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PARA Ml AMIGA MI MI.
« o tengo una hija. Una
muñeca graciosa como
una porcelanita fran
cesa; una muñeca cuyos
enormes ojazos me fas
cinan, por más que
a Penas si han visto la vida durante cinco
Primaveras. Mi hijita me parece hermo-
¡ya lo creo! hermosa como un ensue-
n °> fresca como una mañanita de abril.
jLa quiero tanto que, muy á pesar
n»o, su nombre adorable surge de mi bo-
Ca como si fuera un verso! Así hable yo
c pn un burgués de las necesarias tonte
rías de la existencia, ó departa alegre
mente sobre asuntos de belleza con un
ar tista, el nombre de mi muñeca viene á
mis labios como una obsesión dulcísima,
Pero terca. Y no hay más remedio, colo
cado yo en ese peligroso carril, hablo de
ias hermosuras de aquel juguete mío, y
mi interlocutor tiene que soportar el ete'r-
n ° poema que levanta mi corazón en ho
locausto de su ídolo.
Pues bien, una tarde en que, juntos en
su coqueta salita, mi buen hermano Pa
co, su esposa y yo, charlábamos de cosas
triviales, rodó la conversación sobre el
sujeto que me satisfaría para esposo de
mi muñeca.
Apuraba yo la sexta taza de café, y mi
Ve rba, espoleada por el obscuro licor de
^ 0s sueños, se desbordó atrevida, buscan
do lo más noble y lo más bueno para
udornar al hombre que debiera ser el se
ñor y amo de mi pequeña hija.
Pero los príncipes rubios de los cuen
tos infantiles, los graves caballeros de
los tiempos medioevales, los pajes pica
rescos de las antesalas del Rey-Sol. me
parecieron poco, muy poco, para ser dig
nos de recibir la mano de aquella chi
quilla que forma el ideal de mi exis
tencia.
Por más que mi imaginación se des
bocó como azorado corcel; por más que,
ambicioso, mi corazón acumuló bondades
y bondades sobre un hombre, no pude
llegar á reunir en un solo caballero la
suma de virtudes que mi anhelo idolá
trico deseaba para mi muñeca.
La tarde pasó entre las risas de mi
cáustico amigo (un caricaturista genial),
las sonrisas de su bella esposa (una al
ma blanca), y las ansias hiperestesiadas
de mi cariño, para formar el ideal que
deseaba yo para yerno iy no pude
formarlo á mi gusto!
Llegada la noche, hube de despedirme
de aquellos dos seres cariñosos, dos her
manos de mi alma, y tomé melancólica
mente el camino de mi hogar.
Los cafés saboreados habían sobre
excitado mi cerebro, y con mil dificulta
des pude conciliar el descanso, con la
eterna obsesión de formar «in mente» el
tipo de mi futuro yerno.
Quedé dormido; pero ¡con un sueño
tan extraño! Estoy seguro que apenas sí
había cerrado los ojos, cuando vi desfilar
ante mi vista una especie de procesión
de hombres extravagantes.
Banqueros con el rostro redondo y ro
zagante, hablando siempre de negocios y