Full text: Año 1.1912=No. 3 (1912000300)

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COSMOS 
Para fomentar la invasión comercial 
de los países españoles de América, ya 
que los Estados Unidos no pueden apro 
piárselos, la agresión es el peor camino, 
toda vez que no se trata de competido 
res, sino de presuntos clientes. Hasta 
la fecha, en la historia del comercio, á 
ningún vendedor se le ha ocurrido para 
ensanchar sus negocios apalear al vecin 
dario, amarrarlo y llevarlo por la fuerza 
á su tienda. En vez de hostilizar á los 
setenta millones de hispano-americanos, 
los yanquis podían, si tal fuera el obje 
tivo supremo de su política, contribuir 
activamente al progreso de los pueblos, 
á la educación de las masas, para que, 
una vez educadas y colocadas en mejores 
condiciones sociales y económicas, pu 
diesen consumir mucho más de lo que 
actualmente consumen. 
Si ni la expansión territorial ni la co 
mercial parecen ser las miras de la 
política internacional yanqui, ¿á dónde 
va este Gobierno? ¿qué se propone? ¿qué 
ambición suprema le guía? 
Los gobernantes de los Estados Uni 
dos repiten á cada instante que son ami 
gos sinceros de nuestra raza. De Was 
hington salen proclamas, misiones diplo 
máticas, discursos y manifiestos inspira 
dos, en apariencia, en un deseo humanita 
rio y altruista. Parecería que en la Casa 
Blanca flota un hálito de confraternidad 
americana y un anhelo ferviente por que 
los pueblos de este hemisferio vivamos 
en paz, en perpetua concordia y en su 
premo bienestar. Pero entonces ¿ por qué 
en Washington han encontrado apoyo las 
tiranías más destructoras del bienestar 
de los pueblos? Si Washington es el 
baluarte de la democracia, el fanal donde 
brilla el supremo anhelo de los pueblos 
de gobernarse por sí mismos y ejercitar 
el derecho de buscarse por sí mismos su 
bienestar, ¿por qué el hijo predilecto, el 
amigo bienamado de la Casa Blanca es 
con Manuel Estrada Cabrera, ese mons 
truoso producto del cacicazgo americano, 
destructor y expoliador de pueblos? 
Es que los móviles de la política ame 
ricana son en realidad bien distintos. 
Una nueva forma de expansión se mani 
fiesta en ellos: la expansión plutocrática, j 
La plutocracia yanqui es la que va no j 
cabe dentro de los dominios de este vasto 
imperio. La plutocracia no puede hacer 
aquí más víctimas, so pena de provocar 
una reacción desastrosa para sus propios ' 
intereses. Para conservar su actual in 
fluencia decisiva en los asuntos públicos 
tiene que mantenerse dentro de pruden 
tes límites. Ya no puede acaparar, ni 
monopolizar más, ni oprimir con más 
fuerza á los pueblos. En el codiciado 
oeste, teatro de las futuras grandes lu 
chas comerciales, la reacción socialista , 
es mucho más intensa, atrevida, enérgi- ' 
ca, resuelta hasta el crimen, hasta el 
exterminio, como lo prueban los doscien 
tos atentados dinamiteros de los últimos 
años. Y la plutocracia ve más allá de las ¡ 
fronteras, un terreno virgen, un escena 
rio adecuado para nuevas hazañas; un 
terreno maravillosamente preparado para 
saciar sus ambiciones. Esta plutocracia ¡ 
no quiere la conquista de América, em 
presa heroica, al menos. Si tiene el oro 
para ella, carece de los hombres para 
realizarla. En vez de conquistar, com 
pra. Compra aventureros que agiten 
pueblos; tiranos que opriman. Compra 
concesiones inicuas, en que, por un pu 
ñado de monedas, hombres sin concien 
cia venden las riquezas de la patria. 
Así, Estrada Cabrera, el predilecto de la 
plutocracia yanqui, ha ido hasta el mayor 
extremo: ha vendido al sindicato Gug- 
genheim absolutamente todas las riquezas 
mineras, agrícolas, forestales; las pesque 
rías, los derechos de navegación, las 
futuras empresas de transporte, de tal 
manera que en lo sucesivo ningún guate 
malteco tendrá el derecbo de explotar su 
propio suelo. En días pasados el «Nevv
	        
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