666
COSMOS
En el parque de arcabuceros termi
na la procesión. El parque está cer
ca dél bosque de pinos, que visto desde
el dique, rodea los prados y dista en lí-
nea recta apenas mil pasos del molino
de Felshammer, que por encima del bos
caje de los chopos en el río, ofrece un
aspecto encantador. Si el ruido de la
fiesta no fuese tan ensordecedor, se escu
charía claramente el rumor de las aguas.
Que las bobadas ya tuvieran su fin!
dice Juanito mirando con ansiedad ha
cia la sala de baile, un pabellón inmen
so, cuadrado, cuyo blanco techo de lien
zo se eleva alto sobre la multitud de pe
queños pabellones y puestos, que se en
cuentran en su derredor. Hasta la tarde,
después de proclamar solemnemente al
rey de arcabuceros, se abre el parque á
los invitados.
Las horas pasan lentamente, los mo
nótonos disparos hieren la tranquila at
mosfera. Cerca de medio día toca su tur
no á J uan i to. Dispara.... sin hacer blan
co. A pesar de las flores que Gertrudis
puso dentro del fusil.... ^Flores de feli
cidad», le había dicho, y Martín, que ha
bía estado presente, echóse á reír, como
quien se ríe de juegos infantiles.
Una vez que Juanito cumplió con su
deber de tirador, se aleja de la fiesta y
se interna en el cercano bosque. El pro
fundo silencio que lo rodea es apenas in
terrumpido por el lejano eco de los dis
paros.
Echase Juanito sobre el aterciopelado
musgo y contempla distraídamente, á
través del tupido ramaje de los pinos, las
nubes, que fugaces viajan en el firma
mento. Después cierra sus ojos y medi
ta. Extraño está el mundo para él. Infi
nita lejanía lo separa de todo cuánto
antes le ha ocurrido! No fué nada par
ticular; la mujer y el pesar no tuvie
ron papel importante en el teatro de su
vida; mas sin embargo, qué rica, qué co
lorida y deliciosa le ha parecido! Pero
ahora, un abismo ha devorado todo, to
do, y sobre el abismo flotan rosadas ne
blinas!
Dos horas habrán transcurrido aproxi
madamente, cuando se escucha el toque
de clarín que anuncia la elección del nue
vo rey de arcabuceros. Juanito se incor
pora de un salto. Media hora más y
Gertrudis pisará el parque!
Con lento paso vuelve Juanito á la
fiesta. Mientras tanto, su amigo, Fede
rico Maas, triunfó en el concurso y está
investido de las insignias del rey de ar
cabuceros. Juanito escúchala noticia co
mo en sueños, qué más le dá? Sus mira
das se encaminan incesantemente hacia
la carretera, por donde se acercan, á pie
y en carruaje, envueltos en densas nubes
de polvo y desafiando el ardor del sol,
los grupos de los invitados.
¿Esperas á Gertrudis?—le pregunta
de pronto la voz de Martín.
Sobresaltado despierta Juanito de pro
fundas meditaciones.
En nombre de Dios, muchacho ¿que
te pasa?—continúa Martín riendo alegre
mente. ¿Acaso te preocupa haber erra
do el blanco, ó te duermes en pleno día?
Martín está de buenas. El trato con
tanta gente, es él uno de los principa
les dignatarios de la sociedad—lo ha des
pertado de su habitual estado meditabun
do, brillan sus ojos y en sus anchos la
bios se dibuja una sonrisa jovial. Pero
no le queda el traje ceremonial! Debajo
del sombrero que lleva hundido hasta las
orejas, se escapa atras un mechón de pe-
lo rebelde, y las blancas cintillas del ca
misolín asoman sus indiscretas puntas
por encima del cuello de la levita.
Alia viene, allá viene—exclama de
pronto, agitando el sombrero.
Aquel brillante carruaje, tirado por dos
magníficos caballos de pura sangre, es la
carroza de lujo de la familia Felshammer,
fabricada especialmente para la boda de
Martín. En el fondo del carruaje, la blan-