—hubimos de actuar casi
en el vacío. Luego nos hicimos oir en el Departamento de Estado,
merced a una serie de memoranda, o de viva voz en una de sus sec
ciones habilitadas para los asuntos americolatinos. Cada memorandum
abarcó un aspecto del proceso de los rejímenes social i político que,
desde 1844, normalizaban la vida nacional dominicana; o se contrajo a
poner de relieve el vicio orijinal i los vicios i las deficiencias del réjimen
militar de la ocupación que sufre el país mal su grado.
Las cosas han variado a partir de 1920.
Ya no se perdieron en el vacío nuestros alegatos ni la protesta del
pueblo armado de su derecho i en pie tras el escudo de su pacífica
resistencia. Hace ya más de un año que un no escaso número de