LA ESCENA DEL BALCON
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cualquier ninfa de tu rutilante coro ven
ce su pálida hermosura.. ..
Julieta.—¡Ay de mí!
Romeo.—¡Habló! Vuelvo á oir su voz'
¡Angel de amores que en medio de la no*
che te me apareces cual nuncio de los cie
los! ....
Julieta.—¡Romeo! ¡Romeo]! ¿Por qué
eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del
nombre de tu padre y de tu madre? Y si
no tienes valor para tanto, ámame y no
me tendré por Capuleta.. ..
Romeo.-—Si de tu palabra me apodero,
llámame tu amante y me creeré bautiza
do de nuevo y que he perdido el nombre
de Romeo.
Julieta.—Y ¿quién te guió hasta aquí?
Romeo.—El amor, que me dijo dónde
estabas.
Julieta Si no me cubriera el manto
de la noche, subiría á mis mejillas el ru
bor de virgen, recordando las palabras
que me has oído.
Romeo.—Júrote, amada mía, por los
rayos de la luna que platean la copa de
estos árboles....
Julieta.—No jures por la luna, que en
su rápido movimiento cambia de aspecto
cada semana. No imites su inconstancia.
Romeo.—Pues ¿por quién juraré?
Julieta.—No hagas ningún juramento.
Si acaso, jura por tí mismo, por tu per -
sona, que es el dios que adoro y en quien
he de creer.
Romeo.—¡Alma mía!
Julieta.—Ya es de día. Vete.
Tal es, á grandes trozos truncada, la
famosa escena del balcón en el drama de
Shakespeare, del que dice Schlegel que
se encuentran en él los perfumes de la
primavera, los trinos del ruiseñor y las
eflorescencias de la rosa.
Además de estas hermosas cualidades
échase de ver en el drama shakesperiano
la no común de la naturalidad, pues el
poeta no dispuso la escena de una mane
ra ficticia para emocionar el ánimo del
espectador, sino que es resultado fatal de
la situación, y nace, por consiguiente, de
la misma naturaleza del drama, sin arti
ficio alguno.
En nuestros días ha tenido universal
éxito el drama caballeresco de Edmundo
Rostand, titulado: Cyrano de Bergerac,
en cuyo acto tercero hay una escena en
el balcón, de singular belleza, como pue
de colegirse de las siguientes frases:
Cyrano
¿No os parece
la ocasión deliciosa? No nos vemos:
sólo en la obscuridad, adivinamos
que sois vos, que soy yo, que nos amamos.. ..
Vos, si algo veis, es sólo la negrura
de mi capa; yo veo la blancura
de vuestra leve túnica de estío.
¡Dulce enigma que halaga al par que asombra!
¡Somos, dulce bien mío,
vos una claridad y yo una sombra!
Roxana.
Perded, mi fiel Cristian, todo cuidado
y haced de bellas frases más derroche.
Cyrano.
De hablaros mi afan crece,
mas no sé qué me pasa, que parece
que por primera vez hablo esta noche.
El drama de Rostand en esta escena
tiene corte germánico y es más ingenio
so, y sobre todo más poético, aunque no
tan profundo, que la concepción shakes-
periana. Romeo y Julieta se aman con
amor intensísimo, que prevalece contra
los tradicionales odios de los Capuletos y
Mónteseos y triunfa de la muerte, el amor
de Roxma es impersonal, algo capricho
so, pues se despierta en su corazón por
la elocuencia del galán, por el encanto
de su voz, por la sonoridad de los versos
que de sus labios salen en la escena del
balcón.
Y la prueba de que el amor de Roxa
na es impersonal, ó mejor dicho, que só
lo por una cualidad más ó menos estima
ble del galán nace en su alma, es que
estando enamorada de Cristián, se des
enamora y convierte su amor á Cyrano de
Bergerac en cuanto éste, tomando el
nombre de aquél, la habla apasionada
mente y con elocuentes acentos al pie del
balcón, sumido en las tinieblas de la
noche.
Todos estos dramas románticos que tie
nen el balcón por una de sus principales
escenas, serán, á no dudar, vistos con mal
ceño por los literatos embebidos en las
producciones del naturalismo moderno,
que no gusta de nada extraordinario ni
heroico ni caballeresco, de nada que se
eleve -obre el nivel de la vida vulgar; y
desdeñando por inverosímiles las arro
gantes temeridades de un Cyrano, las ca
nallescas audacias de un Don Juan ó las
sorprendentes aventuras del inteatral pe
ro sublime Don Quijote, se embelesa en
la contemplación de tipos y personajes