LA CONDESA EMILIA PARDO BAZÁN
143
Llama la atención las locuras de aquella marquesita en Inso
lación, la crudeza y copia del natural en La Tribuna que detalla
intimidades de obstetricia. Antropólogos italianos se inclinan a
echar su cuarto a espadas al remover La Piedra Angular. Al aris
tócrata que viene a menos y se aisla de la sociedad, renegando de
su casta y de su rango, para sumergirse en el fiemo de la idiotez
pasional, se le conoce en todo su proceso degenerativo, en Los
Pazos de Ulloa.
Valientemente atacó, rompiendo prejuicios de sexo y de medio
ambiente timorato, el prurito de la literatura religiosa, por ama
nerada, por antiartística, desde que era estrecha su tendencia. En
España, y dado el círculo que le rodeaba, acredita sinceridad y
presencia de ánimo romper viejas coyundas que pocos osaban
desatar, temerosos del qué dirán y de la censura virulenta.
Su género literario preferido era la novela, cuya influencia tras
cendental reconocía en el tráfago del progreso del siglo. Como
antes con la epopeya, hoy con la novela se han sustentado las
doctrinas más atrevidas y se han difundido amenamente todas las
ideas; en el campo de la ciencia y del arte. Novelas brillan como
astros en la historia o como tratados de filosofía revolucionaria.
Si se formase prolija estadística de la producción literaria uni
versal, se vería que la novela rehinche bibliotecas y librerías. Los
grandes novelistas de la época son ubérrimos. Muchos autores no
han vacilado, como reglamentación de su trabajo, en lanzar si
quiera dos anuales, a lo largo de su carrera. De aquí que algunos
se han enriquecido rápidamente. No es aislado el caso del noruego
Knut Hamsunt, el de Victoria, Hambre y Pan. En España, me
recería citarse a Blasco Ibáñez. Ningún novelista contemporáneo
ha muerto de hambre. Siglos atrás, al príncipe de ellos le sitiaron
necesidades y deudas. Fué enterrado poco menos que de limosna.
Se aducirá la pobreza de Pérez Galdós, que no fué franciscana.
¿Se debió quizá a la mala administración de sus libros, o acaso a
la explotación de las empresas editoras y teatrales? Cierto que
su fortuna no correspondió a la categoría de tan excelso nombre,
pero las causas tal vez convendría rastrear en el mal de la raza
y en la resistencia del medio que no acertó a comprenderle. Cruda
fué la campaña en su contra. La crítica le mordió fieramente:
se trató de hacerle el vacío, porque era escritor liberal. Sus doc-