CON EL ESLABÓN
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¡ Oh deliciosos moralistas !, ponéis por las nubes la ecuanimidad.
Tenéis mil veces razón. En la esfera más serena del empíreo se
cierne esa virtud sobrehumana; para que la contemplemos, la
admiremos, la apetezcamos y jamás la toquemos.
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Crítica impresionista, franqueza; crítica dogmática, pedantería.
Por lo mismo, ésta se lleva de calle todos los sufragios.
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Entramos en la liza de la vida con esta divisa en el escudo:
inconstancia y fragilidad.
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Hoy en la India el ascetismo, cruzado de brazos, quiere ven
cer a los cañones ingleses. Gandhi es un santo; los ingleses unos
bárbaros. Pero hasta ahora todos los yangüeses han molido a
estacazos a todos los Gandhis. Adviértase que digo prudente
mente: hasta ahora.
Lo único cierto es lo pasado, exclama con amargura la sabi
duría antigua. Y no lo conocemos o lo desconocemos, añado yo.
Por donde se ve cuán perspicaz maestra es la experiencia, que
no tiene otro lazarillo.
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En el colofón de un viejo libro valenciano se lee: “Acabóse
en el año de las discordias de Mil y quinientos y veinticinco.” Mu
cho atribulaban las germanías al buen Jorge Costilla, cuando se
le escapa ese lamento; mas ¿qué impresor sincero y comunicativo
no pudiera escribir otro tanto, en cualquier lugar y año en que
pusiese fin a su labor? El año de la concordia es el que está por
venir.
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“Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.” ¡Ay! ¿por
qué este mensaje divino ha de tener una pierna más larga que la