LA INFERIORIDAD JURÍDICA DE LA MUJER
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y la filosofía no responden sino con titubeos y con hipótesis. Toda
religión, en cambio, contesta con afirmaciones categóricas.
Por esto digo que para las conciencias religiosas los mandatos
de su religión deben necesariamente ser considerados como abso
lutamente imperativos; pero el gran error de las religiones, en el
que han incurrido todas las que han existido en el mundo, ha
consistido en no considerarse satisfechas con imperar en el espí
ritu de sus creyentes, sino que todas han tratado de imponer sus
creencias y las normas de conducta derivadas de ellas, a los demás
seres humanos, unas veces por la compulsión política y cuando no
les fué suficiente este recurso, a sangre y fuego. Este ha sido
su error, porque una religión, así como es el instrumento más
eficaz para el gobierno espiritual del creyente, es de todo punto
ineficaz para la dirección de la conducta de aquellas personas
cuya conciencia no acepta con espontaneidad sus normas direc
trices. Y este ha sido el error en que ha incurrido la Iglesia Ca
tólica en los momentos en que se ha planteado la discusión acerca
del divorcio: en querer imponer sus soluciones, no a sus creyentes
tan sólo, sino también a todas las personas no creyentes.
No se hubiera producido en Cuba controversia de carácter re
ligioso si esta consideración elemental hubiera sido tenida en
cuenta. La religión cristiana, en general, prohibe a sus adeptos
la aceptación del divorcio; todo creyente está obligado a seguir
esta prescripción; pero asimismo toda persona no creyente debe
ser considerada libre de seguirla o no seguirla; y la legislación en
este caso pretendió establecer, no una disposición compelente, que
obligara a su aceptación por el hecho de su establecimiento, sino
una situación legal a la cual podía acogerse todo aquel que lo
deseara, sin compulsión alguna. De manera que estas razones de
origen religioso, firmes y válidas en verdad para el creyente, ca
recen de todo valor para el que no lo es.
Veamos las objeciones de carácter moral expuestas acerca de
este problema. Suele afirmarse con frecuencia que el divorcio
es un elemento de inmoralidad en las sociedades humanas, por
cuanto propende a dar facilidades para la separación de los ma
trimonios. Pero puestas las cosas cada una en su balanza, ¿qué
será más inmoral, impedir o dificultar la disolución de aquellos
vínculos que no están firmemente asegurados por el afecto, y que