LA HABANA LITERARIA
mera piedra de la capilla • erigida sobre
la tumba del Padre Varela, I). José Ma
ría Casal dijo el siguiente discurso, cu-
ya .copia junto con la do un Elogio fú
nebre .pronurteido por el Rev. J. F.
O’Neill, y un Acta ó relación de la ce
remonia, se colocaron en un hueco de
la misma piedra.
«Señores: El muy Reverendo Padre
Félix Varela, dechado de todas las vir
tudes, fué amado de cuantas personas
le conocieron, porque su bondad no te
nía limites, imitando á Jesucristo en
cuanto es posible á un mortal: vivió so
lo para el bien de la humanidad, ocu
pándose constantemente en instruir al
ignorante, en favorecer al desvalido y
en consolar al triste: su único placer era
pensar en Dios y adorarle; querer á sus
semejantes y guiarlos por el camino de
la verdad. El que ama es siempre ama
do: Varela amó á todos los hombres y
Varela ha sido amado por todos; pero,
■señores, los cubanos le deben á Varela
no solo amor, le deben la instrucción
que tienen, lo que hoy son, y á no ha
ber sido por su extraordinario talento,
su constancia, su saber, su desinterés,
ahora estaría el entendimiento de ellos
oprimido bajo el peso de la autoridad
«le los hombres que escribieron en si-
gl"S muy atrasados. Cuando Varela
apenas tenía veinticinco años, sin dine
ro, sin influjo, sin otro poder que su in
teligencia y perseverancia, combatió
las preocupaciones de aquella época;
venció con la razón y la verdad á los
que gozaban de más prestigio y rompió
para siempre las cadenas (pie ataban
el entendimiento de los cubanos: desde
entonces piensan estos con libertad y
Cuba puede señalar con orgullo muchos
de sus hijos que la honran por su sa
ber y que imitadores de Varela, comu
nican ásus compatriotas la libertad del
pensamiento, el amor á la verdad.
Si Varela debe ser querido de todos
los hombres por su amor al genero hu
mano, los cubanos deben quererle co
mo á un padre, porque ha dado vida á
su inteligencia, ha desatado su espíritu
para que .vuele libre de errores y se
acerque más al trono del Altísimo de
donde proviene; y en efecto, señores,
los cubanos le han querido y le quieren
con entusiasmo, y el nombre de Varela
será siempre venerado entre ellos, que
constantemente le lloran como huérfa
nos desde el año 1822.
En el instante en que supieron el mal
estado de su salud, algunos discípulos
suyos y amigos quisieron haber podido
correr hasta su lecho para consolarle y
aliviarle, pero he venido yo solo á nom
bre de ellos con encargo de arrebatarlo
de los brazos de la muerte, si era posi
ble, llevándolo á otro clima más cálido,
y cuando llegué el día 3 de este mes ya
nuestro amarlo Varela se había despe
dido de los hombres, estaba en el cielo
desde el 25 de Febrero, y no hallé sino
sus despojos mortales en este cemente
rio bajo de un montón de tierra que
me designó su tierno amigo el venera
ble sacerdote Mr. Aubril: allí contem
plamos y oramos como católicos, llora
mos como hombres y nos consoló el
sentimiento de la inmortalidad.
He deseado llevarme á la Habana
estas preciosas cenizas para que el se
pulcro de Varela esté al lado de su cu
na, para que los cubanos las guarden
con el respeto y veneración que se de
be,. para que tengan el consuelo de po
seer el cuerpo de su maestro y amigo
no habiendo podido estar entre ellos
los 30 años últimos de su vida, para que
esas cenizas estén con las de sus ilus
tres v malogrados discípulos Escovedo,
(lovantes, Bernárdez y otros, y para
que los cubanos puedan decir á sus hi
jos y nietos:—«Aquí está el hombre
más amoroso de todos los hombres, el
maestro más querido de los habaneros,
el católico más sufrido y fervoroso, el
filósofo cubano, el Padre Varela»;—pero
mi deseo, señores, desagrada, según he
comprendido, á muchos de esta pobla
ción que le amaban tiernamente, y sé
que el llevarme por ahora estos apre
ciables restos causaría un profundo do
lor á los amigos que hoy le lloran, con
especialidad á las personas que le acom
pañaron y consolaron en sus últimos
días con tanto cariño, con tanto amor
como pudieran hacerlo los cubanos, y
éstos en muestra de gratitud se priva
rán de la satisfacción de tenerlos de mo
mento en su país, sin renunciar nunca á
las esperanzas de llevarlos más adelante;
y mientras tanto interpretando yo la
voluntad de mis compañeros y compa
triotas, he creido de mi deber erigir un
monumento donde se depositen y sean
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