Full text: Año 1.1912=No. 6 (1912000600)

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COSMOS 
de trabajar, casi me ocurre escribir: «con 
el traje del sacerdote á punto de oficiar». 
Porque eso parece una noble profesión 
ejercida á conciencia: un elevado sacer 
docio. 
Y en tal caso el Dr. Urrutia es un sa 
cerdote familiar y bueno que se hace no 
solamente venerar, sino lo que es más 
difícil, querer de los fieles. 
El sanatorio, ese lugar en que no pue 
de pensarse sin sentir temor físico, llega 
también á ser amado de los enfermos que 
en él penetran. 
No porque sus paredes sean de már 
moles y estucos, no por la altura y sen 
cillez de sus estancias, no por el artísti 
co decorado de sus patios, no por la 
rustica pompa de sus jardines, sino por 
el espíritu de bondad y benevolencia que 
en él preside, representado por el Dr. 
Urrutia j r del que parecen ser vivientes 
demostraciones las caritativas madres 
que asisten en sus necesidades á los en 
fermos. 
«Reside aquí la caridad», es la palabra 
que debería escribirse en el tímpano de la 
fachada. Porque la caridad no es, como 
lo creen los orgullosos, la limosna. 
Los pobres, que tan necesitados están 
de ésta, muy pocas veces quizá necesitan 
de la caridad, que reina sin contradic 
ción entre ellos. En cambio los ricos, 
divididos por contiendas de interés y de 
soberbia, casi siempre están sedientos de 
ella sin saberlo. Allí la encontrarán 
cuando la enfermedad les llegue á herir 
entre deudos hostiles y codiciosos ó sir 
vientes mercenarios; allí encontrarán ese 
espíritu de sencillez y mansedumbre, ese 
espíritu de resignación que consuela al 
sano y alivia las dolencias del enfermo. 
El Dr. Urrutia ha conseguido for 
mar en Coyoacán una isla de paz en cu- 
3 T as riberas se estrellan los oleajes hir- 
vientes y amenazadores de nuestra terri 
ble época actual. 
Su sanatorio es para los enfermos del 
cuerpo; pero también podría ser para los 
lastimados del espíritu. 
Este hombre superior parece tener una 
humilde á la par que elevada divisa: Paz 
y B o tida d. 
Hay en los jardines del parque que ro 
dea el sanatorio algo que parece concre 
tar las aspiraciones de este espíritu nu 
trido de ciencia, inundado de bondad y 
adornado de profundísimo amor á las ar 
tes: una capilla en construcción. 
Esta capilla, dibujada por el doctor 
(que es un artista) y cuya construcción 
dirige él mismo paso á paso, parece ha 
berse levantado á la luz austera y subli 
me de ‘Las siete lámparas de la arqui 
tectura” de Ruskin. 
Alúmbrala la lampara del Sacrificio en 
aquella elección escrupulosa de los ma 
teriales que ha llevado al Dr. Urrutia 
hasta importar lavas preciosas de una 
caverna del Estado de Morelos para for 
mar la bóveda al estilo de las bóvedas 
de las antiguas iglesias coloniales. 
La lámpara de la Verdad echa sus lu 
ces sobre aquel meditado afán de no uti 
lizar sino lo precioso y sin disfraz al 
guno. 
La de la Fuerza alumbra aquella am 
plitud magestuosa y proporcionada del 
pórtico y. en la robusta disposición gene 
ral del edificio cruz latina que, á pesar de 
su relativa pequeñez, rebosa imperio y 
solemnidad. 
La de la Belleza fulgura en todos sus 
detalles sobrios y sugetos á una sola ar 
monía. 
La de la Vida está patentizada en el 
movimiento melodioso de las líneas prin 
cipales y accesorias. 
La del Recuerdo impera conmovedora 
en algunos preciosos detalles, como son 
las antiquísimas esculturitas colocadas 
en dos nichos de la fachada: una de ellas 
procedente de la casa de Hernán Cortés 
y la otra del convento de la Merced; en 
los bellísimos faros de colores proceden-
	        
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