Full text: Año 1.1912=No. 4 (1912000400)

CRONICA MENSUAL 
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acerca esa fiesta, cómo los escaparates de 
las jugueterías se llenan de atavíos militares 
de minúsculas dimensiones. 
Y vemos también cómo algunos chiquillos 
pasan por las calles luciendo con marcial 
garbo un vistoso uniforme lleno de borda 
dos, una espada de metal, y no pocas veces 
un tambor, un fusil y una bandera. 
Llevan algunos, uniformes caprichosos, 
en los que se ve á la vez el casco prusiano 
y el chaquetín español; el gorro montado y 
la mochila del recluta. 
Con los chiquillos van los papás y sonríen 
satisfechos cuando oyen al paso un elogio ó 
un comentario cualquiera sobre la gracia de 
de los niños. 
Estas costumbres, que se van acabando, 
que se esfuman poco á poco, como si los 
años tuvieran la misión de borrarlas, como 
borra tantas cosas el tiempo á su paso, nos 
hacen pensar siempre en nuestros años in 
fantiles. 
Costumbres que se van, costumbres que 
vimos en mejores tiempos y que ahora evo 
can en nosotros dulces recuerdos á la par 
que despiertan una extraña tristeza. Nos 
hablan de los días de la infancia que corrie 
ron tranquilos en la casa paterna, la casa en 
que nuestra buena madre á veces veía con 
delicia nuestros juegos y reía con nuestras 
travesuras, y á veces posaba sus manos so 
bre nuestras cabezas y meditaba melancó 
licamente, pensando acaso en el destino que 
nos reservara la fortuna. 
Nos hablan aquellas costumbres de los 
días de nuestra primera juventud, cuando 
veíamos el mundo á través de un prisma 
sonrosado, cuando todo sonreía á nuestro 
rededor y cuando el amor nos ofrecía sus 
primeros encantos. 
Y así vienen á la mente los recuerdos de 
la primera novia y de la primera cita. La 
Novia á quien dedicamos los primeros ver 
sos y á quien llevamos nuestras flores, tré 
mulos de júbilo. 
Después, pensamos con tristeza en la ra 
pidez con que huyó esa juventud y en la 
brevedad con que se borraron esas ilu 
siones. 
El primer amor abrió las alas y se alejó 
presuroso; la primera novia olvidó sus pro 
mesas, y las flores y las cartas quedaron 
abandonadas. 
Vinieron después los años de lucha, de 
actividad; la vida tomó otro aspecto 
y sin embargo, cuando llega una fiesta po 
pular como estas de Junio, cierro algunos 
momentos los ojos y en el mundo interior 
de mi fantasía, veo con tanta claridad como 
en otros tiempos, todas aquellas cosas que 
han muerto, todo aquello que nos ha aban 
donado, todo lo que había cerca de mí en. 
los primeros años de mi juventud, de esa 
juventud que se despide para siempre. 
* 
* * 
Pero no es de melancolías ni de tristezas 
de lo que debo de hablar á nuestras hermo 
sas lectoras. 
¿A qué decirles que la juventud se va y 
que el amor se aleja, si ellas, nuestras bue 
nas amigas viven en plena juventud? 
Para ellas la vida tiene un especial encan 
to. Para ellas la vida es hermosa, lo mismo 
cuando pasan en magnífico carruaje por 
nuestra avenida principal, que cuando lu 
cen belleza y elegancia en el palco del 
teatro. 
Y es hermosa la vida para ellas cuando 
visitan el campo lleno de flores, cuando to 
man el té en el saloncito tapizado de rosa, 
ó cuando pasan su vista por las páginas del 
magazine dedicadas especialmente á las da 
mas. 
Para nuestras lectoras, todos los libros y 
todos los periódicos deberían hablarles de 
amor y de poesía. Poesía y amor; que llega 
ran hasta ellas como un rayo de sol, que 
despertaran una sonrisa y dejaran un re 
cuerdo grato. 
Esto es lo que anhela el cronista. 
Aramis.
	        
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