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VERACRUZ
E l nombre de Veracruz evoca glorio
sas epopeyas mexicanas. No sin
justicia se ha llamado á esta ciudad tres
veces heroica, que su nombre está unido
á brillantes episodios de nuestras viejas
tradiciones guerreras y políticas. Desde
su fundación guarda Veracruz le memo
ria del más hermoso de los gestos que
hay en la heroica vida del conquistador
Hernán Cortés: Las costas veracruza-
nas un día se iluminaron magníficamen
te, al incendio de las tres carabelas que
trajeron á la Nueva España la audacia y
el valor de aquel puñado de aventureros-
héroes que venían á conquistar un reino.
La ciudad vió otro día, muchos años
más tarde, la figura impasible de Juárez
en el momento más culminante de su la
bor de reformador.
La ciudad—hablemos de ella—ha
cambiado mucho de quince años al pre
sente. De población malsana que fué, y
por esa causa una gran población, hase
convertido en una de las más salubres,
debida en buena parte esta valiosa me
joría á la administración del señor Gral.
Díaz, en sus últimas épocas. Las mag
nas obras del puerto, cuya necesidad era
manifiesta, han correspondido bien á sus
fines y venido á justificar ampliamente
el calificado de primer puerto de la Re
pública, que indudablemente lo es y lo
ha sido por su importancia comercial.
Pero además, sino todavía, contribuirán
pronto al engrandecimiento y embelleci
miento de la ciudad, cuando pasen á
propiedad de particulares los extensos
terrenos de la zona federal, ganados al
mar. El aumento de población por razón
de la salubridad es creciente, y coadyu
va necesariamente al engrandecimiento.
Y las obras de pavimentación con asfal
to, de sus principales vías públicas,
complementando las importantísimas de
saneamiento llevadas á cabo, han remo
zado el aspecto de la ciudad notablemen
te y procurado grandes facilidades á su
diaria actividad. En justicia, es debido
declarar que Veracruz es una ciudad mo
derna.
No hace muchos años todavía, cuando
se iniciaron las obras del puerto, Vera-
cruz conservaba mucho de su sello de
ciudad de la época colonial, de que aho
ra restan escasísimas huellas. A calles y
sitios de la población que hoy se miran
completamente encerradas dentro del
casco de la ciudad, entonces se les lla
maba extramuros, porque, en efecto,
quedaban fuera de las murallas que an
taño la protegían. De aquellas viejísi
mas obras de defensa, de tiempos que
sin estar muy lejanos parecen hoy remo
tos, queda aún en pie, y está próximo á
tocar su fin, el baluarte de Santiago, qué
hoy en día resulta inútil. Y con el en-