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COSMOS
ques de luz y las sombras son transpa
rentes; sus versos parecen gritos de
cólera. Hablando, ya sabemos que salvó
la vida á Don Benito; charlando, él mis
mo nos cuenta que domesticó á un suegro
arisco y cerril.
Plebeyo hasta las uñas, sólo con la
plebe puede vivir y estar contento por
que admira su vida sin afeites y sin fre
nos y odia el disimulo social.
Hombre es Guillermo Prieto que no
solamente nos ofrece el ejemplo de sus
versos, sino también el de su vida.
Vida tormentosa, agitada y tumultuo
sa en la que, sin embarazo, sobrevive á
todos los naufragios, una honradez acri
solada y una intransigencia obstinada
contra todo lo mezquino. Una verdadera
vida romántica.
No así la de otro en quien ya aletean
moribundos los postrimeros resplandores
de la vida del romanticismo: la vida de
Ignacio M. Altamirano.
Este hombre de un talento mediano,
de una cultura extensa, pero forzada y
escolástica, consigue lo que antes no ha
bía podido obtener casi nadie y que lue
go se ha convertido en el'pan nuestro de
cada día; medrar á costa de las letras
dándosela de hombre superior, formando
camarillas y haciéndose quemar incienso
por una pandilla de discípulos.
Para ocupar un puesto así, lo primero
es no ofender ni inquietar á nadie.
De ahí esa literatura atetillada del lla
mado maestro, que si se quiere leer aho
ra, hace que se caiga el libro de las ma
nos.
Este utilitarismo literario viene á
provocar una saludable reacción y el ro
manticismo queda condenado por ella á
muerte, desde el momento en que no pro
duce más que miserias y andrajos.
Todavía uno que otro melenudo vate
dejara escuchar su lira en las esquinas;
pero sera para ver si llama la atención de
algún magnate y consigue que le meta
de cabeza en las oficinas de algún minis
terio.
Como ya nadie cree en sacrificios des
interesados, ya tampoco nadie los prac
tica.
Luego vendrá la bohemia obligada con
música de Pucini y crápula continua, los
corbatones de mariposa, los sombreretes
del bulevard de Saint Michel, los vesto-
res de terciopelo negro; pero todas estas
prendas aparatosas no encubrirán los co
razones pueriles é impresionables de los
pobrecillos románticos, sino estómagos
de fierro que aspiran á llenarse y sacos
de bilis que desean vaciar su verdoso
contenido.
En lo sucesivo ya no habrá versifica
dores alocados que labren rimas soñando
en amores y empresas imposibles, sino
sabios fabricantes de rimas que al cince
lar un rondel ó una sonatina, estén pen
sando en el pingüe empleo que habrá de
valerles ó en el sablazo que por medio de »
ella podrán pegar.
Diferencias naturales entre la infancia,
la adolescencia y la edad madura.
Sin embargo: ¿el romanticismo ha
muerto por completo?
De ninguna manera: ahí están para
asegurarlo la fiera cabeza de Salvador ,
Díaz Mirón y la melancólica mirada de
Luis G. Urbina, que contestan á la pre
gunta negativamente. Allí está para ra
tificarlo esa locura de sangre y de balazos
que hace cundir, por nada, el pavor de
un extremo á otro de la República.
El romanticismo no ha muerto, no
puede morir, porqúe es el fondo mismo y
el más profundo orgullo del alma latina.
México, Abril de 1912.