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COSMOS
Para fomentar la invasión comercial
de los países españoles de América, ya
que los Estados Unidos no pueden apro
piárselos, la agresión es el peor camino,
toda vez que no se trata de competido
res, sino de presuntos clientes. Hasta
la fecha, en la historia del comercio, á
ningún vendedor se le ha ocurrido para
ensanchar sus negocios apalear al vecin
dario, amarrarlo y llevarlo por la fuerza
á su tienda. En vez de hostilizar á los
setenta millones de hispano-americanos,
los yanquis podían, si tal fuera el obje
tivo supremo de su política, contribuir
activamente al progreso de los pueblos,
á la educación de las masas, para que,
una vez educadas y colocadas en mejores
condiciones sociales y económicas, pu
diesen consumir mucho más de lo que
actualmente consumen.
Si ni la expansión territorial ni la co
mercial parecen ser las miras de la
política internacional yanqui, ¿á dónde
va este Gobierno? ¿qué se propone? ¿qué
ambición suprema le guía?
Los gobernantes de los Estados Uni
dos repiten á cada instante que son ami
gos sinceros de nuestra raza. De Was
hington salen proclamas, misiones diplo
máticas, discursos y manifiestos inspira
dos, en apariencia, en un deseo humanita
rio y altruista. Parecería que en la Casa
Blanca flota un hálito de confraternidad
americana y un anhelo ferviente por que
los pueblos de este hemisferio vivamos
en paz, en perpetua concordia y en su
premo bienestar. Pero entonces ¿ por qué
en Washington han encontrado apoyo las
tiranías más destructoras del bienestar
de los pueblos? Si Washington es el
baluarte de la democracia, el fanal donde
brilla el supremo anhelo de los pueblos
de gobernarse por sí mismos y ejercitar
el derecho de buscarse por sí mismos su
bienestar, ¿por qué el hijo predilecto, el
amigo bienamado de la Casa Blanca es
con Manuel Estrada Cabrera, ese mons
truoso producto del cacicazgo americano,
destructor y expoliador de pueblos?
Es que los móviles de la política ame
ricana son en realidad bien distintos.
Una nueva forma de expansión se mani
fiesta en ellos: la expansión plutocrática, j
La plutocracia yanqui es la que va no j
cabe dentro de los dominios de este vasto
imperio. La plutocracia no puede hacer
aquí más víctimas, so pena de provocar
una reacción desastrosa para sus propios '
intereses. Para conservar su actual in
fluencia decisiva en los asuntos públicos
tiene que mantenerse dentro de pruden
tes límites. Ya no puede acaparar, ni
monopolizar más, ni oprimir con más
fuerza á los pueblos. En el codiciado
oeste, teatro de las futuras grandes lu
chas comerciales, la reacción socialista ,
es mucho más intensa, atrevida, enérgi- '
ca, resuelta hasta el crimen, hasta el
exterminio, como lo prueban los doscien
tos atentados dinamiteros de los últimos
años. Y la plutocracia ve más allá de las ¡
fronteras, un terreno virgen, un escena
rio adecuado para nuevas hazañas; un
terreno maravillosamente preparado para
saciar sus ambiciones. Esta plutocracia ¡
no quiere la conquista de América, em
presa heroica, al menos. Si tiene el oro
para ella, carece de los hombres para
realizarla. En vez de conquistar, com
pra. Compra aventureros que agiten
pueblos; tiranos que opriman. Compra
concesiones inicuas, en que, por un pu
ñado de monedas, hombres sin concien
cia venden las riquezas de la patria.
Así, Estrada Cabrera, el predilecto de la
plutocracia yanqui, ha ido hasta el mayor
extremo: ha vendido al sindicato Gug-
genheim absolutamente todas las riquezas
mineras, agrícolas, forestales; las pesque
rías, los derechos de navegación, las
futuras empresas de transporte, de tal
manera que en lo sucesivo ningún guate
malteco tendrá el derecbo de explotar su
propio suelo. En días pasados el «Nevv