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COSMOS
oculta por cortinajes de enredaderas),
y pequeños cabos y promontorios que
recortaban á cada paso la playa, convir
tiéndola en fino encaje de c implicadas la-
bo' es, y se elevabán al espacio como tem
plos indígenas 3' sin arte, que quisiesen
entrar en comunicación con el infinito.
Viento de anchas alas, que había so
plado desde el medio día por los términos
de occidente, había esparcido en el fir
mamento nubes de fino é impalpable pol
villo, que tomaban indecisos los colores
y ias líneas. Las montañas distantes
parecían como ahogadas y diluidas en
aquella parda bruma, en tanto que las
más próximas se teñían con extraños
matices, unas veces de color de ópalo 3’
otras de color de violeta. El cerro de
mayor altura, que corta el horizonte á lo
lejos, erguía su mole obscura, bajo la
gloria del sol próximo á su tramonto; y
el ténue velo que flotaba en la atmósfera,
hacía posible mirar de frente el disco lu
minoso: parecía un globo de lumbre flo
tando en un océano de oro.
La imagen alargada del astro moribun
do, se reflejaba en el espejo del lago,
como un ancho reguero de sangre, y el
manso cabrilleo de las olas enrojecidas,
semejaba hervor de fundidos metales.
III.
Pero aquella escena de apoteosis pare
cía muerta 3' desolada, sin un ave que la
alegrase; ni una garza, ni una grulla, ni
un pato manchaban el bruñido horizonte
con sus graciosas siluetas. No había ave
acuática que rayase aquel fondo en igni
ción, con su sombra rápida y fugitiva,
semejante á saeta disparada por arco po
deroso; el lago parecía magnífico 3' soli
tario bajo aquella pompa divina, como si
fuese otro lago Asía!tito, un nuevo Mar
Muerto. Pero no fué siempre así; 3' el
lecuerdo de tiempos mejores fijo en mi
memoria, tornaba el espectáculo más
desconsolador, poique antes de que la
marea montante de la civilización inva
diese estos sitios con sus huestes de ca
zadores armados de lucientes escopetas,
bandadas de patos se levantaban estrepi
tosamente de los esteros á la aproximación
de las barcas; garzas niveas, color de
rosa y plomizas revoloteaban por todas
partes, navegando junto á los botes, en
conserva con ellos, 3' pasaban volando
sobre la cabeza de ¡os turistas, todo en
santa confianza y comunidad de vida,
como si las bestias no hubiesen tenido
miedo de los hombres en este bendito
rincón del paraíso; en tanto que las gru
llas, siempre en formación triangular,
evolucionaban por las altas regiones, lan
zando al espacio su penetrante grito.
De pronto oí aletazos repetidos, que
venían de la próxima orilla. ¿Era ilusión?
No, no lo era. Enorme garza morena em
prendió el vut-lo y pasó á corta distancia
de nosotros, como una evocación, como
si al conjuro de mis recuerdos 3' de las
nostalgias del paisaje, hubiese la mano
de algún dios lanzado á los aires esa for
ma gentil y aérea, para poner una nota
graciosa sobre los esplendores del cielo.
Pero sonó de pronto un disparo salido de
espesura inmediata, disparo traidor y
bárbaro, contrario á las leyes de la be
lleza y de la vida; y detenida el ave
bruscamente en la mitad de su vuelo, se
precipito de cabeza en el agua con la pe
sadez y la inercia de una masa de plomo.
Movido de compasión, acudí al auxilio
de la victima con recios golpes de remo.
Agitábase penosamente la garza sobre la
super ficie de las olas, pugnando por re
cobrar la posición vertical, pero con in
útil fatiga. La recogí con mano piadosa.
Tenía el cuerpo sano; pero el proyectil la
había alcanzado en el arranque de una de
las alas, destrozando la coyuntura. ¡Po
bre animalito de Dios!
— Remero, boga con rapidez; es fuerza
tornar presto á la playa para salvar esta
vida.