MASANIELLO
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atroces tormentos fué enrodado. El otro
ofreciendo hacerse cristiano, declaró que el
duque, su señor, había estado en Beneven-
toy
que de allí había ido á las sierras de
Calabria, donde permanecía reuniendo una
tropa de bandidos. En premio de su docili
dad en abjurar su secta y de la declaración
hecha le fué en el acto conferido el destino
de capitán de uno de los pelotones de la que
Podemos llamar guardia permanente del
Pescadero.
Notable mudanza se advertía en el carác
ter de este hombre extraordinario. Viose
ejecutarse sin escuchar los clamores de los
dueños, ni las reclamaciones de los vecinos.
Mandó venir arquitectos y albañiles y á va
rios mercaderes que le enviaran ricas telas
para colgaduras. Trató de formarse una ser
vidumbre y de darle la librea correspon
diente, y empezó á mezclar sus modales tos
cos y humildes con los graves y pomposos
de gran señor 1 . ¡Pobre Masanielo!
Crecía por puntos á medida que quería
engrandecerse y adoptar las formas aristó
cratas, su odio á la aristocracia; y como dos
caballeros de Nápoles le pidieron aquel día
0
M.
Los moros conducidos al suplicio
he repente suspicaz y reservadísimo, mos
cando una sed de mando y poderío insacia-
C* e - El temor de ocultas asechanzas lo ha-
oia vuelto bárbaramente cruel, huyendo de
todo consejo y rechazando con furor toda
convención. Obraba por sí sólo y alejó de sí
Con agrio desdén á Palumbo, á Genovino y
a electo Arpaya. Gustábanle las adoracio-
nes , saboreábase con la lisonja y empezó á
concebir confusos planes de sólido engran-
c ^¡miento y de permanente autoridad; y no
sabiendo él mismo cómo llevarlos á cabo,
C^aba en todo de la manera más contradic-
°ria y estravagante. Se le ocurrió conver-
, lr su pobre casuco en un palacio magnifico
® '^mediatamente dió orden de derribar to-
0s los edificios inmediatos, como empezó á
por medio de sus procuradores, justicia so
bre cierto asunto contencioso, se negó á
oírlos, vomitando insultos y denuestos con
tra la nobleza. Pero el blanco de sus odios,
el objeto continuo de su anhelo de vengan
za era el fugitivo duque de Maddalone. Man
dó buscar por la ciudad á todos sus criados
y protejidos, y fueron asesinados cuantos
tuvieron arbitrariamente una ú otra califica
ción y él mismo en persona fué con sus si
carios más furibundos á asaltar el palacio
que tenía aquel personaje en la rivera de
Chiaja. Entró en él, entregó á las llamas
cuanto encontró, dió cuchilladas y golpes
de alabarda en las puertas y paredes y vien-
i. De Santis.