1 £>*i Santis.
i Giraffi.—Raph de Turris.
MASANIELLO
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varias veces á otros sublevados, también le
trados, pero ignorantes, como para con
sultarles ciertas dudas, que se decidieron
siempre favorablemente: cuidando él, des
pués de proponerlas, de llamar la atención
de los consultados algunas manchas y seña
les del pergamino, que lo acreditaban de
antiguo, y sobre cier
tos rasgos y letras
que no dejaban duda
de la autenticidad.
Que el viejo y as
tuto consejero del
Pueblo estaba ya de
acuerdo con. el vir
rey, á quien también
había hecho reserva
das visitas José Pa-
lumbo 1 , es casi in
dudable. Y habiendo
sido elegido aquella
•Mañana, á insinua
ción suya, «electo del
Pueblo» un tal Fran
cisco Arpaya, en re
emplazo de Naclerio,
el virrey se dio tanta
Priesa á complacerlo
Pue confirmó en el
a cto el nombramien
to é hizo en el mis-
^0 día venir al agra
ciado á Nápoles, de^
honde estaba ausen
te. Había sido este
A-rpaya, compañero
he Genovino en los
botines del tiempo
hel cardenal Borja;
P°r lo que había esta
co muchos años en
lleras, y ahora se
hallaba, no se sabe
c °mo, de gobernador
Jl *nto á Aversa.
Convencido y asegurado el pueblo con la
aposición de su fidelísimo consejero de que
er a auténticamente auténtico el privilegio
iPe le entregaba el virrey por mano del ar
#T
MM
zobispo, mostróse muy satisfecho á decidir
le con entusiasmo como la corona de sus ge
nerosos esfuerzos, como la reparación de
todos sus agravios, como prenda cierta de su
futura felicidad. Y aunque la noche estaba
muy avanzada, permaneció el gentío en bu
lliciosa quietud llenando la iglesia, la plaza
y todas sus avenidas.
El arzobispo, ufano
y contentísimo del
buen éxito de su
misión, para comple
tarla, al entregar al
pueblo aquel docu
mento importante, le
leyó en alta voz la
cédula de que venía
acompañado y en que
el virrey, con el re
frendo del consejo
colateral, ofreció el
más completo olvido
de lo pasado y en
nombre del rey el
«perdón» más lato y
general á todos cuan
tos hubiesen tomado
parte en la «rebe
lión». Estas mal es
cogidas palabras á
que tanto horror te
nía el pueblo de Ná
poles, causaron un
sentimiento de indig
nación, que se exten
dió como un golpe
eléctrico por el in
menso gentío y re
ventó en el espanto
so trueno de un uni
versal alarido que es
tremeció la ciudad.
Y resonando en grito
unánime: «No somos rebeldes, no nece
sitamos perdón; ¡viva el rey de España,
mueran los que insultan al fidelísimo pueblo
napolitano»! 1 se agitó aquel mar de vivien
tes en deshecha borrasca, remolináronse las
turbas en la confusión de las tinieblas, re-
de las manos del Cardenal á las del pescadero...
de un pueblecito