LA CAÑERIA DE PAJAS
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bre. No podía levantar los ojos, des
de mi asiento, cuando comía, sin ver este
idiota....
Avanzaron aún algunos pasos. Veinte
metros los separarían de la casa, á lo
más, cuando el padre se detuvo brusca
mente.
—Vamos, ¿quién anda por allí?
Los hermanos también se detuvieron y
escucharon. Uno de ellos murmuró:
—Viene de la casa.... del lado de la
pieza de costura
Y otro exclamó:
—Se diría que son sollozos.... y la
madre está sola!
De pronto sonó un grito terrible. Los
cinco se lanzaron corriendo; un nuevo
grito resonó; después, llamados de soco
rros, desesperados.
—Vamos allá, vamos allá,—profirióel
mayor, que corría adelante.
Y como fuera necesario hacer un ro
deo para alcanzar la puerta, de un puñe
tazo derribó una ventana y saltó á la re
cámara de sus padres. La pieza vecina
era la de costura, donde la madre Gous
sot permanecía todo el día.
-—Oh Dios, — gritó al verla tendida so
bre el pavimento, con el rostro cubierto
de sangre.—¡Papá, papá!
—¿Qué? ¿dónde está ella?—rugió el
v iejo Goussot que llegaba detrás....
—iAh!.. . .es posible!.. . .¿Qué te han
hecho, madre?
Ella se movió y, con el brazo extendi
do, tartamudeó:
— ¡Corred arriba!.... ¡por aquí!....
‘por aquí!.... Yo no tengo nada ... ara
bos. . .. Pero corred pronto iha cogido el
dinero!
-—IHa cogido el dinero!,—vociferó el
v iejo Goussot, volviéndose hacia la puer
ta que su mujer le señálaba.... —iha co*
S'do el dinero! ¡ladrón!
Un tumulto de voces se levantaba en
e ¡ extremo del corredor, por donde ve
nían los otros tres hermanos.
—¡Yo lo he visto! ¡yo lo he visto!
—¡Yo también! ha subido la escalera..
—No, allá está; ya baja!
Una carrera desenfrenada sacudía el
Piso. Súbitamente, el viejo Goussot,
hue subía al fin del corredor, vió á un
hombre que intentaba abrir la puerta del
Vestíbulo. Si lo conseguía, por allí ten
dría la salida, la fuga á la plaza de la
iglesia, y las cabecillas de la aldea.
Sorprendido en esta labor, el hombre,
estúpidamente, perdió la cabeza, se fué
sobre el viejo Goussot, á quien hizo dar
una vuelta; esquivó el encuentro del her
mano mayor y, perseguido por los cua
tro hijos, volvió al corredor, entró en la
recámara de los padres, saltó por la ven
tana derribada y desapareció.
Los hijos se lanzaron en su persecu-
sión á través de los yerbazales y los ora
dos, que ya invadían las sombras de la
noche.
—¡Perdido, bandido,—masculló el vie
jo Goussot.—No hay salida posible pa
ra él; los muros son bastante altos.. ..
Perdido! ¡canalla!
Y como los dos cridos acababan de lle
gar de la aldea, el viejo Goussot los pu
so al corriente délo que pasaba y les dió
sus fusiles.
—Si este pillo hace solamente el me
nor intento de aproximarse á la casa,
agujérentela piel.... sin piedad!
Les señaló sus puestos; se aseguró de
que la reja grande, destinada al paso de
las carretas estaba bien cerrada, y so
lamente entonces se acordó de su mujer
que tal vez necesitaba de sus auxilios.
—Y bien, ¿madre?
—¿Dónde está el ladrón? ¿qué, lo han
cogido?, —preguntó ella inmediatamente.
—Sí, ya deben tenerlo allá, los guar
das.
Esta noticia acabó de hacer que se cal
mara, y una copita de rhum le dió fuer
zas para extenderse sobre la cama, con
la ayuda del viejo Goussot, y de contar
cómo había pasado todo.
.—No era largo de contarse. Había
encendido el fuego en la sala y estaba
haciendo calceta tranquilamente cerca de
la ventana de su cuarto, esperando el
regreso de los hombres, cuando creyó
oír, en el cuarto de costura, un ligero re
chinido.
—Sin duda,—se dijo,—es la gata que
yo habré dejado allí.
Y fué allí con toda seguridad, quedan
do estupefacta de ver que las dos puer
tas del armario de la ropa, donde estaba
el dinero, se hallaban abiertas. Avanzó
entonces con desconfianza. Un hombre
se ocultaba allí, con la espalda afuera.