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COSMOS
Fue á la puerta y la cerró cuidadosamen
te con sus dos pasadores, luego buscó con la
mirada una silla, la acercó al lecho y se sentó
en ella, comenzando á practicar una extraña
operación. Con sumo cuidado y parsimonia
se quitó los negros anteojos, luego separó
del rostro la disforme nariz de cartón que lo
desfiguraba, despegó algunos pelos que cu
brían sus mejillas y aproximando la cara á
la del asombrado repórter le dijo:
—Voy disfrazado, como usted seguramen
te ya lo sospechará; pero ahora ¿me conoce
usted?
—González!—exclamó Anguiano, recono-
negocios; me he dirigido por carta á su pe
riódico, tomando el nombre suyo, y les he
estado mandando diariamente información
verídica y oportuna para dar mayor apa
riencia de realidad al asunto y también por
que comprendí que muy pronto iba usted á
necesitar recursos, he pedido esa suma y
me la hán mandado por correo.
Anguiano estaba perplejo. No sabía si
echar á puntapiés al polizonte ó reconocer
en él á su salvador.
Por fin pudo decir:
¿Y á qué se debe tan extraordinario in
terés?
Penetró un ser fantástico
Y GROTESCO.
ciendo en su interlocutor á uno de los más
hábiles agentes de la policía reservada.
—Sí, yo soy—contestó el otro sonriendo—
y ahora voy á decirle todo lo que he hecho
por usted: en primer lugar tome usted estos
quinientos pesos—dijo,—sacándolos de una
cartera resobada,
—Pero....
—Nada. Son de usted, legítimamente su
yos. No tiene usted convenido con su pe
riódico que le darán cierta cantidad por el
asunto del taxímetro? Pues esto no significa
más que un adelanto á buena cuenta.
—Pero ¿cómo ó quién me lo manda?
—Su director de usted. Viendo yo que iba
usted á fracasar por causa del daño que le
han hecho, he asumido la dirección de sus
A que en cambio de estos servicios yo
espero que usted no se negará á prestarme
otros para mí muy valiosos.
Hablemos claro, ¿qué clase de servi
cios?
—Uno sólo: no volver á ocuparse del
asunto del taxímetro y dejar que yo conti
núe por mi parte las investigaciones, obli
gándome á comunicarle diariamente el re
sultado de ellas, para que no carezca el pú
blico de su manjar favorito.
Anguiano, debajo de esta aparente ama
bilidad, adivinaba una celada.
—Pero ¿qué interés tiene usted en que yo
no me ocupe más del asunto?
—Un interés puramente profesional. Si
usted me gana en las investigaciones, como