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COSMOS
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de las edades que se encuentran
rastros de él hasta entre los cal
deos y entre los etruscos, l° s
cuales, si tenían sus dioses, eí
cambio veneraban aterrorizados
á sus muertos.
Los dioses de la muerte eran
los que de ellos recibían may° r
reverencia. Mantus, el de la an
torcha, Alarum, el del martillo
y Tuculcha, soportando una ser
piente en su corvo pico de águi
la, eran las sombrías deidades
que presidian entre ellos el mis
terio del no ser y con ceremo
nias casi brujescas les rendí®
temeroso culto. Adoraban á l® 8
almas de ios difuntos porqu e
podían hacer daño y para tener
las gratas les ofrecían sacrificio 8
humanos.
En Roma el culto de los muer
tos era el primer culto de la fa
milia y los funerales debían ce
lebrarse con toda la pompa q® e
lo permitiese la fortuna de
familia del finado. El cadávd
era lavado afeitado y cubied
de perfumes, dándosele colore^
á las mejillas y á los labios; de®
pués se le entregaba á los ei®
pleados de las empresas fune
rarias, quienes plantaban u"
Enterramiento de Darío,
en Persépolis. .
bes con los cadáveres de las
personas que perecen en la obli
gada peregrinación á la Meca,
siendo un lúgubre espectáculo
el que presentan las prolonga
das caravanas de camellos car
gados de muertos, envueltos en
innumesables telas y tapices;
caravanas cuya presencia se
advierte á lo lejos por el olor in
soportable que despiden y por
los nublados de aves rapaces
que sobre ellas se ciernen.
Relaciónanse estas costum
bres con el culto de los muertos,
tan antiguo y dilatado á través
Sepulcro medioeval.