Full text: 1.1891=Nr. 1-8 (1891000100)

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LÁ ÍÍAÊaNA LITERÁRIA 
güilos céntimos de ternura, y k epide 
mia seguía azotando. 
La niña se indignó. No pensaba en 
la inmensa fortuna que había disipado 
locamente: el punzante aguijón de su 
caridad era cada vez más vivo, aumen 
tando el horror de su miseria. ¡Era tan 
dulce ir en busca de los mendigos en 
las claras mañanas de sol! ¡Era tan 
dulce amar y ser amada! Y ahora de 
bía ocultarse en la sombra, esperando 
á su vez la limosna, que á caso nadie 
le daría 
Por un instante pensó cuerdamente 
en guardar como una reliquia los pocos 
céntimos que le quedaban, é irlos gas 
tando con gran prudencia. Pero Je en 
tró tal frió, en su aislamiento, que se 
lanzó al campo para calentarse al sol. 
En el camino, en la primera encrucija 
da, encontró á un joven, cuyo corazón 
se moría de inanición. Ante semejante 
espectáculo despertóse su ardiente ca 
lidad. No podía negar su miseria. Y, 
radiante de bondad, más llena de ab 
negación que nunca, puso el resto de 
su corazón en sus labios, se inclinó dul 
cemente, dió un beso al joven y le dijo: 
—Ten: he aquí mi última moneda. 
Dev u élvemela. 
i Y 
El joven se la devolvió. 
Aquella misma tarde envió á sus po 
bres una carta de despedida, manifes 
tándoles que se veía obligada á suspen 
der s us limosnas. Le quedaba á la que 
rida niña precisamente lo necesario pa 
ra vivir en honrada medianía con el 
último hambriento a quien había so 
corrido. 
La leyenda del Capita Azul <\el Amor 
carece de moral. 
e. ZOLA. 
M E D A L L O N E S . 
i 
LECOXTE DE LISLE. 
De las eternas musas el reino soberano 
Recorres, bajo un soplo de vasta inspiración, 
Como un rajah soberbio que en su elefante indiano 
Por sus dominios pasa de rudo viento al son. 
Tú tienes en tu canto como ecos de océano. 
Se ve en tu poesía la selva y el león; 
Salvaje luz irradia la lira que en tu mano 
Derrama su sonora robusta vibración 
Tú del fakir conoces secretos y avatares 
A tu alma dió el Oriente misterios seculares, 
Visiones legendarias y espíritu oriental. 
Tu verso está nutrido con savia de la tierra; 
Fulgor de Ramayauas tu viva estrofa encierra 
Y cantas en la lengua del bosque colosal. 
II 
WALT WHITMAX. 
En su país de hierro vive el gran viejo 
Bello como un patriarca, sereno y santo. 
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo 
Algo que impera y vence con noble encanto. 
Su alma del infinito parece espejo; 
Son sus cansados hombros dignos del manto; 
Y con arpa labrada de un roble añejo 
Corno un profeta nuevo canta su canto. 
Sacerdote que alienta soplo divino, 
Anuncia en el futuro, tiempo mejor. 
Dice al águila: «¡Vuela!», «¡Vogal» al marino, 
Y «Trabaja» al robusto trabajador. 
Así va ese poeta por su camino 
Oon su soberbio rostro de emperador! 
RUBEN DARIO.
	        
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