Full text: Año 1.1912=No. 5 (1912000500)

EL MOLINO SILENCIOSO 
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Un ica. Allí lo tienes ahora encerrado á 
P'edra y lodo; todos, todos pueden en- 
trar > sólo yo no. Y si algo quiero, tengo 
fl Ue tocar la campana. ¿Díme tú, Juanito, 
si esto está bien? Ya yo no soy tan 
n '5a, que.., vamos, mejor callaré, no 
debo hablar mal de mi marido, pero al 
fin tú eres su hermano. Escucha, se me 
°curre una idea: ¿ si tú le dijeras, Juanito, 
c * Ue me permita entrar? Ya sabes, me 
’finero de la curiosidad! 
Bah, pierde las esperanzas; ¡ni á mi 
lo quiere decir! 
—'Jesús! Qué misterio.—Vamos, ven 
d lomar el almuerzo y de este asuntito 
■^ a hablaremos más adelante.—De un 1¡- 
^ er ° salto baja los tres escalones que 
faltan y entra al comedor. 
La mesa está puesta, ambos toman 
asiento. Gertrudis está sumamente seria; 
^° n grande importancia habla de sus 
aer >as domésticas. Que ya desde su ni- 
j? ez está acostumbrada á luchar con di- 
u| tades, que su pobre madrecita había 
muert o muchos años antes de su confir 
mación y desde entonces á ella le tocó 
administrar la casa de su padre. Pero su 
Ca Sa paterna fué chica, y su padre tuvo 
n 
Pasarse con un solo mozo, tanto pa- 
atender al molino, como para las fae- 
n as del 
el 
campo, sacrificando su salud con 
ex cesivo trabajo, ¡su pobre padre! 
Sus ojos se llenan de lágrimas, luego se 
aVei güenza y vuelve la cara. De repente 
alta de su asiento y pregunta: 
Estás satisfecho? 
Juanito se levanta, sacude las migajas 
’ace una señal afirmativa. 
a j . ^ en >—prosigue Gertrudis,—Vamos 
esi-' lr ^' n ’ conozco un lugarcito donde se 
a a gusto y platicaremos un rato. 
, c Yllá, al término de aquella calle de 
°les? ¡Oh¡ También es mi lugar favo- 
rito _ 
contesta Juanito. 
j e j Unt0s atraviesan las cálidas calzadas 
^ )ar dín, que está inundado por el sol 
medio día y respiran con delicia al 
llegar al fresco, sombroso y perfumado 
pabelloncito. 
Gertrudis se recuesta con negligencia 
sobre el rústico banco y cruza sus que 
mados y bien formados brazos debajo de 
su cabeza. A través del tupido follaje de 
las frondosas enredaderas, que cubren el 
cenador, penetran furtivamente aislados 
rayos de sol, que pintan manchas dora 
das sobre su vestido, que juguetean so 
bre su cuello y mejillas y doran su rubio 
cabello. 
Juanito se instala frente á ella y la 
contempla con embeleso. Está convenci 
do. Jamás en su vida ha visto tanta 
gracia y dulzura como reune el flexible 
cuerpo de Su gentil y joven cuñadita 
y las palabras del hermano atraviesan su 
mente:—¿Es posible que no la había de 
querer? 
■—No sé por qué tengo ahora tantos 
deseos de platicar,—dice Gertrudis, aco 
modándose bien en su asiento.—¿Te 
agrada escuchar? 
Juanito hace un gesto afirmativo. 
—Qué bueno, con que te figurarás, que 
allá en mi pobre casita, no abundaba el 
pan, de mantequilla ni qué hablar, y si no 
habría cultivado la pequeña hortaliza, cu 
yos productos realizábamos en la ciudad, 
te aseguro que nos habríamos visto en 
apuros. ¿Por qué llevará todo el mundo 
su harina al molino de Felshammer, sin 
pensar que también nosotros queríamos 
vivir? Así pensábamos mil veces, y crees 
sentíamos verdadero odio por tu casa. 
Así las cosas cuando un día, de repente, 
se nos presenta Martín. “Quiero ser buen 
vecino”, dice, es cariñoso y atento con pa 
pá, cariñoso y atento conmigo y trae golo 
sinas y dulces para los niños, que todos 
estamos locos por él. Y por último de 
clara á papá, que forzosamente quería 
casarse conmigo. “Pero mi hija es pobre, 
no tiene dote”, dice mi padre. “Nada 
quiero”, contesta Martín, y quien te 
cuenta se casa conmigo, apesar de que
	        
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