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FELICES PASCUAS
LEGARON, según
cuenta la cris
tiana tradición,
transidos de
frío, lastimados
de necesidad y
rendidos de
cansancio, á la aldea de Bethlem, caserío
Miserable, muy parecido á esos áridos
Pueblos de casas de adobes que se miran
en algunos lugares del interior, recosta
res en las vertientes de una montaña y
cercados de campos en barbecho, entre
cu yos rastrojos el viento ahulla triste
mente.
Se acercaba la noche, agudamente fría,
Punzones de acero las estrellas, perfora-
l'an inexorablemente el manto obscuro
la noche, anunciando la vecindad de
' a helada mortífera que aleteaba en el
^°rizonte. En la aldea, ya dormida,
uhrurnada por el cansancio campesino,
sólo, de tarde en tarde, se escuchaban el
ladrido de un perro alarmado ó la voz
clara y penetrante de un gallo en vela.
Confuso grupo en el crepúsculo, el an
ciano y su mujer, montada á mujeriegas
en un pollino, fueron de puerta en puer
ta solicitando hospitalidad sin encontrar
la, porque el reposo y la comodidad no
quieren ser turbados por la necesidad
que llega clamando socorro á sus puer
tas .
Posada la encuentra el rico que se
presenta á solicitarla con las manos col
madas de monedas, mas no los pobres
viajeros faltos de todo bien.
Refunfuños, injurias, malas palabras,
á través de las puertas cerradas, que de
jaban ver por sus resquicios la alegría
del fuego hospedador, para mayor triste
za de los rechazados, he aquí lo que és
tos encontraron.
La noche cruel los circundaba, como
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