LA MAESTRA GABRIELA MISTRAL
jARA unos diez años, las revistas chilenas comenzaron
a publicar versos de una frescura y un encanto sen-
*1 M Cl ^° ^ S rave ’ fi ue armonizaba admirablemente con
el seudónimo de su autora, Gabriela Mistral. Una
preceptora de escuela rural, que vivía en los alrededores de la
ciudad de Los Andes, al borde del camino real que va a la Ar
gentina, era el creador de esa noble obra literaria. Su casita
pendía como un nido del barranco por donde baja despeñándose
el Aconcagua, y por sus ventanas del oriente, podía verse contra
el sol mañanero los frontones enormes de la cordillera, evocación
fecunda para cualquier alma despierta a la belleza.
La poesía de Gabriela Mistral tiene bien poco parentesco, sin
embargo, con la del felibre de Provenza cuyo nombre ha adoptado.
Aparte su entusiasmo por la naturaleza espléndida de nuestros cli
mas, por la luz milagrosa del sol y la sonrisa de las ñores, la poe
tisa chilena deja la mano del poeta helénico del valle de Crau
para internarse por la penumbra pensativa de nuestras montañas,
donde hasta la edad inmemorial de las piedras parece meditar y
sugerir meditaciones trascendentes. Gabriela Mistral es mística,
en cuanto todo poeta tiene ojos que traspasan la superficie de las
realidades y ven los enlaces sutiles de las cosas y los espíritus.
El misticismo de esta mujer abraza la fe panteísta de los
que no tienen ninguna. Ve con los ojos del presentimiento una
continuidad poliforme de nuestra vida, si no de nuestra conciencia,
en la tierra y el aire que nos rodea. Siente el roce de las almas
hermanas que ya se desprendieron de su envoltura, en los soplos
vagos de los crepúsculos, en los rumores sin voz de la soledad, en
el parpadeo de las estrellas. “Estamos en Todo, y Todo está en