EL PRESIDIARIO
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Sra. I).—¡Veinte francos! ¡Piensa her
mano, sólo veinte francos entre la cár-
Ce I y mi hijo! ¡Es tan poco veinte fran-
c °s! Ya ves cómo pasó. Pudiera haber
Ornado mucho más. Se llevaron al pa-
dfe, no deben llevarse al hijo. Felipe:
es nuestro deber encontrar dinero.
p> —¿Pero dónde? Yo soy un misera-
bj e ' Gano poco y tengo bocas que me
P'den pan. No puedo ayudarte. Aquí no
a y nada que pueda venderse. Estos mí-
Ser °s trastos, ¿quién los compraría?
not que estuvo ahí ocho años, tenía cin
cuenta francos cuando salió en libertad.
Raúl, su hermano, me lo dijo. El, Juan,
ha estado ahí nueve.... diez.... Sí, diez
años cumplió el mes pasado. Debe tener
entonces mucho más.
F.—¿Diez años? Sí, esa fué su con
dena.
Sra. D.—¡Sí, sí! Eso es. Debe haber
terminado el mes pasado. Pero, ¡sólo
Dios sabe! Puede haber sido castigado
ó estar enfermo. Nada más dos veces
0¡
^fPPp^
¿No ME CONOCEN? . .
^ a Sra. Duval regresa á su asiento
° n ^ as manos entrelazadas. Felipe se sien-
a tirando al suelo.
^ s ’ m j sma ^—Sólo veinte
j^ nc °s!—Con viveza.—Hay un medio.
an está en galeras. Quizá nos pueda
^Udar
P -"¿Eh?
t*0s
Sr.a, D ¡Si pudiéramos comunicar
an él en Tolón!
¿En Tolón? ¿Para qué?
fa RA " P> '—Con Juan, que está en gale
is S ' Tú sabes que ios presidiarios reci-
e n nn= paga por su trabajo. Félix Mi-
una
he tenido noticias de él. Pero quizá ya
está libre y en camino para casa. Si con
siguiéramos de Bernard que dejaran li
bre á Pablo mientras escribimos á To
lón, ó, ¡mejor aún! Si el buen Dios man
dara á Juan á casa para llegar á tiempo
de salvar á su hijo!
F.—¡Bah! Para qué contar con mi
lagros.
Sra. D.—¡Sí, ya lo sé! Pero sin em
bargo
F.—Desesperado.—Lo único que de
bemos hacer es esperar! No deben tar
dar. ... La tos se deja oir de nuevo. Lase-