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COSMOS
tumbaron los tambores, crujieron las armas,
creció la gritería y hubo un momento terri
ble de desorden y de ciega furia en que
hasta la autoridad de Masanielo fue comple
tamente desconocida.
Al cabo los esfuerzos de éstos y de otros
cabos populares, las rápidas arengas de Ge-
novino, las voces ó protestas del cardenal, y
la misma vehemencia de la exitación que de
bía ser la pasajera, aquietaron poco á poco
aquel vértigo de furor dando lugar á nuevas
exhortaciones del prelado que mostrando
largamente su sangre fría, la conciencia de
su dignidad y el valor cívico más completo,
dijo al pueblo: que el duque de Arcos no ha
bía querido ofenderle y que supuesto que le
descontentaba la fórmula en que se había
extendido la cédula, se concertase y dictase
otra en los términos que juzgase más hon
rosos y convenientes, seguro de que la fir
maría y sellaría el virrey. Fué, como debía
de ser, muy bien aceptada la propuesta y
aquietada la muchedumbre lo mejor posible
se reunieron los jefes populares y los hom
bres de influencia y se acercaron al prela
do, pero no ya para extender una simple cé
dula de indulto sino para convertirla en una
verdadera capitulación con la suprema auto
ridad: así crecen las exigencias de los mo
tines á medida que se les van haciendo
concesiones.
No agradó mucho al cardenal el partido
que querían sacar los alborotadores de la
incauta propuesta que había juzgado único
medio de conciliación. Pero era ya tarde
para retroceder y aviniéndose con el nuevo
compromiso trabajó con sagacidad secreta
mente de acuerdo con Genovino para que
los encargados de extender el extraño do
cumento fueran pocos y gente no muy exa
gerada. Nombráronse, pues, al efecto á Ma
sanielo, á Julio Genovino, al nuevo electo
de Arpaya, que llegó á tiempo, á dos ó tres
de los jefes populares de más nota y á al
gunos clérigos y letrados; y presidida esta
junta poco numerosa por el arzobispo, que
se retiró á la Sacristía del Cármen á desem
peñar su encargo sin demora extendiendo
en toda forma los artículos de una capitu
lación.
Vivos fueron los altercados, sobre todo
cuando apareció la proposición de que fue- !
se entregado el castillo de Santelmo al pue- 1
blo como rehenes y seguridad del tratado;
pues hallando casi general acogida en la
junta, tuvieron que trabajar mucho el ar- j
zobispo y Julio Genovino para combatirla.
Pero manifestando este viejo sagaz que el ^
castillo era del rey y que no se le podía qui
tar sin acto de rebelión, hizo en todos y
particularmente en Masanielo tanta fuerza,
que fué desechado el artículo casi por
unanimidad. Siguió la conferencia borras- ^
cosa y el arzobispo cardenal dió en ella cía-
ras pruebas de su talento, tino y sagacidad
allanando dificultades, combatiendo no po- (
cas descabelladas exigencias, mostrándose (
más amigo verdadero de los intereses pú' j
blicos, que los que con tan escasas luces i
como exageradas pretensiones y acaso coa j
miras sospechosas se llamaban sus más ce- • ,
losos defensores. .
CAPITULO XI.
Mientras continuaba la junta su penoso
trabajo, y después de noche tan agitada 1
borrascosa, apareció la ciudad inquieta 1
sobre las armas al amanecer del día 10 de
Julio, cuarto de la sublebación, y Masanielo,
que mostraba actividad suma desarrollándo
se en él rápidamente un instinto partícula 1 "
de mando, pensó del modo que podría al
canzar su comprensión en arreglar aquella 5
masas que armadas y sin objeto vagabaO
por todas partes. Dispuso reunirlas y revis
tarlas para darles una organización cual
quiera que á lo menos las hiciese susceph"
bles de cierta obediencia para obrar d®
concierto y con determinado fin. Pasó, pues,
muestra general con grande espanto de l 11
parte indiferente ó contraria de la pobla
ción que vió reunidos y armados en aqu e
acto más de ciento doce mil hombres. D^ r
diolos el caudillo popular en pelotones d e
500 ó 600 con sus cabos respectivos y de
reunión de varios de ellos formó cuerpos
divisiones, nombrándoles jefes, dándole
bandera y señalándoles á cada uno el pu e5 ,
to en que se debía establecer y los puntos *
donde acudir en caso de alarma. Trató