101
LA HABANA LITERARIA
UN NOVEfJST A CUI >ANO
EN EL EXTRANJERO.
Mmradüoimos á continuación, con
"O verdadero júbilo y natural or-
fy güilo, las encomiásticas apre-
ciaciones que lia emitido el
eminente crítico M. Leo Quesnel, en
las páginas de La Noucelle Revne, acer
ca de dos obras de nuestro insigne no
velista y estimado compañero Ramón
Meza, á quien reiteramos, desde estas
columnas, la calurosa felicitación que
le dirigiéramos personalmente por el
envidiable triunfo que acaba de obte
ner y del que lo creemos merecedor,
como de otros más altos, por su talento
excepcional, por su conciencia literaria
y por su incesante laboriosidad.
En un estudio sobre La TAteratura
Española, publicado en el número del
15 de Septiembre do 1888, de la men
cionada revista francesa, se expresa el
competente crítico M. Quesnel en los
siguientes términos:
«Algunos libros nos llegan de las co
lonias. El señor Ramón Meza, de la
Habana, lia publicado una obra encan
tadora de originalidad; sí, de originali
dad; porque hay una en la literatura de
imaginación y es la de dar el buen pa
pel á la vejez. Balzac lo ha hecho, pero
no ha tenido, bajo este aspecto, imita
dores. Es frecuente—y también más
fácil—concentrar el interés en los aman
tes. El señor Ramón Meza ha prometi
do al mismo tiempo,—quizás los haya
dado á luz á la hora en que escribimos
—croquis de costumbres habaneras, por
los cuales nos regocijamos de antemano,
pues hemos vivido algunos años en las
Antillas españolas y esas pinturas de
ben sor tan fieles como agradables. Has
ta los «americanismos» de su lengua
prestan encanto á su estilo.»
Posteriormente, en otro trabajo sobre
La Literatura Contemporánea de España,
publicado en el número del 1? de Oc
tubre último, de la afamada Non relie
Revue,, dice M. Leo Quesnel lo siguiente:
«El buen viento de la novela de cos
tumbres ha soplado igualmente sobre
la Habana. Un novelista ha aparecido
en la gran Antilla que podría, por dis-
tiutas consideraciones, casi igualar á
Palacio Valdés, su modelo. Tiene de
éste la ironía mordáz y la penetración;
quizás no tenga la sonrisa amable. Ra
món Meza no es un español, es un cu
bano; y los cubanos han sido nutridos,
desde hace siglos, con tantas lágrimas
y con tanta hiel, que el sarcasmo tiene
que ser amargo en ellos.
La mejor de las novelas que ha pu
blicado el señor Meza, es ciertamente
una obra de amargura, casi una obra
de venganza: Mi t'io el empleado (Mon
onde le fonctionaire) contiene una histo
ria antigua y banal, pero que nadie,
creemos, había escrito todavía en Cuba.
Esta historia es la de la multitud de
empleados de todas categorías, que, ha
biendo salido pobres de Cádiz, vuelven,
después do algunos años, ricos é hin
chados de orgullo, á su país; la de los
aventureros de la administración, que
los aventureros de la política despachan
de Madrid, como arman corsarios los
armadores, y con los cuales dividen,
bajo una ú otra forma, las ventajas y
los productos; en fin, la de los Verres
de todos los tiempos y paises, desde
Roma hasta nuestros días. No tendría
nada de característica si los abusos no
revistieran, en las colonias españolas,
un aire de magostad y de legitimidad
completamente particulares. El que es
cribo estas líneas podría, consultando
sus recuerdos personales, poner un
nombre debajo do cada uno de los re
tratos trazados por el señor Meza. Si
no ha conocido siempre el modelo, pue
de decir á lo menos:
«Es tu hermano
O bien alguno de los tuyos.»
Sin embargo, Mi tío el empleado no
es una novela de clave: no se necesita
clave, en efecto, para reconocer perso
najes conocidos de todos, hechos que
so ostentan á la luz del día y que, para
el que haya vivido en la colonia, cons
tituyen la vida cuotidiana. .
La estructura de la novela es buena
y sencilla. El primer volumen tiene
por encabezamiento: Como llegó á Cu
ba mi tío; y por epígrafe esta cita de'
Perez Galdós: